Con Gonzalo Rojas en 1984

viernes, 6 de mayo de 2011 · 01:00

MÉXICO, D.F., 4 de mayo  (apro).- El 12 de septiembre de 1984 apareció en la revista Siempre! una larga entrevista de la periodista Cristina Pacheco con el poeta chileno Gonzalo Rojas, quien aún no se hacía acreedor a los grandes premios en lengua española: El Pablo Neruda, el Reina Sofía, el Octavio Paz, el Cervantes…

Esta agencia reproduce el primer tercio del texto, que se tituló “Lo que más me gusta es decir: soy un juglar”, con la autorización de la autora, donde se aprecia la descripción minuciosa del poeta, fallecido el lunes pasado en la capital de su país.

A manera de presentación, la entrevista reproduce unas palabras de Rojas dichas a Pacheco, con un encabezado: “La poesía como destino de América”. Esas palabras pon las siguientes:

“Me llamas poeta. A lo mejor soy un juglar nomás porque lo que más me gusta es decir la poesía. En cuanto escribo una línea la digo. Siento que así, por el sonido, entro más en  ella. Todo empezó con la palabra relámpago. El silbido, el centello, el fogonazo, la fuerza que había en sus vocales se me dio como algo muy decisivo no porque refería al espectáculo de una tormenta sino por la belleza misma de la palabra. Y desde aquella tarde el mundo se me dio más desde la palabra que desde el fulgor. Soy una criatura circular y mi palabra también juega circo largamente en una vertiginosidad a lo mejor oceánica.”

 

Cristina Pacheco

 

No había espacio para el poeta en la habitación del hotel donde entrevisté a Gonzalo Rojas, invitado al homenaje a Octavio Paz en sus setenta años de vida. O quizá no había espacio para mí, dispuesta conversar con el gran poeta chileno que se autodefine como un ser “larvario, lento, demorado”.  Rojas se inició con un Cuaderno secreto (1936) y luego publicó La miseria del hombre (1948), Uno escribe en el viento (1962), Contra la Pared (1964), Oscuro (1977), Trastierro (1979), Del relámpago (1981) y 50 poemas (1982).

La solución estuvo en el espejo, objeto contrario a la modestia que llevó a Gonzalo Rojas a publicar sus primeras obras “en secreto”, “contra la pared”, en el viento”. Impecable en su atuendo y dicción, tomó asiento y me destino por escritorio el tocador lleno de manuscritos, libros, fotocopias. Mientras tomaba mis notas pude ver su imagen reflejada en el espejo y desde allí me respondió, moroso, recién salido del sueño.

Antes de que hiciera mi pregunta inicial, Gonzalo Rojas me advirtió que estaba fatigado: “Aquí ha habido muchas personas que ver, las discusiones han sido prolongadas. Dormí poco y a estas horas, las nueve de la mañana, me cuesta un poco de trabajo ordenar mis ideas para que hablemos de poesía”.

--El hecho mismo nos ayuda a desmitificar la poesía, que se supone un oficio nocturno, solitario. Quizá podamos comenzar con dos versos suyos que me obsesionan: “La sombra es lo que el cuerpo deja de la memoria”. La  escritura podría ser la sombra que deja la experiencia.

--La sombra, la luz… La poesía es siempre la luz, por todos lados. Pero mira, vengo de los sueños profundos, déjame reflexionar, pensar un poco… Es utópico y hasta abusivo decir que el sueño de que uno viene al despertar es necesariamente el sueño que uno vive en la vigilia perpetua. Lo fisiológico --quiero decir el sueño fisiológico-- favorece sin duda al gran ejercicio imaginario de estar tocando las cosas.

Así, mi trato con la luz de la vigilia es parte natural de mi trato con la otra luz. Es verdad que alguna vez escribí “la sombra es lo que el cuerpo/ deja de su memoria”. Pero en estos momentos, a la luz del día no sé bien lo que quise decir con esto.

 

El relámpago

--Sus libros podrían explicar esos versos y darle respuesta a mi pregunta. Ellos también, vagamente, me hablan de un Gonzalo Rojas al que, como hombre, muchos desconocemos. En una ficha literaria encontré estos datos: “Nace en 1917. Su vida ha estado consagrada a la creación y la cultura.” Me gustaría saber algo más de su existencia para entenderlo mejor.

