Equus

viernes, 25 de marzo de 2011 · 01:00

MÉXICO, D.F., 23 de marzo (apro).- Ingratos hijos de Adán y Eva: a su mala memoria o ignorancia, madres frecuentes de egoístas, desleales y desagradecidos, se debe la presente a este buzón.

Si, por parte de ustedes, muchos días dedican, allá por navidades, a recordar al buey y al burro, símbolos de la paciencia y de la humildad, respectivamente, con el pretexto de que con su aliento calentaron el cuerpo del Niño en el pesebre, a nosotros, por el contrario, no nos dedican nada, ni siquiera un día al año, y eso que muy justificadamente lo podrían hacer, pues servidores, en un momento crucial, fuimos de gran ayuda al más grande de los llamados Padres de la Iglesia, aquel que fijó de la manera más conforme y más accesible a las mentalidades occidentales la doctrina cristiana y cuyo influjo se deja sentir en la actualidad, y al que se debe, de manera preponderante, que el cristianismo dominara en la cultura europea por más de mil 200 años: San Agustín.

Este santo varón fue de los que de manera más sabia supo interpretar, explicar, comprender y sostener el sentido y las consecuencias del llamado pecado original, que es con el que nacen todos ustedes, y consiste en la privación de la gracia a consecuencia de no haber obedecido, Adán y Eva, la prohibición divina de no comer del fruto del árbol del bien y el mal, pues cuando un padre pierde su herencia, la pierde para él y para sus hijos, así perdió Adán para él y para ustedes la herencia de la gracia. Esta sabia precisión de la doctrina por parte de San Agustín, entre otras cosas, hace necesaria y justifica la existencia de la Iglesia como institución, y forzosa en general la presencia del sacerdote para la remisión de los pecados, ya que las buenas obras no son suficientes para la salvación personal.

¡Ah!, el diablo, que nunca descansa, metió la cola en tan sabia doctrina, por lo que fue cuestionada por otros cristianos destacados, como por ejemplo Pelagio, monje irlandés que gozaba de gran prestigio por su pureza de costumbres y su piedad, quien sostenía que el pecado de Adán y Eva no tenía consecuencias, pues no mancilló la semilla humana, la cual es, por venir de Dios, radicalmente buena y posee la condición de hacer el bien, incluso sin la ayuda de la gracia, lo que hacía problemática la gracia como don divino, ya que es esfuerzo humano e innecesaria la redención, que quedaba reducida a ejemplo de Cristo. En resumen: Pelagio consideraba que era suficiente la naturaleza humana para evitar el pecado y lograr la salvación.

A Pelagio no le faltaban partidarios. Los tenía entre los poderosos, los ricos y los nobles, incluso en Roma, a donde se dirigió con la intención de convencer a la jerarquía clerical pura que rechazara la postura de San Agustín y prohijara la suya. La disputa entre los partidarios de uno y otro se fue enconando al punto de producirse choques callejeros entre los mismos.

En semanas previas al día del voto sobre el tema, fue cuando aparecieron para desempeñar nuestro grande y decisivo papel. Esas semanas previas, San Agustín las aprovechó muy bien para maniobrar a favor de su posición. Con tiempo, seleccionó a 80 magníficos ejemplares de los nuestros, es decir, a 80 soberbios y costosos caballos árabes; con tiempo, los mandó a Roma y los distribuyó entre las cabezas de las principales familias y entre los clérigos más destacados e influyentes. ¿Adivinan el resultado? ¡Que los partidarios del Santo vencieron! Pelagio fue expulsado de Roma y excomulgado. Poco tiempo después se declaró herejía la teoría pelagiana que afirmaba que la naturaleza humana estaba facultada para salvarse por sí misma, sin necesidad de la gracia salvadora del bautismo, sin necesidad de la confesión.

Ante estos hechos históricos, ustedes, los humanos, dirán si tenemos o no razón suficiente estos sus servidores, los caballos, para quejarnos de su ingratitud y a exigir a que nos reconozcan el gran papel que jugamos para que se condenara como herética la postura de Pelagio y se consideraran oficiales y consagradas por la Iglesia las ideas de San Agustín.

Con esta información, ¿por fin atenderán nuestra queja? ¿Satisfarán nuestro deseo de que nos tomen más en cuenta? Eso esperamos.

En nombre de la asamblea que decidió escribir la presente, y a la que asistieron Bucéfalo, Rocinante, Sieteleguas, el alado Pegaso, As de Oros y otros afamados equinos, queda de ustedes.

BABIECA

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