Fallece Jorge Díaz Serrano, protagonista del "boom" petrolero
MÉXICO, DF, 25 de abril (apro).- Director general de Petróleos Mexicanos (Pemex) del 1 de diciembre de 1976 al 6 junio de 1981, en el gobierno de José López Portillo, Jorge Díaz Serrano falleció la tarde de este lunes, a los 90 años de edad, que acababa de cumplir el pasado 6 de febrero.
Personaje sin duda emblemático, fue impulsor y protagonista del boom petrolero que experimentó el país desde los últimos años de la década de los setenta. Controversial y poderoso, lo mismo como político que como empresario, a Díaz Serrano se le reconoce haber ubicado a Pemex como un importante jugador –llegó a ser el cuarto productor mundial-- en el concierto internacional.
Pero así como creció su poder político al ritmo del auge petrolero, éste se vino a pique con la caída del boom. Díaz Serrano, en los tiempos en que López Portillo auguraba una riqueza petrolera inagotable –“tendremos que aprender a administrar la abundancia”, decía--, fue serio aspirante a suceder a su compadre y amigo.
Pero desde esas alturas, quiso la historia que Díaz Serrano cayera tan estrepitosamente que debió pasar cinco años de cárcel, luego de que, en 1983, fuera desaforado como senador por Sonora –su tierra natal--, cuando se descubrió, ya en el gobierno de Miguel de la Madrid, que había cometido fraude en la compra de dos buques tanque para Pemex, con sobreprecio.
Con su lema de “Por la renovación moral de la sociedad”, De la Madrid daba cuenta precisa de los abusos, raterías sin fin y los escándalos habidos en el gobierno de López Portillo y en el Pemex de Díaz Serrano.
A partir de textos publicados por Proceso en la época, se elabora el siguiente perfil del exdirector de la paraestatal que fue por años el soporte de la economía nacional.
Empresario, contratista de Pemex
Díaz Serrano hizo la carrera de ingeniero mecánico electricista en la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica (ESIME) del Instituto Politécnico Nacional (IPN).
Dos años después de concluir sus estudios en el Poli, en 1943 se fue a Estados Unidos como becario de la empresa Fairbanks Morse, trasnacional de maquinaria pesada y agrícola.
La empresa trasnacional capacitó en Chicago, durante dos años, al joven ingeniero mexicano. Brillante alumno, se ganó un puesto importante en la compañía: durante nueve años fue su representante en México. Y llegó a obtener los campeonatos nacional y mundial de ventas de la Fairbanks Morse. Su habilidad mercantil sería corroborada años después, cuando tuvo la oportunidad de vender el futuro del país.
En 1956, cuando tenía apenas 35 años, Díaz Serrano se convirtió en empresario, precisamente como contratista de Petróleos Mexicanos. Poza Rica era entonces el emporio petrolero de México. Emporio que durante 24 años manejó como feudo personal el superintendente Jaime J. Merino de la Peña. Hasta que fue acusado de ladrón y tuvo que huir del país.
Con el apoyo de su amigo Antonio J. Bermúdez, director general de Pemex en aquella época, Díaz Serrano obtuvo, por concesión de Merino, sus primeros, importantes contratos. Así lo recordó en una entrevista (Proceso 71) el que fue primer dirigente nacional de los trabajadores petroleros después de la expropiación, Rafael Suárez Ruiz.
Y así lo reconoció el propio Merino (Proceso 124), que llegó al exceso de equiparar a Díaz Serrano, “mi amigo”, con Lázaro Cárdenas.
Fueron esos, los últimos años de Merino de Poza Rica, los años en que Jorge Díaz Serrano fincó las bases de su fortuna personal y de su prominencia como empresario petrolero. Favorecido, en efecto, por los contratos de Pemex, creó en ocho años (de 1956 a 1965) cinco diferentes empresas: Electrificación Industrial SA, Servicios Petroleros EISA, Perforaciones Marinas del Golfo (Permargo), Dragados SA y Compañía del Golfo de Campeche SA.
