Las mil y una noches, de Vargas Llosa

jueves, 17 de marzo de 2011 · 01:00

MÉXICO D.F., 17 de marzo (apro).-La primera sorpresa que recibí con motivo de la presentación del Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, en su faceta de actor en el Palacio de Bellas Artes, fue el cúmulo de adjetivos publicados en la prensa sobre esta incursión escénica del autor de La ciudad y los perros: “cautivador”, “fascinante”, “seductor”, “maravilloso”.

Esto me recuerda El traje nuevo del emperador, cuento de Hans Christian Andersen, en el que un par de estafadores le confeccionan al rey un traje con una tela que supuestamente tenía la especial capacidad de ser invisible para cualquier estúpido o incapaz para el cargo. Y así, aunque el rey desfiló desnudo por la calle, todos pretendían ver el maravilloso traje para no ser considerados tontos, hasta que hasta que un niño dijo la frase lapidaria: “Pero si va desnudo”.

Lo mismo me parece que sucede con esta obra que se representó por primera vez en julio de 2008 en Madrid, España, con la actuación de Vargas Llosa acompañado por la actriz española Aitana Sánchez-Gijón, bajo la dirección de Joan Ollé y la escenografía de Eduardo Arroyo: todo mundo quiso ver maravillas para no parecer el tonto que no sabe apreciar el valor de un Nobel en escena.

Si consideramos que don Mario no es actor profesional, podemos decir que su desempeño escénico es bastante honroso, con una gran naturalidad, y que explota al máximo su gran capacidad de narrador.

Con el nerviosismo natural de quien no está acostumbrado a la escena teatral, pero con gran entusiasmo, Vargas Llosa logró atrapar la atención del público con su adaptación al volumen de cuentos orientales clásicos Las mil y una noches.

En esta obra, al igual que en la versión original, Sherezada (interpretada por la actriz peruana Vanessa Saba), para salvar su vida, debe contar a su marido el rey historias apasionantes que se prolonguen y ramifiquen durante muchas noches.

Luego de casi tres años de relatos, el rey, antes deprimido y ansioso de venganza contra las mujeres por la traición de su primera esposa, recupera su antigua alegría y perdona a Sherezada. La hipótesis de Vargas Llosa es que los cuentos han transformado al rey en alguien civilizado, sensible y soñador, como lo ha hecho él mismo con muchos lectores, a través de su extraordinaria producción literaria.

En el prólogo al volumen que reúne cinco de sus piezas de teatro, editado en México por Alfaguara, Mario Vargas Llosa confiesa que si hubiera habido movimientos teatrales en la Lima de los años cincuenta, donde él comenzó a escribir, probablemente habría sido dramaturgo, en vez de novelista.

De hecho, su carrera como escritor se inició no con una novela o un cuento, sino con el drama La huida del inca, que escribió y representó en 1952, cuando apenas contaba 16 años, y que lo hizo ganador del segundo premio de un concurso nacional.

Si bien esa primera obra nunca se convirtió en un libro, Vargas Llosa ha producido después, a la par que sus novelas y ensayos, ocho piezas teatrales que incluyen argumentos inéditos y dos adaptaciones de textos clásicos.

Bienvenida la dramaturgia de don Mario Vargas Llosa y bienvenida su entusiasta actuación que lo refrenda como un hombre vital y polifacético, sin llegar a los excesivos halagos que, como el traje nuevo del emperador, lo arropan con una indumentaria inexistente.

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