No hay motivo

viernes, 13 de mayo de 2011 · 01:00

MEXICO, D.F., 13 de mayo (apro).- ¿Por qué sorprenderse? Nada de nuevo tiene que la Iglesia de Roma haya beatificado, como paso previo para elevarlo a los altares, a un Papa con oscuros y contradictorios decires y haceres en sus funciones de pastor, de guía y guardián del rebaño encomendado por Dios a su cuidado. El sorprenderse o sentir malestar por ese hecho únicamente se explica en personas olvidadizas o sean ignorantes.

Hay que tener en cuenta que, más allá de la fe, la Iglesia de Roma es una institución formada y regida por personas, y por lo tanto, sujeta a errores e incluso a horrores. Al respecto hay que recordar que en sus inicios la Iglesia Católica fue perseguida y victimada, en cuanto fue reconocida y convertida en religión oficial del imperio romano, luego, luego se convirtió en perseguidora y victimaria de las religiones paganas existentes en el mismo, donde el lamentable espectáculo de bandas de convertidos, que armados destruían templos paganos y maltrataban y hasta asesinaban a sus sacerdotes y otros partidarios de esas religiones, como le sucedió a Hiparía, a la que Cirilo, patriarca cristiano de Alejandría, hizo que fuera asesinada por un grupo de monjes que la torturaron hasta la muerte arrancándole la carne de los huesos con conchas de ostras y luego despedazaron su cadáver.

También no hay que olvidar que si bien en sus inicios la Iglesia católica se negó a reconocer la pretendida divinidad de los emperadores romanos y, en consecuencia, se negó a rendir culto a sus imágenes, por lo que fue cruelmente perseguida y asesinados sus seguidores, en cuanto fue instituida como religión de estado rápidamente predicó entre sus fieles que el poder que ostentaban los césares les había sido concedido por Dios, y que rebelarse contra el mismo era rebelarse contra la voluntad divina.

En cuanto al asunto de las santificaciones, recordemos a San Agustín de Hipona (356-430); este hombre es uno de los más principales de todos los tiempos para la Iglesia de Roma y no es para menos, ya que el mismo, con sus escritos y actos, de manera definitiva contribuyó como pocos a la afirmación de varios de los dogmas capitales de la Iglesia, como el del pecado original, el del libre albedrío y las relaciones entre el hombre y Dios, pues bien, han de sab3r ustedes, lectores de la presente, si es que no lo sabían, claro, que tan sabio y santo varón fue muy capaz de recurrir al soborno, o lo que es lo mismo, de corromper a sus prójimos con dádivas para conseguir de ellos alguna cosa.

Agustín estaba empeñado en hacer artículo de fe el pecado original, pecado del que por cierto, cosa curiosa, nunca habló Jesús en los Evangelios.

Pelagio, monje británico, por el contrario, sostenía que no había nada de tal pecado, ya que los humanos habían sido redimidos del mismo por la sangre de Cristo en la cruz, y la criatura humana, como creación de dios, suprema sabiduría y suprema bondad, por eso estaba facultado y capaz del bien sin necesidad de la gracia salvadora del bautismo y la confesión, por lo que los hombres podían, por si mismos, salvarse, tanto en el otro mundo como en éste, pues como escribió en una carta “…imputamos al Dios del conocimiento la culpabilidad de una doble ignorancia; no saberlo que ha hecho, y no saber que ha ordenado. Como sí, olvidado de la fragilidad humana, que él determinó, hubiese impuesto a los hombres mandamientos que ellos no pueden cumplir… de manera que Dios parece haber buscado no tanto nuestra salvación como nuestro castigo…”

¿De qué lado estaba la razón? Esa es cuestión que, únicamente ustedes, los humanos, concierne.

Lo que hay que señalar y tener en cuenta es que Agustín, en su discusión con Pelagio, hizo uso del soborno, corrompió la voluntad de poderosos e influyentes personajes al distribuir entre ellos magníficos caballos árabes, con lo que consiguió ganarle la partida a Pelagio, que fue condenado como hereje y con él todos sus partidarios. Y Agustín fue proclamado santo, tiempo después de su muerte.

Ante este hecho significativo y otros más que hay que tener en cuenta y no olvidar, como es que contra la inhabilidad de papas pasados, que sostuvieron que existía el Limbo, que era herejía el heliocentrismo por ir contra las Sagradas Escrituras; que no había salvación posible fuera de la religión católica, apostólica y romana y hasta condenaron el uso de la racionalidad, ¡dada al humano por el mismo Dios para distinguirlo de los animales!, papas posteriores, igualmente infalibles, decretaron que el Limbo no existe, admitieron el heliocentrismo como cierto y que todo humano se puede salvar aunque no sea un fiel creyente de la Iglesia de Roma.

Conclusión: que no hay motivo para sorprenderse por la beatificación de Juan Pablo II (papa que por cierto beatificó en el 2000 a Pío IX, uno de los papas más reaccionarios de la historia), pues quien quita que con servidor de todos ustedes, la Iglesia de roma haga una nueva purga de santos y hasta diga que el infierno no existe.

 Con mis mejores deseos para ustedes, los vivientes.

EL TIEMPO

 

--FIN DE NOTA—

 

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