Antes no se imaginaba la opción de matar a un niño, hoy hasta se paga con nuestros impuestos: Iglesia
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El cardenal Norberto Rivera Carrera lamentó que la Ciudad de México no sea como hace 20 años en costumbres, prácticas públicas, legislación y comportamiento ciudadano.
“Actualmente vivimos situaciones que antes no se daban, como la violencia, los ‘proyectos para matrimonios’; nadie imaginaba que había la posibilidad de matar a un niño. Aunque existía esa práctica, no era algo aprobado, ahora eso hasta se paga con nuestros impuestos”, señaló en alusión a la legalidad del aborto.
Rivera Carrera hizo esa declaración el pasado 29 de octubre, cuando acudió a la Parroquia San Pedro y San Pablo, en la delegación Tlalpan, para presidir la eucaristía por los 46 años de su consagración, el 27 de octubre de 1970.
De acuerdo con un texto difundido en el portal www.siame.com.mx (Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México), en su homilía, el arzobispo llamó a la comunidad a aprovechar este aniversario para hacer una revisión de su vida, “como lo hizo san Pablo cuando estuvo encarcelado, que no sabía cuál iba a ser su suerte y se enfrentaba a un dilema: ‘si Él quiere que yo siga viviendo para dar frutos, lo hago con gusto; si no es así, prefiero morir y estar con Él en la vida eterna’”.
Asimismo, destacó la importancia de observar los tiempos y la realidad actual, y analizar si tenemos la suficiente preparación para hacer llegar el evangelio a las mayorías, ante los cambios vertiginosos que ha vivido el país.
“El Señor nos invita a actuar con humildad, a tomar el lugar que nos corresponde en la vida y no querer servirnos de los demás. Como lo indica el evangelio de san Lucas, debemos saber dónde sentarnos y no querer ser más que las otras personas. Cristo está en contra de que no seamos compartidos con los otros. Él no está en contra del rico, sino de la acumulación de la riqueza, de nuestro egoísmo, de nuestra cerrazón ante las necesidades ajenas, de tener el corazón cerrado a nuestros hermanos”, dijo.
Las palabras del prelado fueron reforzadas en la editorial del semanario Desde la Fe, donde destacó que si bien en México la muerte se afronta en el aspecto del folclor, tradiciones y herencias culturales propios del día de muertos, “todos los días la muerte pasa frente a nosotros con crudeza y horror, sin más estupor que el asombro pasajero por la nota roja que parecería lejana a nosotros, pero que no lo es tanto”.
Añadió: “Nos hemos acostumbrado a la muerte en su forma más denigrante, suplantando la esperanza de la trascendencia por el culto macabro y atroz del sufrimiento demencial como cultura de la necrolatría”.
Bajo el título “La vida no vale nada”, la editorial del semanario indica que los más de 160 mil “niños asesinados” son reflejo de la idiosincrasia que no valora la vida y la puede “desechar por decisiones legislativas”.
Afirmó que propiciar el dolor y la muerte no es exclusivo de quienes están fuera de la ley, puesto que la “necrolatría” se tolera al proteger “el asesinato de indefensos a fin de que prevalezcan egoístas decisiones sobre el cuerpo: el aborto”.
Este poder de la violencia legítima e invencible que atenta contra las vidas en gestación –subrayó– arroja tan sólo en la Ciudad de México “la infausta cifra de más de 160 mil niños asesinados, reflejo de nuestra idiosincrasia al decir que la vida no vale nada, y puede desecharse por decisiones legislativas”.
México dice honrar a sus muertos, pero paradójicamente nos sumimos en la indiferencia hacia los miles de cuerpos humanos tratados peor que basura y, por cierto, superiores en número a las víctimas que ha arrojado la guerra contra el crimen organizado, resaltó.
Y cuestionó si se puede esperar algo mejor de los mexicanos cuando avalamos con un silencio cómplice este inusitado genocidio. “¿Podemos aspirar a algo diferente cuando hemos dejado de sentir horror por el asesinato institucionalizado de miles de seres humanos indefensos en el vientre de su propia madre?”.
Hoy más que nunca, agregó, este 2 de noviembre es propicio no sólo para recordar a quienes descansan en paz al compartir nuestros dones en las ofrendas, “es también motivo para el examen social de cómo hemos despreciado la vida para instrumentalizar la muerte, de los pecados cometidos y, sobre todo, de las vergonzosas cuentas que entregaremos a Dios cuando nos llame a su presencia”.