Julia Carabias: Así me secuestraron*

jueves, 30 de noviembre de 2017 · 20:14
En abril de 2014, la académica y exsecretaria de Medio Ambiente Recursos Naturales y Pesca en el sexenio de Ernesto Zedillo, fue secuestrada. La bióloga, distinguida hoy con la medalla Belisario Domínguez contó a Proceso en junio de aquel año, ese pasaje aterrador de su historia. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Un sonido metálico pero apagado, como el de un objeto grande golpeando el mosquitero-pared del dormitorio de la Estación Ambiental Chajul IV, sustrajo a Julia Carabias Lillo de su sueño. La exsecretaria de Medio Ambiente intentó adaptar su visión a la oscuridad cuando la puerta de acceso a las instalaciones de este centro sucumbió ante una embestida estruendosa. Tan pronto se puso en pie quedó encandilada por una lámpara enfocada a su rostro que apenas le permitió ver dos siluetas apuntándole con armas largas. Entonces gritó… Eran como las dos de la madrugada del pasado lunes 28 de abril. La bióloga quería que la escucharan los tres estudiantes que la acompañaban ahí. Una chica fue encañonada y otro joven se mantuvo oculto en un módulo contiguo, aunque presenció la escena. Carabias temía que, acostumbrados a que ella salía de la estación sola y muy temprano, los estudiantes no se percataran de lo que estaba ocurriendo. Así pasó con la tercera joven, que realiza su servicio social: permaneció dormida. La académica universitaria se esforzaba por conservar la calma cuando escuchó cómo desgarraban el mosquitero; segundos después, el cañón de un revólver se le acercó a la espalda. “¡Somos del EZLN y tenemos órdenes de llevarla con nuestros jefes!”, exclamó uno de los sujetos, encapuchado, que irrumpieron en la estación. Ella intentaba pensar rápido. Les dijo: “Yo los he buscado... También quiero hablar con ellos… Sólo permítanme ponerme mis botas. Bajen las armas, no me voy a resistir”… Le dieron unas botas que no le pertenecían y la sacaron de ahí. Caminaron un breve tramo y, aun cuando le cubrieron el rostro, ella dice saber dónde estaba, pues conoce la selva. Durante diez minutos, una lancha los transportó por el Chajul, río arriba. Cuando alcanzaron la ribera percibía prisa en sus captores. Lo accidentado de la vereda, la incomodidad del calzado ajeno y la capucha que le pusieron entorpecía su avance. Le descubrieron los ojos y, horas después, cuando ya había amanecido, por fin se detuvieron en una parte de selva muy cerca de la frontera con Guatemala. Ahí, la encadenaron de una pierna a un árbol, frente a un arroyo donde abreva el ganado. Escrupulosa, se resistía a beber de esa agua, hasta que la sed la venció. Afirma que los secuestradores le exigieron 10 millones de pesos por liberarla. Con el paso de las horas, repasaba los acontecimientos: Sus plagiarios supieron a qué dormitorio llegar y a qué hora para mantener a raya, como lo hicieron, tanto al vigilante como a los estudiantes albergados en la estación. Pensó que sólo alguna de las personas cercanas a su entorno podía haber conocido esta información… Pero lo importante ahora era conseguir tiempo y establecer contacto, como una “prueba de vida”, con Javier de la Maza, el biólogo y ambientalista cuya organización, Natura Mexicana, trabaja en la zona desde los años setenta. La necesidad de lograr esa comunicación para conseguir los 10 millones que le pedían como rescate, fue el argumento de Carabias ante sus captores para intentar hacer una llamada telefónica. Era una suma que, les dijo, no tenía y debía conseguir con amigos y familiares. Así que a las 8:00 de la mañana del mismo 28 de abril, los plagiarios le permitieron hacer una primera llamada desde un teléfono que ellos llevaban. Habló con De la Maza, quien se puso en contacto “al más alto nivel” con los gobiernos estatal y federal. Después de ello, en la zona se registró una intensa movilización policiaca. Cuenta que dos quemas de terreno muy próximas al lugar donde estaba se habían realizado durante su primera noche de cautiverio. Añade que la mañana del martes 29, una avioneta, no sabe si del ejército o de la