El cuento, el canto y la muerte de la prosa

jueves, 13 de enero de 2011 · 01:00

MÉXICO, D.F., 13 de enero (Proceso).- En el principio fue el verso. Si el comienzo fue encantatorio (el latir del corazón materno que escucha el ser que está formándose, el ritmo sin palabras con que se adormece al bebé y con el que el mismo recién nacido trata de conciliar por sus propios medios el sueño), la continuación fue nemotécnica. Más fácil que “no te apresures, nunca te adelantes”, es la memorización de “no por mucho madrugar/ amanece más temprano”.

Los intentos de explicarse el incomprensible universo y de guardar lo que se va en el torrente del tiempo se hicieron en líneas medidas, como la imploración a las deidades y el anhelo de explicarse lo que sentimos. El verso, así, está en el ámbito de la madre y pertenece a la noche y la sangre, pero también al juego y el placer.

Pasaron siglos antes de que surgiera la prosa en la intemperie del día solar, la razón y el orden. La prosa es el dominio del poder y del padre. Con ella no se juega: se piensa y se aspira al sometimiento de los demás, cuando menos en el terreno de las ideas. Escribo prosa para convencerte, para imponer lo que creo, así sea en los asuntos más inofensivos. La retórica en su sentido original no es sino el arte de la persuasión.

De Homero a Lord Byron

El verso reinó hasta la invención de la imprenta.

La Ilíada, La Odisea, La Eneida, La Divina Comedia, los cantares de gesta son poemas como las tragedias y las comedias y, en nuestro ámbito, el Romancero español al que se ha llamado una Ilíada sin Homero.

Hoy nos parecería imposible escribir La Jerusalén libertada o La Araucana en una forma tan intrincada como la octava real. Pushkin fue capaz de hacer en sonetos una novela realista, Eugenio Oneguin, cuando ya la supremacía del verso estaba amenazada. Porque todo cambió cuando la Revolución Industrial exigió enseñar a leer a las multitudes de donde saldrían sus obreros. Al mismo tiempo las prensas permitieron abaratar el costo de los libros por obra de los grandes tirajes. 

En 1810 Sir Walter Scott (1771-1832) era el narrador en verso más famoso de su idioma. Aquel año refrendó su fama con The Lady of the Lake. Pero de la noche a la mañana surgió un joven prodigio, George Gordon, Lord Byron (1778-1832), que en 1811, a los 23 años, vendió en un solo día diez mil ejemplares de Childe Harold´s Pilgrimage al que siguieron Lara y El corsario.

Scott comprendió que nada tenía que hacer ante el genio poético de Byron y se pasó a la prosa enemiga: Waverley (1814) inauguró la novela histórica y con Ivanhoe (1819) Scott estableció el modelo que iban a seguir y a superar todos los grandes novelistas del siglo XIX: una narración por supuesto contada, pero también escenificada y dialogada sobre el camino que dos siglos atrás había abierto Don Quijote de la Mancha.

El triunfo de la prosa significó la derrota del verso. A finales de aquel siglo había salido de los ámbitos que hasta entonces dominó, sobre todo el teatro, y se había hecho el medio casi exclusivo de la poesía lírica. Le quedó el canto pero el cuento se trasladó a las manos de los prosistas.

El verso y la blancura del silencio

Como la belleza, la poesía está en los ojos de quien la contempla. El poema que cambió mi vida y me sé de memoria te deja indiferente o te disgusta, y lo mismo ocurre en sentido contrario. En cambio el verso es material, concreto, tangible. Puede no gustarte ni conmoverte pero es imposible discutirlo.

Nuevo siglo, nueva década, nuevo mundo. Todo se va, todo se deshace en el aire. Y, como siempre, algunas cosas que creímos para siempre abolidas se presentan de nuevo. ¿Estará entre ellas el poema narrativo?

Una de las razones para su abolición fue industrial y mercadotécnica: la columna del verso está rodeada de silencio, es decir de blancura. ¿Para qué gastar 200 páginas, toneladas de papel, en un texto que impreso de corrido ocuparía no más de 30?

