Los versos del fin del mundo
MÉXICO, D.F., 3 de febrero (Proceso).- En las últimas semanas, con versatilidad digna de Alfonso Reyes, Adolfo Castañón ha hecho el prólogo al Romancero de la guerra de Independencia y en la Revista de la Universidad de México redescubre a Páladas de Alejandría (tal vez 369-430 de nuestra era), el último poeta del mundo antiguo.
Entre los autores de la Antología griega Páladas es considerado una figura menor que rara vez aparece en selecciones poéticas, historias literarias y enciclopedias.
Ahora que ya no podemos ser pesimistas porque todo sale peor que nuestros augurios más negativos, ni apocalípticos porque hoy ni siquiera imaginamos los horrores que nos llegarán mañana con el nombre de noticias, Páladas se vuelve, como decían en los cincuenta del siglo muerto, nuestro contemporáneo.
Es el griego que ve aniquilada la cultura griega, a semejanza del poeta indígena que contempló la destrucción a sangre y fuego de cuanto había sido su universo, el pagano que sufre la imposición brutal del cristianismo, el alejandrino que se duele de que su ciudad, fundada para ser la síntesis de Oriente y Occidente, desaparezca bajo la nueva barbarie.
A la crueldad de la historia se suma la falta de compasión de la naturaleza: fundada sobre las arenas resbaladizas del Nilo, Alejandría asiste al hundimiento en el mar de sus grandes construcciones. Y lo que iniciaron los terremotos lo consuma un gran tsunami en el siglo VII.
Por fortuna desde hace varios años Franck Goddio, director del Instituto Europeo de Arqueología Submarina, ha comenzado el rescate de ocho siglos de tesoros. Ya localizó con su equipo las ciudades portuarias de Kanopo y Eraclión-Tonis, el puerto real, el puerto de galeras, la isla de Faros y el Timonium, la residencia que vio los amores entre Marco Antonio y Cleopatra, y el suicidio del general romano.
El esplendor de Alejandría
En 331 a. C. Alejandro Magno derrotó por segunda vez a Darío, el rey de Persia, en Gaugamela, y fundó Alejandría para eternizar su nombre y su grandeza. Quiso hacer de la ciudad del Nilo el punto de encuentro entre Oriente y Occidente. El esplendor de la edad helenística duró hasta que Egipto fue conquistado por Roma. El centro de esa cultura que se esparció por todo el mundo hasta entonces conocido fue la gran Biblioteca de Alejandría, parte de la primera universidad de la historia, en que colaboraron griegos, árabes, judíos, persas y sirios.
La Biblioteca resultó destruida por vez primera y de modo no intencional por el ejército de Julio César al incendiar sus naves en 48 a. C. En 325 el emperador Constantino hizo del cristianismo la religión del Estado, trasladó el imperio a una nueva capital, Constantinopla (Bizancio), y prohibió todos los cultos paganos. El nuevo emperador Teodosio ordenó al patriarca Teófilo de Alejandría que cerrara los templos y destruyera la Biblioteca. Como póstumo desagravio de esta barbarie en 2002 se inauguró la Bibliotheca Alexandrina.
Si Páladas nació en 369 y murió en 430 fue testigo de todo esto y también de la irrupción de los hunos (mongoles) y de la toma de Roma por los visigodos (germanos) al mando de Alarico en 410. Asimismo presenció el martirio y asesinato de Hipatia.
Hipatia, joya de la palabra
Hipatia (370-415) representó el último brillo de la cultura griega. Fue filósofa, astrónoma, matemática y docta en muchas otras materias. Páladas, su amigo y contemporáneo, la alabó en un epigrama: “Es todo el firmamento tu provincia./ En el zodiaco busco, miro hacia Virgo./ En todo lo que encuentro está tu brillo./ Recibe mi homenaje, Hipatia admirable,/ joya de la palabra,/ estrella inmaculada de la sabiduría”.