policía, sobrevoló la zona donde permanecía encadenada. El grupo de plagiarios parecía estar rodeado por fuerzas policiacas. De repente, le quitaron la cadena y la dejaron huir alrededor de las 19: 00 horas del martes 29. Así que, con miedo, caminó hasta que anocheció. Consiguió refugiarse en un pequeño cobertizo abandonado y, al amanecer del 30 de abril, reemprendió la travesía. Unos campesinos la encontraron y la condujeron a la carretera. De ahí finalmente pudo regresar al municipio Marqués de Comillas, donde Natura Mexicana mantiene una buena relación con la comunidad. Julia Carabias narra así a Proceso su secuestro en la selva, molesta por algunas declaraciones de personas que lo ponen en duda y lo consideran una “simulación”. Un mes y medio después de los hechos, dice que ha visitado una y otra vez el lugar de su secuestro, pero sólo a través de Google, pues aclara que no puede regresar a Chiapas porque ningún orden de gobierno ha querido brindarle protección a ella y a los estudiantes que pretendían trabajar en la zona durante el actual verano. “El batidero” Para quien fuera titular de la Secretaría de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Pesca en el gobierno de Ernesto Zedillo, la selva lacandona “es un batidero” en el que se entremezclan los intereses de los grupos étnicos que la habitan, las demandas de campesinos carentes de tierras por acceder a un patrimonio, el clientelismo, los vacíos de poder que deja el Estado y los problemas relacionados con la protección ambiental en el último reducto de la selva húmeda tropical que alguna vez se extendió hasta el sur de Tamaulipas. En este contexto conflictivo, cuyo antecedente se remonta a 2002, ocurrió el secuestro de Carabias en abril pasado. En aquel tiempo comenzaron a establecerse asentamientos irregulares en el área protegida. Sobre siete de éstos, el entonces titular de Semarnat, Víctor Lichtinger, declaró que constituían un problema agrario y no ambiental, lo que en opinión de Carabias provocó que los asentamientos ilegales en Montes Azules se elevaran a 37. Para resolver las invasiones, el gobierno de Felipe Calderón erogó más de 700 millones de pesos como parte de un programa mediante el cual se logró reubicar 30 asentamientos en otras zonas, aunque los siete restantes se mantuvieron en Montes Azules. El problema siguió agudizándose con el tiempo, lo que derivó en la interposición de recursos jurídicos de inconformidad por parte de comunidades lacandonas contra grupos tzeltales proclives a la venta de tierras. En 2013, cuando los asentamientos se extendían con la consecuente apertura de brechas, habitantes de Lacanhá Chansayab, Frontera Corozal, Las Guacamayas, Nahá, Las Nubes, Palestina y Lacanhá Tzeltal, se opusieron al avance de las obras. En medio de esta maraña de conflictos, la presencia de Natura Mexicana resultó molesta para algunos grupos por varios motivos: primero, por su postura contra la invasión de Montes Azules y, luego, porque las comunidades que se opusieron al avance de las obras invasoras estaban siendo apoyadas por esa organización, en la que participa Carabias con gestiones para crear proyectos productivos. La bióloga cuestiona el hecho de que en este contexto la etnia tzeltal –la población más numerosa de la región, con 12 mil personas, la mitad de ellas menores de 25 años de edad y carentes de tierra– decida vender parcelas, algo que la investigadora considera alarmante, porque, sostiene, eso podría convertirse en un llamado a la ocupación de Montes Azules y la consecuente destrucción de la reserva ecológica “Hay un problema de gobernabilidad en la Comunidad Selva Lacandona (CSL). Hay un problema de tierras. Hay un problema de deslindes y, en ese escenario, me llevan a mí”, dice. Luego agrega: “Nuestra posición es muy clara: No estamos en contra de que la gente tenga tierra ni estamos en contra de la gente. Al contrario: creemos que todos merecen una vida digna y tener sustento, pero categóricamente rechazamos que esas condiciones se puedan dar en la reserva, donde esas personas ni siquiera tienen viabilidad… ¿O a poco destruir esta misma