Permargo, la principal de esas empresas, es prototipo de las sociedades creadas por Díaz Serrano en esos años. La empresa quedó constituida el 3 de octubre de 1960. Según la escritura pública 28,867, entre los accionistas fundadores estuvo aparte del sonorense, el estadunidense George Bush, que sería director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y que luego ocuparía la presidencia de Estados Unidos.
Las ligas de Díaz Serrano con inversionistas y petroleros estadunidenses fueron estrechas y prolongadas. “Entre 1965 y 1970 –dice el currículum oficial del exdirector de Pemex– formó en Houston y Galveston, Texas, la compañía Golden Lane Trirring, perforadora de pozos desde plataformas marítimas frente a la costa de Freeport, Texas y en el canal de Santa Bárbara, California”.
Además, representó, durante cuatro años (de 1969 a 1973), a General Motors Company en operaciones comerciales de locomotoras diesel y de plantas generadoras de electricidad.
Pese a tan abundantes ocupaciones, Díaz Serrano no dejó de cultivar su vieja amistad con José López Portillo. En 1965, cuando éste era ya director de las Juntas Federales de Mejoras Materiales, Díaz Serrano lo hizo su compadre. Don José apadrinó al menor de los hijos de don Jorge. El bautizo se llevó a cabo en la casa de Díaz Serrano en Cuernavaca, Morelos.
A Pemex, naturalmente
Cuando Luis Echeverría Alvarez designó a López Portillo como su sucesor en la Presidencia de la República, el nombramiento de Díaz Serrano para ocupar la dirección general de Pemex fue algo obvio y natural. A la amistad y el compadrazgo se aunaba la probada capacidad técnica del elegido, especialista en cuestiones petroleras.
No fueron impedimentos la calidad de empresario privado de Díaz Serrano ni sus antecedentes de trabajo y asociación con intereses estadunidenses. Bastó que, meses antes de asumir el puesto, se retirara oficialmente de todas sus empresas.
Para algunos presuntos allegados a López Portillo, la carta definitiva que le valió a Díaz Serrano la dirección general de Pemex fue la de haberle revelado al todavía candidato, seis años atrás, el secreto que permitiría al futuro mandatario salvar al país de la crisis económica en que lo dejaba sumido su antecesor.
Según esta especie, Díaz Serrano habría puesto sobre el escritorio de su amigo algo así como una bola de cristal en la que podía descubrirse la existencia de gigantescos yacimientos de petróleo en diversas regiones de la República, particularmente en el sureste.
Aunque es ingenuo pensar que López Portillo –como Echeverría mismo– ignoraba la existencia de esa riqueza, lo cierto es que desde que Díaz Serrano asumió la dirección de Pemex, el 1 de diciembre de 1976, actuó con una autonomía y una prepotencia sólo explicables o por su viejo, profundo lazo amistoso con el presidente, o por haber sido, en efecto, el mago que se sacó de la manga la salvación para este país.
Durante los cuatro años y medio que duró su gestión, Díaz Serrano mostró un triunfalismo sin límite, en el que apoyaba el manejo a su arbitrio, como propia, de la principal industria nacional.
Desde su primera declaración pública al frente de Pemex, el 21 de febrero de 1977, Díaz Serrano permitió a los mexicanos asomarse a un futuro prodigioso, a la vez que delineó lo que sería su política: la reserva petrolera de México –que hasta noviembre de 1976 era de 11 mil millones de barriles– “puede ser muy superior a los 60 mil millones de barriles”, dijo.
Y anunció también que las exportaciones de petróleo crudo durante el sexenio que se iniciaba se estimaban en 500 mil millones de pesos.
El milagro, pues, estaba a la vista.
