Vergonzosa, la reflexión histórica del Bicentenario: Díaz Arciniega

miércoles, 4 de agosto de 2010 · 01:00

MÉXICO, D.F., 4 de agosto (Proceso).-  La oportunidad de hacer de la conmemoración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución una revaloración de la historia y una reflexión, y hasta un replanteamiento del proyecto de nación que han pedido especialistas y ciudadanos constantemente, parece perderse  irremediablemente.

Así lo considera el historiador Víctor Díaz Arciniega, profesor investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, cuando se le plantea lo anterior como una pregunta:

“En términos generales, sí. La oportunidad se diluyó, por un lado, en pensar cómo festejar, que no está mal: En 1923, si mal no recuerdo, Álvaro Obregón hizo una fiesta para celebrar la consumación de la Independencia, era perfectamente válido después de una sangría y de la situación de crisis tan feroz como la que tuvimos, y se agradeció.

“Ahora vamos a hacer una fiesta para sentirnos agradecidos con qué, con quién, por qué. Nuestra frustración no es producto de la población o de la sociedad, es derivada de la política, ¡de la mala política! Entonces la fiesta no se justifica. Se hubiera justificado y agradecido aprovechar lo que se denomina homenaje, hacer un homenaje a la Independencia y a la Revolución para ponernos a pensar, más que en nuestro pasado, en nuestro presente en función del porvenir. La historia es ‘la gran maestra’ porque nos invita a no repetir los errores, a aprender de ellos y seguir adelante.”

También especialista en literatura, en historiografía cultural de los siglos XIX y XX e historiografía política del siglo XX, Díaz Arciniega participó en el foro académico Historia de México. El libro oficial de la “historia no oficial”, realizado por el Seminario de Historia de México Contemporáneo, de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), el pasado 29 de julio.

Organizado por el historiador Carlos San Juan, el foro tuvo como propósito analizar el libro Historia de México, coordinado por Gisela von Webeser, directora de la Academia Mexicana de la Historia, y escrito por miembros de ésta y coeditado por la Presidencia de la República, la Secretaría de Educación Pública y el Fondo de Cultura Económica, en el marco de los festejos del Bicentenario.

Trece historiadores analizaron el capítulo de su especialidad. A Díaz Arciniega correspondió “Los años revolucionarios (1910-1934)”, de Álvaro Matute. Un día antes acepta adelantar a Proceso algunas de sus reflexiones. Por su campo de conocimiento, habla también de los capítulos “El Porfiriato (1876-1911)”, de Javier Garciadiego; “México entre 1934 y 1988”, de Jean Meyer; y “México contemporáneo (1988-2008)”, de Enrique Krauze.

Hay fallas graves, dice directo. En primera, no se cumple con los supuestos propósitos de divulgación y síntesis, y de “fortalecer nuestra identidad y unidad nacionales”, mencionados por Von Webeser en la introducción. Si bien juzga espléndidamente escritos y sintéticos los capítulos de Garciadiego y Matute, considera los de Meyer y Krauze como una acumulación de datos “muy poco integrados” y “nada articulados”.

Como un “craso error” califica el que los textos se centraran en la llamada “historia política”, pues a su juicio la historia de un país no es la de su política sino la de sus hombres. Y hace un paréntesis para cuestionar por qué entonces, si se estaba haciendo historia política,  Krauze “se las ingenia para hacer un par de pegotes que ni se explican ni se justifican: para echar un piropo a Octavio Paz y otro a Mario Molina, y un coscorrón a la ciencia en México. Me parece ¡tan gratuito! No sé a cuenta de qué lo puso”.

Retoma para indicar que ninguno de los cuatro capítulos contribuye a fortalecer la identidad, porque la historia política generalmente se estructura o articula a partir de figuras, y en los textos no las hay, salvo Porfirio Díaz. Entonces pregunta de nuevo:

“¿De veras queremos tener como referente de identidad a Porfirio Díaz? Aquí entra en juego una cosa muy simple: Javier Garciadiego es un magnifico escritor, tiene una habilidad para redactar realmente estupenda, pero por otro lado tenemos a un personaje histórico llamado Porfirio Diaz que durante 33 años dominó el escenario nacional. ¿Quién le compite? ¡Nadie! ¿Cómo vamos a fortalecer la idea de identidad, cuando no tenemos figuras ejemplares?”

Casi con sorna se pregunta si acaso se pondrá a Cantinflas o al Chavo del 8. Y lamenta enseguida que ni siquiera se intentó rescatar a Lázaro Cárdenas, pues Meyer “se lo despacha en cuestión de pocas líneas”. Incluso Krauze le dedica más espacio a Paz. Cabe mencionar que el hecho de la Expropiación Petrolera quedó también en apenas unos párrafos. 

