Lo Cortés no quita Lo Cortés
MÉXICO, D.F., 18 de agosto (apro).- Hasta ahora no se sabe el motivo de la acometida contra el monumento a Hernán Cortés, ocurrido el pasado jueves 12 en Extremadura, España, donde un grupo de supuestos mexicanos le arrojó pintura roja por considerar una ofensa que el conquistador esté pisando con el pie izquierdo la cabeza de un indígena. Se cree, más bien, que el hecho estuvo relacionado con el juego de futbol previo entre México y España.
Lo cierto es que no es ésta la primera vez que un monumento es objeto de la ira y el repudio de la gente. Y no basta simplemente con llamar a la “tolerancia”, pues se trata de valores simbólicos seguramente mezclados con el hartazgo y la indignación social que cada día se ven más en estas manifestaciones. Es, pues, una válvula de escape.
Hay que recordar que debido a controversias similares, la estatua ecuestre de Carlos IV de España, realizada por el escultor y arquitecto Manuel Tolsá y conocida como “El Caballito”, tuvo un largo periplo antes de llegar a su actual sitio, enfrente del Museo Nacional de Arte, desde donde mira el Palacio de Ingeniería, también construido por Tolsá.
Considerada como la segunda más bella y espectacular escultura ecuestre, superada sólo por la de Marco Aurelio en Roma, más gallarda e imponente aun que la de Felipe III en la Plaza Mayor de Madrid (la primera vaciada en bronce en América), se vio amenazada por el fuego de la fundición. Sus 46 kilogramos de bronce estuvieron a punto de convertirse en monedas o cañones cuando en 1821, durante la consumación de la Independencia, se quiso destruir para poner otro monumento en su lugar.
Inaugurado en diciembre de 1803, el monumento fue cuestionado por tener bajo uno de los cascos del caballo un escudo o chimai azteca, que se vio como un signo del sometimiento a que se vieron obligados los antiguos mexicanos y, más aún, a la masacre que sufrieron y el arrasamiento cultural.
Se cuenta, en algunas fuentes, que “El Caballito” fue salvado por Lucas Alamán, quien convenció al entonces primer presidente de México, Guadalupe Victoria, para que conservara la escultura por sus cualidades estéticas. Entonces, tras haber estado en el Zócalo de la Ciudad de México, la escultura fue trasladada en 1922 al patio de la antigua Universidad, a fin de evitar que el pueblo le hiciera algún daño.
Tiempo después fue colocado en el cruce de Paseo de la Reforma y Paseo de Bucareli, donde se le protegió con una reja. Y en 1979, a sugerencia del arquitecto Sergio Zaldívar, “El Caballito” se trasladó a la ahora llamada Plaza Manuel Tolsá, en la calle de Tacuba, en el Centro Histórico. En una placa de mármol, la estatua tiene esta leyenda: “México la conserva como un monumento al arte.”
Cabe señalar que las esculturas o monumentos a Cristóbal Colón, con el tema del “descubrimiento de América”, han sido atacadas en innumerables ciudades latinoamericanas, no sólo en la glorieta de la calle de Morelos y Reforma en la Ciudad de México. Incluso se llegó al punto de nombrar el 12 de octubre “Día de la Raza, en lugar de “Descubrimiento de América”, pero los resentimientos históricos no cesan.
Y en estos días se ha desatado en Mérida, Yucatán, una polémica entre ciudadanos por la colocación en esta ciudad de una escultura en honor del conquistador Francisco Montejo, cuyo nombre ya está plasmado en la avenida principal de la capital yucateca. Quienes se oponen rotundamente dicen que no sólo se trata del año del Bicentenario, sino que sus “héroes” son otros.
Muchos, pues, han sido los “agravios” a las distintas esculturas de los “conquistadores”.
Tras el baño de pintura a la estatua de Cortés en España, la Embajada de México en ese país condenó el “acto de vandalismo intolerable e injustificable”.
Jaime Manuel del Arenal, encargado de Asuntos Culturales de la legación, resultó más papista que el Papa al señalar que quien realizó el ataque “quiere negar al padre o la madre de los mexicanos”. Luego argumentó que la escultura es “magnífica” y que Cortés no pisa la cabeza de un indígena, sino de un ídolo azteca. Menos mal.
Ciertamente no se pueden justificar el vandalismo y la intolerancia contra una obra de arte, pero quizá sea necesario replantearse la pertinencia de conservar ciertas piezas que siguen lacerando la memoria histórica, porque muchos pueblos, al liberarse de su dictador, realizan como primer acto el derrumbe y destrucción de las esculturas de ese personaje.
Se debe recordar que en la misma España los monumentos de Francisco Franco han sido retirados de los lugares públicos. Al quitar el último, el Ministerio de Cultura determinó que “no había razones históricas, artísticas o culturales que justificaran la conservación de esta estatua”.
No es cuestión de ir contra la historia y negar que la cultura y la nación mexicanas son resultado del mestizaje, y no de dos sino de diversos pueblos y culturas (mesoamericanos, europeos, africanos y árabes, entre otros), sin embargo deben respetarse los valores simbólicos de todos ellos y avanzar en la construcción de un país más equitativo, cultural y socialmente.