Migrantes centroamericanos, a merced de Zetas y Maras

domingo, 26 de mayo de 2013 · 22:03
LAS CHOAPAS, Ver. (proceso.com.mx).- En su travesía por territorio mexicano, cientos de migrantes centroamericanos sufren extorsiones, secuestros, robos y asaltos por parte integrantes de las organizaciones criminales Los Zetas y La Mara Salvatrucha. Medio millar de migrantes, en su mayoría hondureños y guatemaltecos, viajan en el tren, en el llamado “monstruo de acero”. Y mientras los maquinistas de Ferrosur ensamblan las locomotoras y hacen el cambio de vías, los inmigrantes piden limosna en el pueblo. Posteriormente, con unas cuantas monedas compran medio kilo de tortillas, una “soda” grande que reparten entre su grupo y unos paquetes de galletas. Sergio Campos es un hondureño de 28 años proveniente del departamento de Colón a quien se nota contrariado, molesto y temeroso. En Palenque, Chiapas “los mareros” lo despojaron de mil pesos y de prendas de valor que traía escondidas, enrolladas en ropa sucia dentro de su mochila. Campos, junto con su grupo, temen que en Tierra Blanca o Coatzacoalcos el temido grupo de Los Zetas intente secuestrarlos o arrojarlos del tren al descubrir que viajan sin dinero, como les ha sucedido a otros de sus paisanos. Es una breve parada de La Bestia en la estación de Tanchocapa, el tren de ferrocarril, compuesto de más de 20 vagones, va atestado de migrantes centroamericanos. En un recorrido de 280 minutos, el armatoste los llevará a su próxima morada en Coatzacoalcos, una ruta que en automóvil apenas superaría los 60 minutos. Los migrantes pernoctarán ahí, arrinconados bajo el puente Verde, tomarán un breve descanso y buscarán en los próximos días continuar por la peligrosa ruta de Tierra Blanca y Orizaba. Desde La Técnica en Palenque, Chiapas hasta Las Choapas, los migrantes han tenido que sortear a la delincuencia, esconderse entre la maleza, adentrarse en el pueblo o mezclarse con paisanos que ya pagaron “cuota” al crimen organizado. “Venimos 20, pero los 20 somos uno, tenemos que cuidarnos entre todos, ya pagamos la ‘cuota’, pero ya no traemos dinero y la comida la hemos racionado, apenas llevamos 12 días en suelo mexicano y ya no vamos a permitir más extorsiones”, expresa Alexander, otro hondureño que a bordo de La Bestia narra su viacrucis en suelo mexicano. Hoy se cumple el tercer día de la Misión de Observación de la Ruta Migratoria. Además de los encargados del Albergue La 72 en Tenosique, Tabasco, un contingente de la Secretaría de Seguridad Pública, representantes de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, del Grupo Beta del Instituto Nacional de Migración y periodistas acompañan estos recorridos. En el trayecto en los cruces de ferrocarril en Las Choapas, Veracruz y en Villa Chontalpa Huamanguillo, en Tabasco, las palabras que los migrantes centroamericanos utilizan para ilustrar su travesía se multiplican en sus bocas hasta armar un periplo de verbos, sustantivos y adjetivos comunes: robos, asaltos, secuestros, corrupción, hambre, sed, injusticia, cero vigilancia, vigilancia de extraños, “halconeo” y, sobre todo, mucho miedo. Rubén Figueroa, integrante del Movimiento Migrante Mesoamericano, dijo que la violencia y las vejaciones en contra de migrantes entre el suelo tabasqueño y veracruzano se intensificaron durante los gobiernos de Fidel Herrera Beltrán y Javier Duarte de Ochoa, administraciones priistas en las cuales se multiplicó la corrupción y la complicidad de las autoridades con los delincuentes. Huamanguillo, presa del miedo La Misión de Observación de la Ruta Migratoria seguirá su curso. El próximo destino es la Villa Estación Chontalpa, en el municipio de Huamanguillo, localidad rural que es parada obligatoria en el trayecto de La Bestia. En un modesto comedor, una veintena de migrantes guatemaltecos y hondureños mata el tiempo jugando baraja y tomando el fresco resguardados en los árboles; la presencia de la CNDH y de los defensores de migrantes molesta a más de uno. “Aquí no quiero que tomen fotos, ni a mí, ni a mi carnal; yo nada debo, pero el que corre riesgo es uno y ustedes se van”, dice un migrante hondureño a quien después se le identificaría como “coyote” de sus propios connacionales. En los alrededores de las vías, dos mozalbetes se desplazan velozmente, escondidos en dos vagones estacionados; reportan cada uno de los movimientos de la caravana de activistas y defensores de derechos humanos. Al ser descubiertos, emprenden la huida a toda prisa. “En Huamanguillo no hay que hablar de más”, advierte una mujer que habita a las orillas de las vías del ferrocarril. Asegura que “pasan muchas cosas” y la mejor manera de no sufrir agresiones es quedarse callada, “es mejor así”, apunta. La caravana de testimonios, documentación, exploración de campo para la protección y salvaguarda de los derechos humanos de los migrantes centroamericanos continuará este lunes, ahora en Palenque, Chiapas, lugar considerado por los propios migrantes como una de las cunas de la Mara Salvatrucha.

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