Vera y Solalinde no violan normas de la iglesia con su activismo: Arzobispado de Guadalajara

martes, 20 de enero de 2015 · 14:10
MÉXICO, D.F., (apro).- El vocero del Arzobispado de Guadalajara, Antonio Gutiérrez Montaño, aseguró que el Movimiento Constituyente en el que participa el obispo de Saltillo, Raúl Vera, y el padre Alejandro Solalinde, entre otros personajes religiosos y laicos, no contraviene las disposiciones de la Iglesia católica ni representa una violación a la separación Iglesia-Estado. “Los obispos como todos los clérigos, todos los mexicanos, somos ciudadanos con obligaciones, que es lo primero, pero también con derechos, y sin duda que él está ejerciendo este derecho a manifestarse”, puntualizó en declaraciones a la agencia notisistema.com. Añadió: “Puede ser que algunos laicos que forman parte de grupos de iglesia se pudieran sumar a esta iniciativa, pero lo harán no en representación de la Iglesia católica, sino como ciudadanos”. Aclaró que la Conferencia del Episcopado Mexicano no está detrás del movimiento, y quien se integra a él lo hace a título personal. En el número 1991 del pasado 28 de diciembre, el semanario Proceso publicó una entrevista con el obispo Raúl Vera en la que afirma que en 2014 los partidos políticos exhibieron, como nunca, su decadencia. La clase gobernante, perpetuada a través de varias generaciones, es corrupta de origen, y lo ocurrido con los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, sumado a los escándalos de corrupción, plantean una sola vía para evitar que el desenlace sea violento: que la sociedad cambie la forma de Estado y su sistema político, apuntó. De acuerdo con el texto firmado por el reportero Arturo García, la perspectiva del último obispo mexicano en activo de la teología de la liberación va más allá de la opinión, pues está convocando a lo que define como un “congreso constituyente alternativo”, cuyo propósito es que, al margen de los grupos de poder, sea el pueblo el que ejerza su autodeterminación, su soberanía. Se trata, explicó en entrevista, de refundar el país, de acoger todas las voces y las aspiraciones, “no impulsando súper liderazgos, y sí dando los pasos necesarios para acrecentar la conciencia política de todos los ciudadanos”. Su plan consiste en construir “sujetos sociales”, un concepto que empleaba con frecuencia Samuel Ruiz, el fallecido obispo de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, y que Vera ha recogido y empleado desde que fue coadjutor de esa misma diócesis en los años noventa, para referirse al empoderamiento de la sociedad. Reticente a aceptar –como en su tiempo lo hacía Samuel Ruiz– que se le identifique como “teólogo de la liberación”, Vera prefiere describirse como un sacerdote que tomó la “opción preferencial por los pobres”, y considera que su deber pastoral consiste en escuchar “el clamor de los pobres, de las víctimas y de los que sufren”. En la sociedad mexicana, excluyente y desigual, afirma, “la voz de los pobres no está presente en las decisiones, la economía ha perdido el rumbo y, en lugar de ponerse al servicio de la equidad y la igualdad con oportunidades para todo ser humano, ha generado injusticias y desigualdades que cada día y a cada hora crecen de manera escandalosa. “Porque la vida y el destino de las mujeres y los hombres pobres no cuentan, esta sociedad ha entrado en un proceso vertiginoso de deshumanización, que en lugar de producir vida para todos, crea estructuras de muerte donde no se defiende la vida, sino que se le ataca mediante procesos de militarización y paramilitarización”, apuntó. Agregó: “Los grupos del así llamado crimen organizado son vistos por no pocos funcionarios como organismos simbióticos con las estructuras de los tres niveles de gobierno, municipal, estatal y federal. En el mundo empresarial y financiero que les lava el dinero, son vistos como colegas y compañeros de negocios.” La única alternativa, insistió, es reaccionar ante la barbarie, empezando a trabajar en la construcción de una sociedad en la que todos sean incluidos, en especial los más vulnerables –los pobres–, a quienes reconoce como la parte de la sociedad que sigue siendo humana y con sentimientos. Son ellos quienes “recorren caminos de muerte en los procesos de migración; en las mujeres y los niños víctimas de la trata y la esclavitud moderna; en los jóvenes que no tienen el derecho a vivir las ilusiones del futuro que todo joven debería tener, y que son expuestos a una existencia cruel, donde su destino final es la muerte o la cárcel”.

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