El mito del capo sinaloense Lamberto Quintero, ejecutado hace 40 años

jueves, 28 de enero de 2016 · 21:59
MÉXICO, DF (apro).- Al menos dos personas muertas y un número indeterminado de heridos fue el saldo de una serie de enfrentamientos entre dos grupos rivales en El Salado, una comunidad rural ubicada al sur de Culiacán, en Sinaloa. Una de las víctimas fue identificada como Lamberto Quintero, jefe de una célula criminal asentada en la capital sinaloense y quien resultó ser tío del capo Rafael Caro Quintero. Los hechos ocurrieron hace 40 años, cuando el jefe criminal Lamberto Quintero fue objeto de dos ataques, el primero de los cuales ocurrió a unos kilómetros de la comunidad El Carrizal, resultando una persona muerta durante el tiroteo y cuyo cuerpo fue abandonado muy cerca de El Salado. En este último lugar, Quintero fue acribillado horas después cuando visitaba a su pareja sentimental. Las autoridades confirmaron que dos personas habían muerto y una más se encontraba herida, pero rechazaron tener conocimiento sobre el desarrollo de los hechos y la identidad de las víctimas, hasta que dos días después fueron confirmadas por las actuaciones periciales de la Procuraduría de Justicia en la entidad. De acuerdo con versiones periodísticas, Lamberto Quintero fue trasladado aún con vida a la clínica Santa María, en la ciudad de Culiacán, pero no sobrevivió a los tiros de rifles AR-15, que lo impactaron por la espalda. Los informes fueron confirmados por el corrido que lleva su nombre y se ha convertido en un clásico entre los que abordan la temática del narcotráfico, con una letra cuidadosa en evitar los negocios en que participaban los involucrados, así como del lenguaje –pues corresponde a tiempos precedentes al uso de malas palabras comunes en el llamado “movimiento alterado”, de confección más reciente. La historia y el corrido Compuesto en octasílabos invulnerables, el corrido de Lamberto Quintero, uno de los más famosos en su género, popularizado por Antonio Aguilar y numerosas agrupaciones musicales posteriores, describe los hechos que se volvieron, por tradición oral y musical, la “verdad histórica” de lo ocurrido. Aunque la letra omite los nombres de los otros fallecidos, existen registros que confirman la muerte e identidad de uno de los atacantes mencionados en la letra (ahí dejaron un muerto//enemigo de Lamberto…) Dichos registros son del diario sinaloense El Debate, que conserva la memoria de su cobertura en 1976, que hoy compiló en un artículo a propósito de los 40 años de la ejecución de Lamberto Quintero, destacando que los informes obtenidos de las autoridades, testigos presenciales y reporteros resultaron siempre incompletos y contradictorios. Lo que se sabe con certeza es que el famoso capo murió en los tiroteos del 28 de enero de 1976, cuando también perdió la vida David Manuel Otañez Lafarga, El Chito, quien formaba parte del clan que le heredó su segundo apellido, los Lafarga, otra familia dedicada en ese tiempo al tráfico de droga y que tenía una vieja disputa con los Quintero que devino en los tiroteos de El Salado. Los informes de las autoridades de la época mantuvieron bajo reserva la información relativa a la muerte de Lamberto Quintero, así como de los hechos de sangre que dejaron a Culiacán en la zozobra durante los días siguientes, en especial, cuando los Quintero y sus socios tomaron venganza, como dice el corrido (dos días después de su muerte// vuelven a sonar los tiros//ahí quedaron diez hombres//por esos mismos motivos). El 29 de enero de 1976, Quintero fue sepultado en Jardines de Humaya, donde aún es posible apreciar su sepulcro. Un día después, el 30 de enero, los Otañez Lafraga iban a sepultar a El Chito. Como a las 4 de la tarde, el cortejo fúnebre salió de la iglesia Del Carmen. Avanzaron una cuadra y, al llegar al cruce de las calles Andrade y Ramón Corona, los dolientes fueron emboscados. La nota que en esos días publicó El Debate sobre la emboscada asentó que el enfrentamiento entre las dos familias del hampa se prolongó por una hora de ráfagas de metralla, dejando un número indeterminado de heridos que dejaron la calle llena de sangre. Sin embargo, sólo quedó ahí el cuerpo de Héctor Caro Quintero (sobrino de Lamberto y hermano de Rafael (el capo detenido 1985 y liberado al inicio de la administración de Enrique Peña Nieto). Las versiones de la época –recordó El Debate, tomando también como referencia el libro del periodista José María Figueroa “La muerte de Lamberto Quintero”– aseguraban que en la refriega hubo alrededor de 20 muertos que fueron transportados en camionetas. Con precisión y detalle, la reconstrucción periodística de los hechos que hizo entonces