Cirilo, el nuevo patriarca de Alejandría (grotescamente canonizado por Roma como san Cirilo), detestaba a Hipatia por sabia, por pagana, por irreductible y también por ser bellísima, brillantísima y para colmo humilde. Acusada de bruja, Hipatia se negó a renunciar a la sabiduría griega y a convertirse a la nueva religión oficial. El Führer Cirilo organizó bandas de monjes fanáticos, auténticos sicarios y endemoniados de Dios, que expulsaron, saquearon y al fin asesinaron a todos los no cristianos. En marzo de l4l5 atacaron a Hipatia, la desnudaron, la torturaron con conchas de ostras y caracoles afilados hasta desgarrar su cuerpo, y por último quemaron su cadáver en el mejor estilo de Ciudad Juárez. Sin Hipatia, Páladas se hundió en la desesperación aunque sobrevivió, nadie sabe cómo, algunos años más.
El legado de Hipatia
Este extraordinario personaje, auténtica virgen y mártir de la libertad, la cultura y la lucha de las mujeres, entró en la conciencia europea gracias a Edward Gibbon en su monumental History of the Decline and Fall of the Roman Empire (1788). A finales del siglo XX la rescató Octavio Paz en Sor Juana Inés de la Cruz y las trampas de la fe. Paz vio los nexos entre la figura de Hipatia y la de Sor Juana (que habló de ella en su Respuesta a sor Filotea) y aclaró que “los de Alejandría fueron incomparablemente más crueles y bárbaros”. Casi al mismo tiempo Carl Sagan en Cosmos, la serie de televisión y el libro derivado de ella, dio también a Hipatia la importancia que merece. En México hubo a su vez artículos de Luis Miguel Aguilar, y Flora Bottom-Burlá tradujo para Siglo XXI el libro fundamental de Margaret Alic, El legado de Hipatia.
Hace dos años Alejandro Amenábar obtuvo ocho premios Goya en España con su película Ágora en que Rachel Weisz interpreta a Hipatia. La película del gran director es magnífica. No obstante, Amenábar no se atrevió a describir en todo su espanto el linchamiento de Hipatia. En la pantalla muere lapidada pero antes su esclavo Davus la estrangula con su aprobación para que no sufra a la hora del martirio.
Contra la barbarie de ayer y la de ahora se levantan el ejemplo de Hipatia y los versos de Páladas, versos de una catástrofe que se parece a la nuestra.
Diez aproximaciones a Páladas
1.- Mal comienzo
Canta, diosa, la cólera funesta
De Aquiles el Pelida que causó a los aqueos
Incontables dolores y arrojó a los infiernos
Las vidas valerosas de muchísimos héroes
Y presa de los perros y los cuervos la hizo.
Iliada, I, 1-5 (Traducción de Julián Hernández).
Comenzó la poesía
Con una maldición en cinco versos.
En el primero se habla
De cólera funesta.
En la línea tres surgen
Dolores incontables.
En la cuarta se arrojan
Vidas a los infiernos.
Llenan el quinto verso
Los perros y los cuervos.
¿Cómo no iba a acabar en el desastre
Algo iniciado con tan mal agüero?
2.- El gran teatro del mundo
El mundo es teatro,
La existencia farsa.
No la tomes en serio:
Aprende a actuar
O si no
Paga el precio.
3.- Frituras
Una sartén para freír pescado
Han hecho los cristianos con la estatua de Eros.
Aunque no fue su objeto,
Nos vengaron:
Eros rampante siempre nos freía.
4.- Refutación de la codicia
Nací desnudo, moriré desnudo.
No tiene objeto codiciar riquezas.
5.- El matadero
La Tierra es un inmenso matadero.
Allí espera la muerte a su rebaño
Lamentable: nosotros
6.- La ola
Duermas, comas, te alegres, te entristezcas,
Atrás de ti la ola se prepara
A hundirte para siempre.
7. Fin del mundo
Los dioses ya no están.
Todo se hunde
Cada día un poco más.
Hay en las bocas
Rumores mentirosos y verdaderos
De feroces mañanas.
Sin embargo, lo peor
Jamás se anuncia.
8.- Luto
No llores nunca a un muerto:
Logró escapar de la vida.
Tras la muerte el dolor no existe.
9.- Espectros
¿En la profunda noche estamos muertos?
¿En el sepulcro nos soñamos vivos?
Somos quizá los últimos vivientes
Pues ya todo
En el abismo se hunde,
Muerte es la vida
Y ya está muerto el mundo.
10.- Historia de la humanidad
Del caos salimos para hacernos polvo.
(JEP)