Para pensarse

jueves, 3 de marzo de 2011 · 01:00

MEXICO, DF, 3 de marzo (apro).- Contradictorios, por confusos, humanos: de acuerdo con sus creencias, de antiguo les viene ese convencimiento de que el amor de Dios incluso alcanza a los asesinos a sueldo, a esos seres terribles, crueles, brutales que asesinan, torturan también, a otro humano por dinero, sin parar mientes ni detenerse a ver si se trata de una mujer o un hombre, de jóvenes, viejos o infantes, creyente o no creyente en su misma fe o religión, ya que el Todopoderoso es amor y en cada ser humano hay un momento de arrepentimiento sincero por los pecados cometidos por uno, por terribles que sean, pues el arrepentimiento es como una reconversión, una transformación de la persona. Esta es, repito, creencia antigua en el cristianismo. La ha citado de nuevo, la ha recordado el obispo de Tepic, Ricardo Watty Urquidi, a sus feligreses.

¡Admirable creencia! ¡Incluso conmovedora!... sólo que la misma, confrontada con las realidades cotidianas de la vida humana, hace de esa misma vida una indigna comedia. Bueno, eso me parece a mí, servidor de ustedes.

Más antes de seguir adelante, una aclaración: en lo personal, no soy en modo alguno un descreído, no dudo de la existencia de Dios, de su sabiduría, de sus fines inescrutables, imposibles para el mísero saber del humano; creo en el misterioso orden universal, en la armonía eterna, de la que se dice que nos fundiremos todos en un día, todo lo cual es bien sabido por todos ustedes, bueno, no, sino de los que hayan leído y no olvidado la ambigua y tormentosa saga de mi familia. Por la misma, y en especial por una célebre conversación que tuve con mi hermano menor en una infame taberna, saben bien que soy uno de esos hombres que sufren por una idea, en mi caso, el sufrimiento y la corrupción de que son sujeto y objeto todos los humanos, idea que me inquieta, angustia y enfurece al mismo tiempo. Y no tanto la corrupción y sufrimiento de los adultos, pues soy del parecer de los que opinan que los adultos, incuso en vida, tienen su compensación, pues han gustado y continúan gustando del fruto prohibido, han discernido, saben lo que es el bien y el mal y se han hecho “semejantes a los dioses”. Lo que más me mueve, atormenta y encoleriza es el dolor y la corrupción y el sufrimiento a que son sometidos los niños por parte de los adultos, pero esta preferencia no me hace olvidar que la tierra está empapada de lágrimas, sudores de angustia e incluso de sangre de humanos que poco o en nada han pecado, en fin, de inocente en algún grado. Cuando pienso en todo esto, me pregunto: ¿dónde está el supremo amor, la suprema bondad de Dios para tantos y tantos inocentes victimados? Sí, no ignoro que se ha dicho y se dice que los niños son solidarios de las faltas de sus padres. ¡Qué cosa!

Lo siento, pero su servidor no entiende este estado de cosas; mi razón no se explica y por lo tanto no comprende y menos justifica esta realidad dolorosa cuando la misma se relaciona con el supremo amor, con la infinita bondad del Todopoderoso por su suprema creación, el humano. No puedo admitir la vida basada en esas creencias. No me es suficiente una tal explicación de vida fundamentada en un más allá; me es necesaria una explicación aquí abajo, en la tierra. No la quiero para más tarde y en lugares que no conozco. Me rebelo contra un supremo amor, contra una infinita bondad que mete en el mismo saco el sufrimiento, el dolor gratuito de los inocentes y el arrepentimiento en el último minuto de vida de sus victimarios, de sus verdugos, de sus torturadores. Considero que las lágrimas, sudores de angustia y sangre de todos los que sufren, que son torturados y asesinados sin merecerlo, no explican ni pueden justificar ninguna verdad, cualquiera que sea la misma. Ninguna verdad vale tanto, es un precio demasiado caro.

No puedo admitir, me rebelo a creer que todo lo anterior ocurra para “mayor gloria de Dios”, como dicen. Pienso que sí, como aseguran algunos, Dios es invención del hombre o, como dicen otros, que el hombre es una creación hecha a imagen y semejanza de Dios, de todos modos y maneras, ¡bueno está El mismo! ¡Bueno lo dejan tanto una idea como la otra!

Bien, así veo y juzgo al mundo en que viven los humanos. Ustedes, estimados lectores de la presente, ¿qué piensan? ¿Estoy o no en lo cierto?

Antes de emitir su opinión, les conmino a que analicen cuidadosamente lo que he expuesto en la presente, y mejor aún, les recomiendo que lean, por si la han olvidado o la ignoran, la tormentosa historia de mi familia, en particular la conversación que tuve con mi hermano Alejo en una infame taberna, pues la misma les servirá para mejor normar su juicio.

Que Dios sea con todos.

IVAN KARAMAZOV

 

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