el citado diario daba cuenta del fuego cruzado que cobró vidas de personas ajenas a los bandos rivales. Una niña, entonces de 12 años, recibió tres tiros, mientras que un peatón que iba pasando recibió un disparo en la pierna. En las horas siguientes un nuevo tiroteo se produjo en el bulevar Leyva Solano, donde hubo varios heridos que uno de los grupos de sicarios se llevó, robando dos taxis que tenían su base en el sector. Ya en la noche, cuando de nuevo intentaron llevar el cuerpo de El Chito, al panteón, un nuevo enfrentamiento resultó, extraoficialmente, en la muerte de dos pistoleros. En las semanas que siguieron, la ciudad quedó en la zozobra, mientras las autoridades evitaron el esclarecimiento de lo ocurrido y, de manera oficial, sólo admitieron un muerto y cuatro heridos. Los mitos y el bandido generoso Los hechos de sangre que se desencadenaron con la muerte de Lamberto Quintero el 28 de enero de 1976 trascendieron por el trabajo periodístico de la época y por el corrido que Antonio Aguilar convirtió en película, pues las autoridades minimizaron la información y jamás publicaron alguna investigación conclusiva. Doctor en antropología, especializado en consumo de drogas, violencia y cultura urbana, Edgar Morín advierte en la historia y el corrido distintas condiciones de Lamberto Quintero: el vacío de Estado que en torno al tráfico de drogas prevalece desde hace más de cuatro décadas, y una condición cultural que menciona como “venganza de sangre”. Morín, autor del libro La maña. Un recorrido antropológico por la cultura de las drogas, encuentra que el elemento que une las dos condiciones anteriores es la venganza, como un componente importante de la actividad del narco que se percibe en el corrido y aún más en la historia del caso. “Es importante en términos culturales: nos dice que la venganza de sangre tiene que ver con el tráfico de drogas, pero va más allá, y refleja la ausencia de Estado, no como algo nuevo, sino que lo vemos desde 1976”. Otro factor relevante tiene que ver con los clanes de poder que subsisten desde entonces. Si bien admite que hay diferentes regiones del mundo donde la “venganza de sangre” es identificable en la cultura, en México es notable no sólo en Sinaloa, sino en regiones como Guerrero. En entrevista con Apro, Morín destaca la construcción de una narrativa relacionada con el corrido, que apela a lo que distintos científicos sociales han denominado “el bandido generoso”, con casos ejemplares como Chucho El Roto. “Esa tradición entra al corrido, donde es posible ubicar una época relacionada con el tráfico de drogas en los sesenta”, como es el caso, pero también con los de otros exponentes del corrido de narcotráfico, como los Tigres del Norte o Chalino Sánchez. Sin embargo, observa que en la historia real la muerte de extraños en el fuego cruzado y de la niña que resultó herida en los hechos del 30 de enero provoca que esa narrativa se venga abajo, pues es falso que “la actividad” en algún momento haya respetado niños, mujeres y vidas inocentes. El corrido de Lamberto Quintero es sin lugar a dudas uno de los más famosos del género y podría considerarse uno de los clásicos. Investigadores como Miguel Olmos, de El Colegio de la Frontera Norte, lo ha enlistado en sus estudios por lo atrayente del personaje, la estructura musical y métrica, entre otros elementos. Respecto del corrido del narcotráfico –los investigadores como Morín y Olmos consideran incorrecto llamarlo narcocorrido—, Olmos, quien es etnomusicólogo, ha escrito que éste se nutre de la infraestructura mediática, pero su contenido ideológico se desarrolla por una visión del mundo que legitima y reproduce la cultura del narcotráfico. En cuanto a los personajes, Olmos considera que nutren el imaginario regional a través del corrido, pertenecen de alguna manera al conocimiento popular cotidiano del cual se inspiran para su composición. Ejemplifica con “El Ceja Güera”, cuya fama surge a raíz de un asalto bancario en Los Mochis, Sinaloa, en 1986, del que los asaltantes, en su huida, repartieron dinero a la gente que se encontraba en el lugar. En el caso de Lamberto Quintero, Edgar Morín insiste en la figura del “bandido generoso”, que coincidentemente hoy El Debate presenta en alguno de los testimonios de sobrevivientes a los hechos de enero de 1976 y que se inscriben en el conocimiento cotidiano del que ha escrito Olmos, y se expresa, como sentencia inapelable, en la última estrofa del corrido: Puente que va a Tierra Blanca// tú que lo viste pasar//recuérdales que a Lamberto//nunca se podrá olvidar// que por mi parte aseguro// que hace falta en Culiacán.

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