Pocos días después, el 18 de marzo, al rendir su primer informe, confirmaba la buena nueva: “Si seguimos por este camino –dijo entonces– podemos afirmar sin temor a equivocarnos que estamos adquiriendo la estatura indispensable para pensar en grande, para actuar en grande, para realizar en grande”.
El camino al que Díaz Serrano se refería era el de la explotación ilimitada de hidrocarburos para su exportación masiva.
Camino que coincidía, por cierto, con los intereses de Estados Unidos, como se confirmaría después plenamente.
Quedaría también claro que no era Jorge Díaz Serrano el único poseedor del secreto sobre la riqueza petrolera mexicana. Lo sabía el gobierno de Estados Unidos, por conducto de la CIA. Y sabía muchas cosas más.
En abril de 1977, la CIA pronosticaba, en un informe, que en 1980 la producción petrolera mexicana –que entonces era de apenas 900 mil barriles diarios– sería de 2.2 millones de barriles por día y que en 1985 llegaría a entre 3 y 4.5 mbd.
La primera predicción se cumplió puntualmente: a mediados de 1980, Pemex informó que su producción alcanzaba los 2.2 millones de barriles diarios.
Este crecimiento interesaba vitalmente a Estados Unidos. En agosto de 1978, el entonces consejero del presidente Jimmy Carter para asuntos de Seguridad Nacional, Zbigniew Brzenzinski, instaba al gobierno de su país –en un memorándum dirigido al vicepresidente y al secretario de Estado– a buscar “posibles incentivos para inducir a Pemex a aumentar su capacidad de producción...”.
Mientras tanto, la euforia de Díaz Serrano no tenía límite. Prepotente, ignoraba las voces independientes –economistas, investigadores, políticos de oposición– que advertían de los peligros de un despilfarro energético que, además, comprometía seriamente la independencia económica del país.
El boom petrolero se nos venía encima. Las cifras sobre reservas "probadas", "probables" y "potenciales" se incrementaban espectacularmente, como mágicamente se multiplicaban los descubrimientos de más y más ricos yacimientos.
"El petróleo –sentenció Díaz Serrano en septiembre de 1977– es como los tomates o la piña: o se consumen o se pudren."
Bajo esa premisa, toda discusión era inútil. Y bajo esa premisa llevó Díaz Serrano los destinos de Pemex y del país.
Igualmente tajante fue su sentencia sobre el gas natural: "Se vende o se quema en la atmósfera". No había más alternativa. Y en eso fundamentó la conveniencia de la construcción del gasoducto a Texas y su defensa a ultranza del proyecto cuando desató una polémica.
Luego, cuando el gobierno de Estados Unidos rechazó la carta de intención de México con las empresas gaseras privadas estadunidenses, cuando "nos quitaron escaleras", como dijo López Portillo, surgió por arte de magia otra posibilidad, antes ignorada: consumir el gas en el país. El gasoducto, entonces, no llevaría el energético a Texas, sino a Monterrey, para su consumo en las industrias neoleonesas.
Aunque en vez de los 2.60 dólares el millar de pies cúbicos, como se pretendía vender a los texanos, el precio doméstico fuera de sólo 32 centavos de dólar el mpc, cuando el costo de llevarlo hasta Monterrey era de 40 centavos de dólar.
Díaz Serrano maniobraba, manipulaba las cifras, ocultaba información, desdeñaba a sus críticos; pero seguía por "ese camino" que se había trazado.
En octubre de 1977 afianzó su posición. En medio de la acalorada polémica por la construcción del gasoducto, compareció ante la Cámara de Diputados. Aquella tarde obtuvo un triunfo memorable cuando anunció al país entero:
"México es rico."
Era la suya, y así lo dijo, "una de las noticias económicas más importantes del siglo": tenemos suficiente riqueza acumulada en el subsuelo para resolver no sólo los actuales problemas económicos de México, sino también para crear "un nuevo país permanentemente próspero, un país rico donde el derecho al trabajo sea una realidad".
