El imperio de la novela Emilio Salgari (1862-1911)

miércoles, 6 de abril de 2011 · 01:00

En señal de luto por el asesinato de Juan Francisco Sicilia.

 

MÉXICO, D.F., 6 de abril (Proceso).- El homenaje en su patria a Emilio Salgari al cumplirse cien años de su muerte empezó con la entrega en Verona del premio Corsario Negro a Paco Ignacio Taibo II. Lo recibió por su novela El retorno de los Tigres de la Malasia, a su vez el más extremo reconocimiento posible de México y de la lengua española al gran narrador.

Taibo, el novelista mexicano con más traducciones y mayor popularidad en Europa y en los Estados Unidos, tiene una capacidad de trabajo sólo comparable a la que mostraron los escritores del siglo XIX. A la serie del detective Belascoarán Shayne, con las que fundó nuestra novela negra, la única practicable en un país donde nadie ha confiado nunca en el triunfo del Bien ni de las fuerzas del Estado, se suman sus biografías monumentales de Ernesto Guevara, también conocido como el Che y de Pancho Villa, los tomos VII y VIII de la Historia General de Asturias y otros cincuenta libros en los que también hay espacio para la brevedad como Temporada de zopilotes: una historia narrativa sobre la Decena Trágica, la novela histórica: La lejanía del tesoro y su insólita colaboración con el subcomandante Marcos: Muertos incómodos. 

Marxismo salgarismo

 

Taibo (1949) y Fernando Savater (1947) tuvieron el valor que le faltó a la generación anterior para reivindicar el placer y la enseñanza encontrados en libros como los de Salgari. En La infancia recuperada (1976) Savater habló del gusto y el entusiasmo producido por las novelas descubiertas en la infancia y en la adolescencia. Ahora Taibo ha querido escribir “un pastiche salgariano, producto del rencuentro entre una permanente vocación literaria por la novela de aventuras y mis amores infantiles por el maestro de la literatura de acción”.

El autor ha hecho explícitas la tensión política y la vertiente anticolonial de estos libros (“origen de mi antiimperialismo, que sin duda se nota y se sabe salgariano y no leninista”). A Sandokán, Yáñez de Gomara, Tremal Naik y Kammamuri se suman Engels, quien en en su ensayo sobre El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre utiliza las notas de Yáñez acerca de la conducta de los orangatunes en la isla de Borneo, Luisa Michel que pasa de la Comuna de París a actuar junto a los Tigres de la Malasia, Rudyard Kipling como joven reportero angloindio, un alemán que inspiró al héroe de Karl May cuyas novelas del oeste fueron la lectura predilecta del joven Hitler, y el doctor Moriatry, el futuro archienemigo de Sherlock Holmes.

Mérito indiscutible de Taibo es alcanzar la altura de su maestro. Durante la mayor parte de su carrera Salgari no tuvo que competir con el cine, la radio, la televisión, los cómics, las novelas electrónicas ilustradas y los videojuegos. Su escenario único fue el teatro de la imaginación que habitaba en el niño lector. (Las niñas no leían a Salgari del mismo modo que se les reservaban las muñecas y los juegos de té en contraste con las ametralladoras, los tanques, los cazabombarderos de sus hermanos y amigos.)

Omnipresencia de Salgari

 

Es difícil pensar en otro autor que haya tenido en el México previo al medio siglo una difusión comparable a la de Salgari. A las publicaciones nacionales de Editorial Pirámide se sumaban las argentinas de la Editorial Molino y las españolas de Saturnino Calleja. En una de ellas, La soberana del campo de oro, aparece la más divertida nota al pie que hay en novela alguna del orbe castellano. En sus andanzas por el Far West los personajes se topan con unos mexicanos que les ofrecen su único alimento: “judías negras” (frijoles) y tortillas. Asterisco, aclaración: “Tortilla: asqueroso pan de maíz que comen los mejicanos. No confundir con nuestra deliciosa tortilla española”. Hoy la edición más accesible de algunas novelas es la de Sepan Cuantos… (Porrúa), con prólogos de la siempre recordada María Elvira Bermúdez. 