Tal vez ya esta razón no exista en el libro electrónico ni en el audiolibro. Si con mentalidad twittera pensamos en el número de palabras, una leyenda de Juan de Dios Peza emplea, digamos, 800 para contar lo mismo que el más conciso de los novelistas no podría narrar en menos de diez o doce mil palabras.

Las letras en la era de la reproducción

El matrimonio entre Gutenberg y Bill Gates es disfuncional pero no deja de ser matrimonio. En la pantallita del teléfono celular no caben Guerra y paz ni Así hablaba Zaratustra. Sin embargo un sms es un medio casi ideal para difundir al infinito los aforismos, los epigramas, los haikús, los microcuentos.

Más ambigua y enigmática es la situación de la prosa en la galaxia electrónica. Nunca en la historia se ha escrito tanto como en 2011. La computadora y sus derivados pusieron a escribir a medio mundo, a personas que sin estos medios nunca se hubieran sentado a poner sus pensamientos en esta forma.

Pero, ¿qué hemos hecho con este privilegio? ¿Aprovechamos la oportunidad para lograr un lenguaje más claro, más preciso, más económico que fuera un auténtico instrumento de comunicación y de reflexión?

O bien, ¿sucedió lo contrario y sólo hicimos visible mediante la letra nuestra confusión babélica, nuestra ignorancia y nuestra violencia? 

La correspondencia era un arte. Si hubiese un litileaks y todo saliera a la luz uno se moriría de vergüenza al ver expuestos sus correos electrónicos con sus errores de sintaxis, sus atentados contra la prosodia, sus faltas de concordancia, sus negligencias sin disculpa. El correo electrónico puede dar nueva vida al lenguaje pero también puede significar la muerte de la prosa.

Buen día, si estás solo sólo comienza a festinar

Aun conscientes de que en esta pendiente resbaladiza todos acabamos por los suelos, es imposible pasar por alto unas cuantas señales alarmantes:

(1) El empleo cotidiano y omnipresente de “festinar” como sinónimo de “festejar”. Ya que nadie consulta el diccionario todos suponemos que el verbo se deriva de “festín”. Y no: “festinar” significa “apresurar”. Festina lente decían en latín: “Apresúrate lentamente”.

(2)  La adivina que se anuncia en televisión: “Los astros define tu porvenir”. No ha adivinado que la concordancia se hace en plural con “los astros”, no en singular con “porvenir”. Y nadie parece haberlo notado ni corregido. Se impondrá como Televisa impuso inicia en vez de se inicia y abolió para siempre, aun en los medios que se suponen más instruidos, comienza y empieza.

(3) La corrosiva difusión, ya señalada por Federico Campbell de buen día (good day) en vez del plural “buenos días”.

(4) ¿Aceptaremos como doble ve uve lo que para nosotros fue siempre doble u? ¿Alguien dirá “Equis E Doble Uve” en vez de XEW? ¿Después de 80 años se dejará de hablar en español de México de suástica para sustituirla por esvástica?

(5) La Academia creó un problema en donde no existía. Era clara y precisa la distinción entre solo, adjetivo, y sólo, adverbio (“Sólo fumo cuando estoy solo”. “Sólo en la enfermedad te das cuenta de que estás solo”). Hubo un repliegue y la tilde se dejó como optativa. Pero el daño estaba hecho y ya se le quitó a “sólo” cuando significa “solamente”. Un simple ejemplo tomado del número en circulación de la revista más culta de México: “Solo he observado un sentimiento comparable en Nueva York”.

(6) La proliferación incontrolada en toda clase de textos, pero sobre todo en las novelas del verbo “comenzar”: “Comenzó a salir”, “Comenzó a llevarse la mano a la boca”, “Comenzó a apresurarse”, “Comenzó a caer”, “Comenzó a caminar”, “Comenzó a asfixiarse”, “Comenzó a descender”.

(7) ¿Vale la pena protestar? Durante casi medio siglo Raúl Prieto insistió en que la frase “Hasta que usé una Manchester me sentí a gusto” quería decir: “Dejé de sentirme a gusto en el momento en que usé una Manchester”. El anuncio se va y reaparece pero no cambia. Hoy lo tenemos otra vez y nadie dice nada.

Pisamos un terreno nuevo y lo único cierto es que hoy, como nunca y como siempre, todo depende de nosotros.

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