La sonrisa de Zeferino Nandayapa

viernes, 7 de enero de 2011 · 01:00

MÉXICO, D.F., 5 de enero (apro).- A escasos tres días de que feneciera el año 2010, el arte musical de México fue golpeado por la noticia del fallecimiento del extraordinario marimbista don Zeferino Nandayapa, una de las figuras más amables y gloriosas de la música popular chiapaneca.

Su prestigio nacional de notable ejecutante sonoro y muy respetado arreglista para grupos de marimba, con piezas clásicas como El vuelo del abejorro, de Korsakov, o El huapango, de Moncayo, trascendió las fronteras del universo entero.

Para quienes estimamos sus geniales dotes de alta maestría musical y por él fuimos cautivados para adentrarnos en el rico mundo de las misteriosas vibraciones que emanaba su marimba, el calor humano y la ancha estela de amistad que prodigó tanto en sus conciertos como en la vida cotidiana son tesoros de generosidad infinita cuya valía jamás alcanzaremos a agradecerle totalmente.

Zeferino Nandayapa hizo de la marimba un arte pleno de hermosa beatitud y vivió las casi ocho décadas de su existencia para brindar felicidad, gracias a su sentido del humor bonachón y, sobre todo, a una sonrisa que no lo abandonaba ni siquiera en las situaciones de mayor apremio.

Fue durante el verano de 1976 cuando este servidor entrevistó por primera ocasión a don Zeferino Nandayapa en el foro musical de la Librería Gandhi dirigido por Eduardo Mosches, al sur de la Ciudad de México, en la avenida Miguel Ángel de Quevedo, Chimalistac.

Durante más de tres décadas coincidí con Nandayapa en múltiples plazas de nuestro país como reportero de Proceso y cubrí sus conciertos. Como se hayan dado aquellos contactos maravillosos, hubo uno definitivo que fortalecería nuestros lazos cuando acababa de mudarme a Villahermosa, Tabasco, y sabiendo que don Zeferino estaría unos días en su hogar natal de Chiapa de Corzo, le propuse viajar hasta donde él estaba para escribir un reportaje acerca de su vida familiar en aquella amplia casona ribereña donde su padre tenía su taller como fino constructor de marimbas chiapanecas.

La visita se prolongó días y, con su proverbial gentileza hospitalaria, Nandayapa y su clan hicieron que me sintiera como en casa: platicamos horas acerca de su visión artística sobre la marimba, me llevó a comer platillos típicos de la región al sabroso restaurante Las Pichanchas de Tuxtla Gutiérrez e incluso organizó veladas para cantar con sus hijos al fresco sabor de unas cheves heladas color ámbar.

Para 1994, luego del levantamiento zapatista del subcomandante Marcos, su paisano y director de orquesta Federico Álvarez del Toro (Freddy) nos convocó a ambos para integrar el numeroso elenco de artistas (como Enrique Bátiz, batuta de la Sinfónica del Estado de México) promoviendo la paz por diferentes rincones de Chiapas, con recitales a reventar: inauguramos el Teatro de Tapachula, y en la iglesia mayor de San Cristóbal de las Casas, Freddy condujo su obra orquestal El canto de los volcanes con la Marimba Nandayapa, y Bátiz ejecutó un atractivo programa con piezas de Richard Strauss y Elgar, entre otros.

Tras una emotiva presentación en una zona arqueológica maya por el Cañón del Sumidero, Nandayapa, algunas jóvenes violinistas polacas de la orquesta y yo regresábamos navegando en tediosa boga a Tuxtla, y el maestro me pidió tocara mi guitarra y ejecutara las canciones que había musicalizado en Tabasco de Carlos Pellicer Cámara, El poeta de América.  

Manifestó su predilección por aquellas movidas en rítmica terciaria, como “Madrigal de junio”:

Pensando en ti se me va

de junio a junio

la vida…

O mi zapateado tabasqueño “Mariposa”, versos que en realidad Pellicer intituló “Vuelo de voces”:

Mariposa, flor del aire,

peina el área de la rosa.

Todo es así, mariposa,

cuando se vive en el aire…

No obstante, Nandayapa expresó inmensa alegría al escucharme cantar “Cosillas para el nacimiento”, musicalización de las cuartetas escritas por Carlos Pellicer con motivo de la natividad de Nuestro Señor Jesucristo, cuyo altar con el Nacimiento en maqueta el poeta organizaba cada año:

Por el agua y la tierra,

noche en el aire;

por el agua del día

vienen los ángeles.