Marinero en tierra

 

En la historia trágica de la literatura Salgari destaca como la quintaesencial víctima de sus editores. Auténtico forzado de la pluma, uncido a la galera o a la noria que lo obligaba a producir novela tras novela, alcohólico, lleno de deudas, demente por la muerte de su esposa, Ida Peruzzi, que acababa de fallecer en un manicomio, Salgari se suicidó a los 49 años en un parque de Turín el 23 de abril de 1911. Según la versión más difundida se hizo el seppuku con una daga malaya. Para que realmente fuera harakiri hubiese precisado, como nos enseñó Yukio Mishima, que un cómplice lo decapitara. 

Del revisionismo nadie se salva. Otros dicen que, como Lope de Vega y Rubén Darío, Salgari estaba bien pagado. Si jamás tenía un centavo era por culpa de sus gastos desmedidos. También se habla de su mitomanía. A diferencia de Joseph Conrad, nunca fue marino y mucho menos capitán en tierras exóticas. Su único conocimiento del mar fue un paseo en barco por el Adriático. Sin libros ilustrados ni internet, y mucho menos Google Earth, sus convincentes descripciones de otros mundos las derivó de revistas geográficas y escuetas enciclopedias. 

El Corsario Negro y Sandokán

 

Los dos ciclos novelísticos en que descansa la mayor fama de Salgari son más o menos contemporáneos y fueron escritos entre 1895 y 1908. La serie del Caribe o de las Antillas consta de seis libros, tiene como héroe al señor de Ventimiglia, El Corsario Negro, en lucha a muerte contra el flamenco Van Guld, gobernador español de Maracaibo y verdugo de sus hermanos, El Corsario Verde y El Corsario Rojo. El noble italiano ama a la hija de su enemigo, Honorata de Van Guld, y engendra a Yolanda, una versión idealizada de Ida Peruzzi, o Aída como prefería llamarla Salgari.

La versión del colonialismo español es tan feroz como la imagen del imperio inglés que se desprende de la serie consagrada a Los Tigres de la Malasia, once novelas entre las que figuran Sandokán, La venganza de Sandokán, El Rey del Mar, La reconquista de Mompracem, La caída de un imperio, La venganza de Yáñez. Aquí la amada trágica y bellísima tiene por nombre Mariana, “La Perla de Labuán”, y el villano imperialista es James Brook, el llamado Raja Blanco de Sarawak. 

Salgari en la aventura de su invención trasciende a los piratas de uno y otro lado del mundo. Se ocupa de lo que para él fue la actualidad: la guerra entre España y los Estados Unidos (La capitana del Yucatán), la explotación del caucho hoy rediviva por Vargas Llosa (Los dramas de la esclavitud), el preGulag de los zares (Los horrores de la Siberia), las exploraciones del Ártico (La Estrella Polar, Invierno en el Polo Norte) y una novela hasta hoy no encontrada sobre Sudáfrica y la guerra de los boers.

Entre las menos conocidas y más interesantes de sus novelas sudamericanas destaca El tesoro del presidente del Paraguay. Salgari narra el mayor genocidio ocurrido en nuestras tierras después de la conquista y el exterminio de los pueblos originarios de Norteamérica: la destrucción casi total del Paraguay por obra de la Triple Alianza de Argentina, Brasil y Uruguay.

El mito de Mompracem

 

Los niños de ayer que leían a Salgari encontraban una visión de los pueblos no europeos por contrario enemiga de la que obtenían en el cine. Aplausos y gritos saludaban al Séptimo de Caballería, al regimiento de marines o a los lanceros ingleses cada vez que masacraban a apaches, árabes, negros, hindúes, chinos, japoneses. Salgari fue de los pocos novelistas europeos que vio a los otros con respeto y solidaridad.

Paco Ignacio Taibo II termina su apasionado homenaje a Emilio Salgari en su centenario con la certeza de que Sandokán no puede reconstruir su fortaleza en el islote de Mompracem. Lo que quiere es reconstruir la idea de Mompracem, el mito de Mompracem: la isla de los hombres libres en un océano de amos y de esclavos. (JEP)

 

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