Tonatiuh Moreno, su testimonio después de interpelar a Calderón

jueves, 2 de febrero de 2012 · 20:43
MÉXICO, D.F. (apro).- Estoy sorprendido. Cuando me decidí a interpelar a Felipe Calderón en el anuncio de Ciudad Creativa Digital el pasado lunes, no sabía lo que iba a desencadenar. Sabía, sí, que me arriesgaba a ser detenido por el Estado Mayor. Tambíen sabía que mi acto no le iba a agradar a la mayoría de mis “colegas” empresarios del mundo de los medios digitales y que iba a perder ciertas posibilidades de negocios. Me llamo Tonatiuh Moreno. Soy estudiante de la Maestría en Comunicación de la Ciencia y la Cultura del Iteso. Desde hace seis años dirijo un pequeño estudio de animación llamado Haini. Hago caricatura profesionalemente desde 1988 y doy clases de animación en el CAAV. Dirigí un cortometraje apoyado por IMCINE (con dinero de los ciudadanos mexicanos) que se ha seleccionado en festivales internacionales. Mi estudio está desarrollando un largometraje en busca de financiamiento. No soy un agitador “movido” por ningún partido político, ni un “hippie mugroso”, como me dijeron queriendo insultarme y sin lograr ofenderme. No fui a esa asamblea con un plan o una estrategia. Fui con una pregunta: ¿Cúando se acaba la guerra? Y realmente quería que Calderón me la contestara, aunque tenía pocas esperanzas de que realmente lo hiciera. Y así sucedió: no contestó mi pregunta. Se limitó a repetir su discurso de “nosotros los buenos contra ellos los malos”. Como si disentir de su proceder automáticamente me colocara en el bando de los malos. Como si sólo hubiera dos lados en esta cuestión. Es muy difícil tener un verdadero diálogo cuando uno de los lados tiene todos los micrófonos, cámaras y guaruras de su lado y está a más de veinte metros de distancia de su interlocutor. Por eso Calderón me acusó de “vociferar”. Claro que grité. ¿De qué otra manera me podría hacer oír? Calderón también usó la falacia del hombre de paja, poniendo palabras en mi boca. Nunca expresé que el gobierno debería quedarse de brazos cruzados ante la delincuencia. Sólo formulé una pregunta. Creo que iniciar un conflicto tan sangriento como el que se ha desatado implica grandes responsabilidades. Una de ellas es la de informar a los involucrados cuáles indicios debemos ver como señal del final del conflicto. Si se tratara de la lucha contra un ejército invasor, sabríamos que la guerra se acabará cuando el enemigo se retire de nuestro territorio. En el caso de la lucha contra el crimen organizado ¿de veras se espera que los narcos salgan con las manos en alto y digan “nos rendimos”, si los suministros de dinero y armas siguen fluyendo libremente desde los Estados Unidos? El número de arrestos y muertes no me parece un indicador convincente. Que se saquen cientos de cucarachas de una casa no significa que la casa se esté limpiando, si el criadero sigue adentro. Y ese me parece el asunto central: la estructura social, económica, cultural y política de nuestro país no sólo permite, sino que estimula el crecimiento de la corrupción y la delincuencia. Se trata de un sistema intrínsecamente injusto, un reglamento de juego que favorece a los que más tienen, premia a los que más transan, ve como héroes a quienes más abusan y como idiotas a quienes tratan de ser honestos. El proyecto de Ciudad Creativa Digital está inscrito dentro de este mismo sistema. Si nos hemos de guiar por otros proyectos donde están involucrados los mismos actores, como el de Batallón 52, se tratará de un intento, no de apoyar la creatividad y el desarrollo de quienes emprenden proyectos interesantes, sino de concentrar el poder y acaparar el capital. Una iniciativa donde el control lo tendrán unos pocos, donde se obtienen recursos sin contar ni con guiones ni con propuestas originales (eso es secundario, lo importante es contar con maquinotas). La estructura económica y política de este país se materializa en ecosistemas propicios para que prosperen proyectos como el de Dreamsky (“Escuadrón 2011?), dirigido por Mario Alberto Ochoa, que logró obtener recursos de organismos de gobierno para producir animación (una serie y una película) para los Juegos Panamericanos, y dejó el proyecto inconcluso y a más de cien trabajadores sin pago y desempleados, incluyendo a gente de mi propio estudio, Haini, y EsComic, de León Guanajuato. Calderón me dijo que debía agradecer que en “su gobierno” gozo de libertad de expresión. Debo señalar dos cosas: la libertad de expresión es un derecho humano y una garantía individual protegida constitucionalmente, no una concesión del gobierno. Y si en la actualidad gozamos de mayor libertad de expresión, no es por una decisión individual del presidente, sino un logro de la lucha continua de miles de mexicanos, como los periodistas valientes, que la han ejercido y defendido, a veces con su propia sangre. El presidente se adjudica logros que no le corresponden. Es demasiado pedir cualidades como la humildad de un gobernante en estos días. ¿Saben cómo Calderón me podía haber desarmado? Siendo humilde y admitiendo que empezó una guerra que no sabía como terminar. Pidiendo ayuda y consejo a intelectuales, politólogos e instituciones para que su arrogancia no cause más dolor. No me sorprendió recibir insultos, muchos de muy baja categoría: se burlan del color de mi piel, de que no uso traje y hasta de lo autóctono de mi nombre. A los que lo han hecho así, debo decirles que de las tres cosas me siento orgulloso, y que las representaciones que manejan, relacionando esas características con pobreza e incultura, tienen un origen que debe ser atacado. ¿De verdad me están diciendo que están contentos con un México clasista y racista? ¿Qué es lo que me sorprendió tanto, después de haber interrumpido el discurso de Calderón? Lo enorme de las muestras de apoyo, que agradezco a todos. Sabía que al hablar, no hablaba sólo por mí mismo, pero no sabía que representara a tantos. Ahora he recibido la confirmación de que mi voz en esa asamblea no era mi voz sola, sino la voz de miles, quizá millones de mexicanos que ya estamos hartos de que las cosas sigan igual. Muchos mexicanos estamos hartos del lenguaje de las balas y la sangre, y preferimos el de las palabras, aunque a veces tengan que gritarse. ¿Qué logré? Quizá materializar la voz de muchos que queremos que las cosas cambien. No sabía si el incidente terminaría con el silencio y mi detención o habría otras repercusiones. Creo que por lo menos logré que se reavive el debate, volver a darme cuenta de que somos muchos los que no estamos conformes y que podemos alzar la voz. El mundo ha cambiado y podemos cambiarlo. Iniciativas como la del Túmin o espacios como Nuestra Aparente Rendición dan esperanza y cada vez hay más indicios. Cada vez somos más los que creemos que otro mundo es posible.

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