Y mientras la euforia de la abundancia petrolera envolvía a los mexicanos, el gobierno de Estados Unidos se frotaba las manos. También, claro, Jorge Díaz Serrano.
En tanto el gobierno de Estados Unidos, como los de otros países consumidores de petróleo, comenzaba a llenar con crudo gigantescas cavernas como reserva especial para romper posteriormente la hegemonía de los exportadores en el mercado, mientras México colaboraba con su petróleo –como lo reveló el Pentágono– a crear esas reservas estadunidenses, el gobierno mexicano se aprestaba a "administrar la abundancia".
Y Díaz Serrano insistía en su triunfalismo:
"Los petroleros de México –dijo en su informe del 18 de marzo de 1979– estamos conscientes del momento que vivimos y reconocemos la grandeza y profundidad del cambio que para los destinos de nuestro país significa el descubrimiento y acertada utilización de la riqueza petrolera. Gran responsabilidad, enorme tarea: pero tenemos fe en los mexicanos: tenemos fe en los petroleros; tenemos fe en José López Portillo."
A partir de entonces, los empeños de JDS se centraron en lograr que nada detuviera el crecimiento productivo y la exportación de Pemex. En este punto trascendental, como en muchos otros, encontraría como barrera la posición de un sector del gabinete presidencial, sector que encabezaba el secretario de Patrimonio y Fomento Industrial –a la vez que presidente del Consejo de Pemex–, José Andrés de Oteyza.
Oteyza apoyaba la fijación, por parte del gobierno mexicano, de una plataforma "tope" de producción petrolera; Díaz Serrano quería manos libres, sin límite. Fue seria la pugna entre ambos funcionarios.
A tal grado, que el presidente López Portillo tuvo que llamarlos al orden, junto con el director de un diario que apoyaba la posición de Díaz Serrano , durante una privadísima reunión efectuada en Querétaro, donde el mandatario realizaba una gira de trabajo.
El 18 de marzo de 1980 era una fecha clave en esta pugna, por demás fundamental para el país. En su informe, Díaz Serrano usó nuevamente un tono eufórico y proclamó la necesidad de aumentar la explotación petrolera –que rebasaba ya los 2 millones de barriles diarios–, para lo cual, dijo, Pemex tendría que incrementar su capacidad de producción. Cuidó la forma:
"Tal vez debamos pensar en el incremento paulatino no exactamente de la producción, pero sí de la capacidad de producción", dijo.
Acto seguido, el entonces presidente López Portillo anunció la decisión del gobierno mexicano de fijar en 2.5 millones de barriles diarios la plataforma de producción. Y fijó el tope de exportación en 1.5 mbd.
El relativo revés que para las pretensiones de Díaz Serrano significó esa decisión, no impidió al director general de Pemex continuar su camino triunfal. Para ese entonces, en la prensa internacional se le mencionaba a menudo como "el segundo hombre de México". Tales eran su prominencia y su poder.
En febrero de 1981 llegaría a la cumbre y sus disimuladas aspiraciones presidenciales –que únicamente a sus íntimos había confiado– cobrarían forma.
Orador oficial, principal, central de la IV Reunión de la República, el 5 de febrero de 1981, en Hermosillo, Díaz Serrano habló con tono de mandatario:
"La Revolución Mexicana no está terminada y la Constitución no es un texto inerte, porque esas instituciones nos dan el frescor de un nuevo impulso y los problemas que nos acechan no nos agobian, por más arduos que sean. Este es un momento decisivo, en que está en nuestras manos iniciar el despegue."
Dijo también, como mandatario, que "el Estado mexicano seguirá afirmando su papel protagonista al lado de los obreros y campesinos y no cederá a nadie su derecho a regir la economía del país y manejar directamente los recursos básicos que la Constitución le confiere".
Y llevó agua a su molino:
"Dejemos atrás la época de los proyectos tímidos y pequeños lanzándonos a una existencia plena con mayores alcances, porque tenemos a nuestra disposición medios idóneos y porque estamos dispuestos a no desperdiciarlos por la inconsciencia o el despilfarro."