Apenas en el mundo

un niño cabe;

pedacitos de cielo

son sus pañales…

Me quedé mudo cuando Nandayaba me abrió el oro de su grandiosa sonrisa, al tiempo que agitaba sus brazos bailando cual si dirigiera una orquesta celestial por aquella travesía azul acuática y dijo con orgullo:

--Oye, Ponce, esa canción es bastante buena, la melodía trae un bello aire centroamericano en el ritmo que se me quedó grabado y me gustaría hacerle un arreglo en partitura para marimba.

Meses después, Zeferino Nandayapa me llamó por teléfono desde su casa en Tlalnepantla, diciéndome que había terminado el arreglo prometido a “Cosillas para el nacimiento” durante su reciente gira por Japón, y deseaba entregarme la partitura. Nos vimos en la cafetería de Sanborns cercana al metro Chapultepec, y aunque lo entrevisté en torno a su tour por el lejano oriente, la sonrisa del maestro y sus ojos diminutos indicaban que más allá de sus presentaciones niponas, el arreglo a mi canción lo enorgullecía sinceramente y me felicitó.

De inmediato cogí la bocina de un teléfono público y le comuniqué a Freddy la gran noticia del arreglo. Tan pronto como pude tomé un avión para enseñárselo en su playa de Tonalá, Chiapas, pero una vez que leyó la partitura, no hallé la emoción que esperaba en sus palabras:

--No sé, habrá que oír el arreglo ya ejecutada al piano en marimba, porque con el maestro Nandayapa nunca se sabe. Lo admiro, aunque se le van algunas notas falsas...                         

--¿Notas falsas?

--Sí, cada vez que lo invito a tocar alguna de mis obras orquestales, como El canto de los volcanes, o le escribo el arreglo para marimba, debo batallar bastante en los ensayos y repetir varias veces sus partes, pues el maestro toca otras notas en vez de la que yo escribí.

(Si bien Freddy ha sido quien se ha mostrado como el más entusiasta para escribir los arreglos de aquella decena de poemas pellicerianos míos y grabar un disco que se llamaría “Horas de junio”, jamás ensayamos nada para cristalizar el proyecto. Tampoco tocó la partitura de Nandayapa, y acaso Freddy ya no conserve la copia que le entregué tan ilusionado.)

Casi al finalizar el siglo XX, Nandayapa fue invitado para un homenaje al Festival Internacional del Caribe, en Cancún, por su vasta trayectoria artística. El presentador lo anunció:

“Señoras, señores, noble público de Cancún, esta noche el Festival del Caribe y las autoridades de Quintana Roo se honran en otorgarle un diploma a una de las glorias de la música tradicional chiapaneca, con ustedes, ¡un gran aplauso para nuestro homenajeado, el ínclito maestro de la marimba don Zeferino Nandayapa!”

La gente estalló en vítores, pero el homenajeado no aparecía por ningún lado del templete. Lo anunciaron dos veces más, y nada. Zeferino Nandayapa se había esfumado, por lo que desde las alturas de aquel foro de madera donde me encontraba parado, lo busqué con la mirada y pronto lo reconocí por su elegante guayabera en la mera entrada a la escalera del escenario. Junto a él estaba el musicólogo chiapaneco Daniel García Blanco, quien gesticulaba exageradamente frente a dos policías uniformados que custodiaban ese pasaje. Corrí a su encuentro. Le grité:

--¡Maestro Nandayapa, apúrele a subir porque ya van varias veces que lo anuncian para su homenaje!

García Blanco espetó a uno de los guardias que obviamente les impedía el paso rumbo al tributo:

--¿Ya ve, señor? Le estoy diciendo que esta persona es Zeferino Nandayapa, ¡tiene que dejarlo pasar, pues le van a entregar su diploma, carajo!

--Lo siento, pero sin gafete nadie entra.

Al ver que el homenajeado guardaba silencio y sus labios esbozaban una sonrisa entre pícara y burlona, García Blanco perdió los estribos y la agarró contra Nandayapa.

--¡Caramba, Zeferino, quita esa cara de niño travieso y di algo, dile al señor que tú eres Zeferino Nandayapa, tiene que dejarte subir, hombre, Zefereino…! ¿Zeferino? Con un carajo, Zeferino, esto no es nada gracioso y tú, tú Zeferino, deberías enojarte, oye, ¿de qué te ríes Zeferino, qué es lo qué te provoca tanta sonrisa?

El maestro sólo contestó:

--¡Pues me río de lo bravo que estoy!

Nada ni nadie lograba enfurecer a don Zeferino Nandayapa. Así lo recuerdo, sonriente, feliz. Como su magia musical, por su gran corazón y su incomparable simpatía. Siempre Nandayapa.

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