Por ello, señala Díaz Arciniega, si va a hacer una crítica, se debe ser consecuente con ésta y utilizar la misma vara tanto para Cárdenas y la Expropiación como para otros personajes y sucesos. Redondea:

“El resultado es de una pobreza extrema, digna de la miseria del país.”

Advierte otros errores: problemas historiográficos, pues al haberse centrado en la historia política, se repite la noción de que sólo los políticos importan para la historia; se repite la perspectiva de que México es sólo lo que ocurre en la capital; se omite la noción de historia como proceso continuo en el tiempo.

Grave le parece también que se margine la presencia activa de la sociedad; y que casi se eliminen aspectos como la demografía y la economía. Y qué decir de la cultura, el periodismo o los medios de comunicación, pues “hablar de, por ejemplo, la producción cultural de los museos, ¡no!, ¿para qué? ¿a quién le importan?” Sólo hay, dice, una referencia a un par de novelas de Carlos Fuentes en Meyer, los “pegotes” de Paz y Molina, de Krauze, y un “parrafito” de José Vasconcelos en los años de Álvaro Obregón.

 

Mejor Chava Flores

 

Hace un par de semanas la prensa le preguntó al coordinador de las fiestas del Bicentenario y del Centenario, José Manuel Villalpando, qué le dejarán a los mexicanos las conmemoraciones: un libro de historia y una bandera que repartirá la Secretaría de la Defensa Nacional, “que podrás tener para siempre en tu casa”, respondió. 

Y en estas semanas comenzó a repartirse a domicilio el libro Viaje por la historia de México, de Luis González y González, coeditado por la SEP, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), y el INAH. Se le pregunta a Díaz Arciniega si frente a las actividades festivas (regatas, desfiles, y la fiesta con espectáculos y fuegos artificiales del 15 de septiembre en el Zócalo), este par de libros no son en la parte de reflexión de la historia algo muy triste.

“No sólo diría triste, es vergonzoso. Por un lado, ni la noción de identidad ni la de unidad están reflejadas en ninguno de los dos libros. Por otro, la propuesta de noción histórica tanto en don Luis González –a quien admiro en muchos aspectos– como en el conjunto de 13 artículos, es ¡penosa! Primero por anticuada, por lo menos los cuatro capítulos que revisé, por muy bien hechos que estén los de Garciadiego y Matute, son anticuadas:

“Dos: La historia de México no puede ser sólo política, si no entonces por qué ha sobrevivido nuestro pasado prehispánico, nuestro pasado colonial. De la política no ha sobrevivido ¡nada! Lo que ha sobrevivido es la cultura, es la sociedad, son las actividades de la sociedad, por buena o mala, por alfabetizada o no alfabetizada, es la que nos representa. Esos jarritos de barro que compramos en los mercados y después decimos: ‘Ay, se parece al que vi en el museo’, ahí está nuestro punto de referencia. 

“De política no hay una sola figura emblemática que uno diga: ‘Con éste me identifico’. Claro, el mito de Benito Juárez, de Díaz, de Hidalgo, son preciosos, pero son historias románticas, ya no estamos para esos moles. Yo me identifico más con Chava Flores, por ejemplo, por qué no le damos un lugar en la historia y a la letra de sus canciones, a Gabriel Vargas que acaba de morir, esa es la gente que está haciendo un verdadero trabajo de historia, que rescata la expresión popular.”

–Sin embargo, se crítica que no se está debatiendo sobre política cultural, que no se defiende el patrimonio, que se le explote con el ‘turismo cultural’, y se ha cuestionado que la fiesta del Bicentenario opaca todo esto, y no son temas que se discutan.

–Sí y no, porque independientemente de que dentro de esa serie de programas televisivos Discutamos México yo haya tenido un lugar, he visto algunos de los programas y la verdad sí invitan a una reflexión. Pero hay que verlos completos, no las versiones editadas que distribuye Televisa.

Explica que la televisora hace un trabajo de edición que es “un portento”, una magia tal que anula la discusión, y “todo el sentido crítico desaparece”. Agrega:

“¿Cómo vamos a esperar que el Conaculta con todos los recursos y alcances que tiene fomente trabajo de discusión? Les interesa más otro tipo de cosas, están en el calendario cívico, contra ese tipo de vanidad no hay nada que hacer.”

El otro problema, concluye, es el conflicto que tiene el PAN con la historia, pues no sabe qué hacer con ella, y no necesariamente porque quiera darle la voltereta a la anterior historia oficial y revaluar como héroes a personajes como Iturbide o Díaz, sino porque a cualquiera “le puede causar mucho conflicto” la revisión del pasado:

“Hacer un balance de la historia de un país no es una tarea sencilla, más cuando el PAN ha estado, por sus dogmas de origen, sujeto a una creencia. Las creencias se acatan, tal como son, la historia no se acata. La historia lo que tiene, y por eso es explosiva, es que cuestiona. Los dogmas se asumen como son y en historia no se puede hacer dogma. Esa es la diferencia.”

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