El país estaba a salvo. Y él era, modestamente, el autor del milagro.
Poco más de un mes después, el 18 de marzo de 1981, ratificó su triunfalismo y se desbordó.
"Usted –dijo en su informe al presidente López Portillo– es el autor de la confianza política de los mexicanos, del auge petrolero y del resurgimiento de la economía del país.
"Entre el México de finales de 1976 y el de hoy existen enormes diferencias. Aquel era un país lleno de zozobra: esta es una nación segura de su destino."
Seguro de su destino parecía el propio Díaz Serrano en esos momentos de euforia. Solamente habría que saber esperar.
Mercado de compradores
El 25 de mayo de 1981, Proceso publicó el contenido de un estudio elaborado por analistas de la Secretaría de Programación y Presupuesto (SPP). Según el estudio, Petróleos Mexicanos estaba convertida una empresa estatal que hace prácticamente lo que se le antoja, que pasa por encima de leyes, reglamentos y normas de control oficial y que atraviesa por una etapa de organización, corrupción, fugas económicas y caos de sus finanzas internas.
El estudio abarcó hasta agosto de 1980. Es lapidario al enumerar los males de Pemex: "deterioro financiero gradual", "solvencia a corto plazo disminuida", autonomía en el manejo de finanzas, planes, programas, contratos; fugas fuertes de dinero por controles arcaicos y corrupción; programas sin supervisión oficial –del sector a que pertenece o siquiera del gobierno federal–; programas retrasados y sobrefacturados; informes, documentos y cifras nada confiables para la SPP; manejo desordenado de ingresos y gastos, entre otros.
Oficialmente, la SPP negó que el estudio en cuestión fuera un documento oficial de la dependencia, pero a la vez confirmó la existencia del reporte, aunque como un "trabajo preliminar".
Su publicación descubrió el desastre administrativo y financiero en que sumió a Pemex la administración de Jorge Díaz Serrano, el paladín de la abundancia nacional.
Los hechos que siguieron precipitaron su estrepitosa caída. El 1 de junio de 1981, menos de tres meses después de que en su informe anual había ponderado hasta el exceso la bonanza petrolera de México, Díaz Serrano declaró:
"Este es el momento en que se convierte un mercado de vendedores en un mercado de compradores. Entonces, los que tienen las cartas fuertes son los que están comprando, y una lucha que era sorda con los mercados se convierte en lucha abierta."
Para lograr eso, países como Estados Unidos habían almacenado en sus cavernas miles de millones de barriles de crudo. Ahora la tortilla se volteaba y había que bajar los precios del petróleo.
El tono triunfal desapareció de las palabras de Díaz Serrano aquella tarde, a bordo del barco en que acompañaba a López Portillo en un recorrido con motivo del Día de la Marina:
"Surgimos como exportadores –dijo– en un momento en que mandaban los que exportaban. Ahora las cartas se han cambiado, la situación ha cambiado, y necesitamos vivir este otro lado del mercado para regresar, ojalá, a un mercado menos sinuoso, más nacional", advirtió.
Por lo pronto, decidió una reducción de cuatro dólares por barril en el precio del petróleo mexicano y así lo comunicó a las compañías compradoras estadunidenses.
Sus sueños futuristas se esfumaban.
Y se esfumaron:
El 6 de junio de 1981, Jorge Díaz Serrano renunció a la dirección general de Pemex.
"En virtud de que mi decisión de reducir el precio del crudo no recibió la aprobación unánime del gabinete económico –dijo en el texto de su dimisión, que entregó a López Portillo– y no queriendo constituir un elemento de discordia, prefiero presentar ante usted mi renuncia irrevocable..."