selva en Veracruz y Tabasco sacó de la pobreza a sus habitantes?” Quedaron en medio Cuando concluyó el gobierno de Ernesto Zedillo y Carabias dejó la titularidad de la Secretaría de Medio Ambiente, regresó a sus actividades académicas. Catedrática e investigadora de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México e integrante de Natura y Ecosistemas Mexicanos, organización civil conocida como Natura Mexicana, se incorporó a antiguos proyectos que encabezaba en el estado de Guerrero. Poco tiempo después decidió trasladar su experiencia de trabajo a la Selva Lacandona, donde Natura Mexicana, dirigida por Javier de la Maza, tiene actividad desde los años setenta, antes de que el Estado mexicano declarara área natural protegida al territorio que ocupa Montes Azules. Cada año, Carabias viaja a esa reserva de la biosfera con pasantes o estudiantes de posgrado de la UNAM, o bien con jóvenes de las universidades Juárez Autónoma de Tabasco, Autónoma de Chiapas y Autónoma de Nuevo León que realizan su servicio social, preparan sus tesis y toman parte en las acciones de Natura Mexicana. La CSL está dividida entre lacandones, choles y tzeltales. Dentro de las tierras de los primeros está Montes Azules, donde Carabias y De la Maza desarrollan sus actividades de conservación e investigación. En entrevista con Proceso, ambos coinciden en que los factores geográfico y ambiental, así como el relacionado con la pobreza, se enlazan con “el batidero” de conflictos sociales descritos, que colocaron a los investigadores de Natura Mexicana en el centro de las disputas, desatadas no sólo entre los grupos de la zona, sino entre otros ajenos a ella pero con interés en las tierras. En un mapa, los dos académicos señalan las regiones selváticas del mundo, haciendo énfasis en su ubicación en torno a la franja ecuatorial. La única zona de esas características que se extiende hacia el norte es la que inicia en Centroamérica y sigue –o mejor dicho, seguía– hasta el sur de Tamaulipas. Esta continuidad tropical ya no existe. La última mancha que se forma en el acercamiento satelital es Montes Azules. Ahí, sostienen, se produce el 30% del agua dulce de México que nutre las pesquerías de Tabasco; vive el 50% de las aves de México, entre éstas la guacamaya roja; el 40% de las mariposas; el 30% de mamíferos, muchos de ellos en peligro de extinción como el tapir, el jaguar y el mono araña… Una diversidad de flora y fauna que la hacen no sólo valiosa para ambientalistas y quienes la habitan, sino para todo el país. Según Carabias, el conflicto en Montes Azules puede ser resuelto por el gobierno actual siempre que se implemente un programa integral de reubicación y productividad sustentable con base en una coordinación interinstitucional real. No como ocurre hasta ahora, dice, cuando la Comisión Nacional Forestal (Conafor) otorga recursos para reforestación y días después llega la Secretaría de Agricultura con recursos de Procampo para desmontar lo que acaba de sembrar Conafor, “como vemos a diario”. Carabias y De la Maza describen las acciones que realiza Natura Mexicana para conservar la selva: monitoreo de especies, así como de sus patrones de reproducción y comportamiento; análisis de ríos; proyectos de reconversión productiva y manejo sustentable de los recursos naturales por parte de las comunidades aledañas, entre otras. Advierten que la presión que ejercen los asentamientos humanos sobre la zona implica quema de selva; producción de maíz que dura si acaso cinco años, después de lo cual los terrenos se vuelven improductivos; ganadería que contribuye a una deforestación aún mayor… Un modelo que, en opinión de Carabias, no es sustentable. Los investigadores explican que estas prácticas han ido alterando la conectividad del ecosistema de la región con la selva en Guatemala y Belice, ante lo cual impulsan proyectos con los ejidos cercanos a fin de conservar los espacios no afectados. Comentan que en el ejido Galacia se construyó el hotel Canto de la Selva, un “proyecto sustentable” enclavado frente a la reserva de la biosfera que resultó un éxito y permitió