--Soy hijo de un minero del carbón que trabajó en el fondo del océano, en las minas, igual que muchos que los mineros que trabajaban al fondo del Golfo de Arauco, en mi país. Así, no es raro que tenga en mi palabra una relación con las sombras.

--Pero supongo que de esas sombras emergió la palabra luminosa que lo acercó a la poesía.

--Sí. He contado ya una experiencia infantil que tiene que ver con ese encuentro. Mi recuerdo data de cuando yo tenía seis o siete años. Nuestra casa estaba en el roquerío, junto al océano. Una tarde sobrevino una tormenta de esas feroces, espectaculares, que son como un coheterío del cielo: todo era estruendo, rayos. Sí, recuerdo cuánto me maravilló aquel espectáculo: el cielo volcándose sobre el océano.

“Yo miraba aquel espectáculo junto con mi madre y mis ocho hermanos: ocho muchachitos. Mi padre no estaba con nosotros: murió cuando yo cumplía cuatro años. De pronto aquella visión me tocó menos que la palabra que dijo uno de mis hermanitos: ‘relámpago’. Sí, él dijo ‘relámpago, relámpago, relámpago’. El silbido, el centelleo, el fogonzazo, la fuerza que había en sus vocales se me dio como algo muy decisivo, no porque se refiriera al espectáculo sino por la belleza misma de la palabra. Y desde aquella tarde el mundo se me dio más desde la palabra que desde el fulgor.”

 

Poesía y sonido

--Esa palabra, “relámpago” ¿lo acercó a otras que fueron predilectas, dóciles en sus primeros ejercicios literarios?

 --Eso no me atrevo a decirlo. El escritor, el poeta, no persigue ni elige a las palabras. Ellas vienen, entran en uno, lo oxigenan. Soy un animal rítmico y por lo mismo fónico. Estoy con la palabra que se oye en poesía. No quiero volver a la sonoridad exterior. No me refiero a eso. Creo que la fuerza de la sílaba, de la vocal, del zumbido es absolutamente necesaria en un oficio fónico. Estoy por el rescate del pneuma, del respiro poético. Esto significa que me preocupa la palabra respirada-asfixiada, lo que nos devuelve a tu primera pregunta, que se relacionó con las sombras y la luz.

 --Su vocación por la palabra respirada-asfixiada, ¿es una metáfora para señalar las dificultades del oficio poético o se relaciona con algo más concreto?

--Con algo más concreto. Pienso, como Baudelaire, que la infancia es la patria de los poetas. El ritmo de mi poesía tiene que ver con un padecimiento que sufrí cuando era un muchachito. Sí, de niño pequeño fui un gran tartamudo y puedo asegurarte que me costó mucho trabajo destartamudearme. Recuerdo que se me dificultaba especialmente pronunciar las palabras con “c” dura o con “p”. Para resarcirme de la imposibilidad que esto suponía, se me ocurrió inventar el juego de las mudanzas: reemplazaba sílabas, letras y acabé inventando palabras. Todo esto sucedió mucho antes de que se me ocurriera escribir poesía.

 

La palabra viva

--Usted publica su primer libro a los 19 años y el segundo aparece dos décadas después. Casi lo mismo ocurre con el tercero. Estos lapsos de silencio dan la impresión de que su poesía es una formación natural que, también de manera natural, aguarda el momento de salir a la luz.

 --Soy un poeta larvario. Me demoro en escribir y además, guardo mucho. No quiero escribir desde la primera línea, el chispazo. En todo caso la anoto y allí la dejo. Mi inconsciente le da vueltas, la toma, la azota contra el roquerío, que está en los recuerdos de mi infancia, y entonces rebota con luz propia toda una colección de frases que llaman “visión del mundo”.

--La influencia del tiempo real sobre su obra me hace pensar en sus poemas como en las obras creadas por un artesano.

--El poeta tiende a detener el rigor y la modestia del artesano por mucho que en un instante se le ofrezca una visión instantánea; pero el escritor tiene que construir, armar, detener esa visión porque de otro modo se pierde. No estoy a favor de la poesía que no cuida su construcción; pero esto no significa que esté para nada contra lo espontáneo y lo dinámico de la palabra. Me refiero a la palabra viva que llamamos poesía.

“También quisiera decir que hablar de poesía en seco sin posibilidad de sustentar el diálogo en un textito me preocupa porque se presta a errores, a equivocaciones.”

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