El hecho, inesperado, fue seguido de un total hermetismo oficial sobre las causas de la remoción de Díaz Serrano, a quien sucedió Julio Rodolfo Moctezuma. Poco o nada aclaró el secretario Oteyza en su comparecencia de casi siete horas ante la Comisión Permanente del Congreso de la Unión, el 16 de junio de ese año.
El titular de la Sepafín escapó una y otra vez a las preguntas de los legisladores sobre el porqué de la renuncia y cuál había sido el papel del consejo de administración de Pemex, que el propio Oteyza preside, en la rebaja del precio del crudo.
"Independientemente de si fue adecuada o no la medida, fue precipitada", dijo apenas el funcionario.
Transcurriría luego casi un mes de silencio antes que se supiera algo más sobre el asunto. Y fue el propio presidente López Portillo el que tocó el tema, durante una conferencia de prensa a bordo del avión Quetzalcóatl I, el 10 de julio. Luego de calificar como "dolorosísimo" el caso de Díaz Serrano, el mandatario dijo:
"Ustedes saben que Jorge Díaz Serrano es mi amigo desde la infancia; me ayudó en momentos duros de mi vida y le tengo una gran estimación y un gran respeto. Ha sido sin duda un funcionario extraordinario, que ha realizado en Petróleos Mexicanos una obra que llamó la atención en México y en el mundo entero.
"Lo que hizo Pemex durante la administración de Jorge Díaz Serrano fue extraordinario; pero llegó el momento en que cambió la circunstancia y entonces él precipitó una decisión."
López Portillo refirió en seguida el cambio ocurrido en el mercado petrolero internacional y la decisión de la OPEP. Dijo que Díaz Serrano le informó que la OPEP estaba bajando los precios "y que teníamos nosotros necesidad también de bajarlos. Yo lo entendí –prosiguió el presidente–. Acepté y le dije: ‘acepto que empecemos a bajar los precios, pero está el acuerdo de depurar la lista de clientes; vamos a depurarla y vamos a tener una reunión con el gabinete económico para que nos des pormenores y acordemos lo conducente’.
"Pasaron dos días desde el momento de esa conversación, cuando tuvimos la reunión, y previamente para conducir esa reunión me reuní con Jorge Díaz Serrano y con algún otro funcionario para ver cómo estaba la situación. Entonces propuso y me informó Jorge que la baja era de cuatro dólares. Dije: ‘no, no; vamos a verlo en el gabinete económico’. Me contestó: ‘no puedo, ya salieron los cables’. Yo aludí: ‘bueno, pero la reunión era para fijar los pormenores y cumplir los acuerdos previos. ¿Cuáles eran? Depurar la lista de clientes y fijar la baja’.
"Tal vez la reunión hubiera acordado los cuatro dólares, pero no está dentro del sistema de toma de decisiones una de esa naturaleza, y resultó que la baja de cuatro dólares era excesiva, porque nos sacaba de todas las bajas de tolerancia. En estas condiciones, naturalmente al gabinete económico no le gustó esa decisión y al gabinete económico casualmente lo encabezo yo; es mi gabinete económico. Esto es, señores, lo que pasó."
Jorge Díaz Serrano se fue a su casa con todo y sus aspiraciones rotas, su proyecto mágico, su triunfalismo hecho trizas. Desde la banca vio cómo Miguel de la Madrid Hurtado, el secretario de Programación y Presupuesto de López Portillo, era ungido sucesor presidencial.
El 5 de octubre de 1981, cuatro meses después de su renuncia en Pemex, Díaz Serrano fue nombrado por su amigo López Portillo embajador de México en la Unión Soviética.
Respiró tranquilo otra vez.
Y preparó su resurrección política: el 8 de octubre confió que tenía muy buenas relaciones con Miguel de la Madrid y ofreció su colaboración: "Espero que él tenga un lugar para mí".
Pero el lugar ofrecido no fue otro que la cárcel, en 1983, luego de que fuera desaforado como senador por Sonora. El delito: fraude a Pemex por la compra de dos buques-tanque, con sobreprecio.