conservar 155 hectáreas de selva tropical. Otros ejemplos semejantes son, dicen, el campamento Tamandua en el ejido Flor del Marqués, un mariposario con un taller de artesanías y un servicio de recorridos en kayak a través de la selva. Mediante estos proyectos, afirman los investigadores, ejidatarios que antes sólo se dedicaban a la ganadería y a la agricultura triplicaron sus ingresos. –Los documentos de ustedes tienen el sello de la USAID (Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional)… –se les comenta –Nosotros no nos escondemos. Las organizaciones reciben apoyos de donde se puede, presentan proyectos. Nosotros lo hemos hecho con la agencia europea y con la japonesa, y con nacionales como la Fundación Banamex. Somos transparentes, no nos escondemos y, como se sabe, hay cláusulas muy específicas de no intervención política ni ideológica (en las comunidades de la zona) –ataja Carabias. Suspicacias Actividades como las que describen los dos académicos han sido descalificadas por quienes se oponen a la presencia de Natura Mexicana en la CSL. Por ejemplo, esos grupos denuncian supuestas prácticas de bioprospección –extracción de material genético de especies– y sugieren que el resultado de éstas es vendido a corporaciones trasnacionales. Así lo sostiene un comunicado difundido por la Asociación Rural de Interés Colectivo- Independiente y Democrática el 15 de mayo último. “Es un documento infecto de alguien que tiene nociones de biología y medio ambiente. Es lacerante que se diga eso y, además, está mal empleado (el término bioprospección). En todo caso sería biopiratería. Que lo demuestren. Cuando algunos botánicos han ido a la zona y registran especies, hay un trabajo científico que está en los herbarios, en las  universidades. No vamos a regresar al oscurantismo porque se argumente que (el resultado de los estudios) se vende a empresas”, indica la bióloga. Carabias dice estar lista para responder a los señalamientos en el sentido de que es propietaria de hoteles en la región. En especial se refiere a Natura Miramar, un proyecto generado durante el gobierno de Juan Sabines al que Natura Mexicana se opuso hasta frenarlo, no sólo por la similitud con el nombre de su organización, sino porque no era sustentable. Además, muestra a Proceso copias de las actas constitutivas de la Sociedad de Producción Rural (en la que se organizan los ejidos asesorados por Natura Mexicana): Los artículos 16, 47 y 48 de los estatutos respectivos en ningún caso permiten que personas que no sean ejidatarias o hijos de ejidatarios trabajen en las empresas comunales o sean socios de ellas. La ambientalista reitera una y otra vez: “no manejamos recursos; realizamos gestiones y los recursos son de las comunidades”. Julia Carabias considera que estas sospechas pueden deberse a que los recursos se etiquetan como “Selva Lacandona”, por lo cual hay quienes creen que son para la CSL, cuando en realidad esta leyenda sirve para identificar los proyectos que tienen que ver con la selva, es decir, con la reserva y su protección. En cuanto a las imputaciones que se le hacen a ella, declara: “Mi única posesión es el departamento en el que he vivido siempre”. –¿Quién la secuestró? –se le pregunta. –Yo hice una declaración contra quien resulte responsable. No imputé a Gabriel Fernando Montoya Oseguera (asesor de Bienes Comunales de la Zona Lacandona encarcelado el 14 de mayo último, suceso que algunas organizaciones relacionan con el secuestro de Carabias) y no creo que haya sido el EZLN. Yo expliqué los hechos como fueron. No señalé a nadie porque no sé si son parte de los de aquí, si son parte de los invasores reubicados en años pasados por nuestra presión, si es alguien más o si es alguien que aprovecha el viaje… “Porque hay otras cosas: la caza, por ejemplo… A lo mejor llevamos muchos años aquí con esos intereses afectados que nos están queriendo fregar y dijeron: este es el momento porque se va a enredar con todo.” *Esta historia se publicó el 14 de julio de 2014 en la edición 1963 de la revista Proceso.

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