La amnistía de AMLO según Solalinde: perdón con justicia, no perdón impune

jueves, 26 de abril de 2018 · 09:43
El activista y sacerdote católico Alejandro Solalinde cuenta con el aval de Andrés Manuel López Obrador para sacar adelante el proyecto de crear un Consejo Ciudadano de Contraloría Social y Ética en caso de que la coalición Juntos Haremos Historia llegue a la Presidencia. Este organismo agruparía sobre todo a las víctimas de la violencia para que articulen sus demandas y sus propuestas de reconciliación social. En entrevista, Solalinde detalla cómo y por qué se acercó al político tabasqueño, así como las posibilidades de avanzar juntos en la pacificación del país. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- El sacerdote Alejandro Solalinde ya empieza a abonar el terreno para lo que será, en caso de ganar la Presidencia de la República, la política de amnistía de Andrés Manuel López Obrador hacia las bandas del crimen organizado, con la cual intentará enfrentar desde una perspectiva eclesiástica la espiral de violencia que azota al país.  Por lo pronto, el candidato presidencial ya le avaló a Solalinde su proyecto de crear el Consejo Ciudadano de Contraloría Social y Ética, que aglutinará principalmente a las víctimas de la violencia para que ahí expongan sus demandas, inquietudes y propuestas de reconciliación social. Un primer paso para llegar a la amnistía.  Entusiasmado con su proyecto, el padre Solalinde comenta: “A través de este consejo, serán las propias víctimas quienes aportarán soluciones al problema de la violencia. Tendrán un papel muy importante. Ellas decidirán si perdonan o no a sus victimarios. No se les puede imponer el perdón. Y deberá ser un perdón con justicia, no un perdón impune.” Adelanta que el consejo estará estructurado en “tres círculos concéntricos”. En el primero, dice, estarán las víctimas. En el segundo “los expertos, asesores y técnicos que estarán al servicio de las víctimas para canalizar sus demandas, inquietudes y propuestas de reconciliación social”. Y en el tercero participarán “personas con autoridad moral” para avalar las decisiones tomadas.  –¿Y usted ya se apuntó para participar en este consejo? –se le pregunta al padre Solalinde, candidato al Nobel de la Paz. –Sí, por supuesto. Pero apuntado no por el interés de un cargo, sino de servir. Pues para mí este trabajo será una mortificación, un dolor para ayudar a las víctimas, quienes no fueron tomadas en cuenta ni en el sexenio de Felipe Calderón ni en este de Peña Nieto. Sólo les dieron atole con el dedo.     –¿Y qué personas con autoridad moral podrían sumarse al consejo? –Será la misma sociedad civil quien las proponga. Podrían recomendar, por ejemplo, a Javier Sicilia o a Elenita Poniatowska. No lo sé. Por lo pronto, López Obrador y yo vamos a coincidir con Sicilia en un evento con víctimas programado para el próximo 8 de mayo. Ahí le hablaremos sobre el proyecto. “Y mire, he tratado de hablar con Marichuy, quien fue precandidata presidencial de los indígenas, para abrir un diálogo con ella. La he llamado por teléfono. Pero es muy esquiva. Sólo una vez me contestó. Piensa que intento afiliarla a Morena. ¡No, nada de eso! Yo amo a los indígenas por encima de cualquier partido.” Aclara Solalinde que no milita en el partido de López Obrador ni hace proselitismo a su favor. Y su acercamiento al político tabasqueño, asegura, fue para sondear su grado de compromiso con los marginados, con quienes Solalinde trabaja desde hace años, principalmente con migrantes centroamericanos que intentan cruzar a Estados Unidos. Cuenta el religioso: “Hará unos dos años que tuve mi primer encuentro con Andrés Manuel. Yo lo busqué. Quería medirlo, probarlo. Con esa intención llegué a sus oficinas. De inmediato empezamos a hablarnos de tú. Le aclaré: ‘Vengo a verte como persona y ver si de veras te interesas por los pobres, si de veras quieres cambiar el país’. Y él me contestó: ’Yo voy por el cambio’. A partir de entonces empezamos a vernos. Hoy ya lo considero mi amigo. “Le comenté que intentaba crear el Consejo Ciudadano de Contraloría Social y Ética, conformado principalmente por víctimas que juzgarían sus políticas públicas en caso de llegar a la Presidencia. Le pregunté si aguantaría esa andanada de críticas y recomendaciones, pues el consejo sería un contrapeso enorme para cualquier gobierno. Y me dijo: ‘Así como me lo explicas, es muy fuerte, y sé que contigo no se juega, pero acepto’.” –Si el consejo será independiente del gobierno, ¿para qué avisarle a López Obrador? –Realmente no necesitaba de su aprobación, pues el consejo será completamente libre, ciudadano. Pero se lo dije porque creo que es el único candidato que puede garantizar el cambio. Fue un aviso. Y si ya se comprometió a someterse a la revocación de mandato y a la rendición de cuentas, pues este será un compromiso más con la gente. Y claro, también le advertí que jamás aceptaría un solo peso suyo ni cargo alguno, pues soy un misionero ajeno a esas tentaciones terrenales. Nada de eso me interesa. Mi reino no es de este mundo.    –Pero algún interés debe tener usted para granjearse a López Obrador. –Sólo le estoy pidiendo lo único que puede darme: que le responda a las víctimas, a los pobres, a los migrantes, a los indígenas y a toda esa gente que fue excluida por los gobiernos tecnócratas… Es todo el interés que me mueve.  –Alguna vez me comentó que su intención es sacudir conciencias. ¿Hubo necesidad de sacudir la de López Obrador?  –¡No, para nada! Él siempre ha tenido la conciencia muy clara de solidarizarse con los pobres. Incluso me sorprende el que haya logrado cambiarles la mentalidad a personas como el magnate Poncho Romo, uno de sus colaboradores. Hace poco Poncho me invitó a cenar a su casa, en Monterrey. Y para provocarlo le pregunté delante de su familia y sus amigos: ‘Oye Poncho, tu eres un hombre muy rico y muy influyente. ¿Qué puede enseñarte a ti López Obrador?’ Y me contestó: ‘Yo antes había oído hablar de los de abajo, pero López Obrador me enseñó a escucharlos y a palparlos, eso me cambió’.  –¿Percibe en López Obrador una concepción cristiana de la política? –Sí, claro, y esta solidaridad con los oprimidos le viene en parte de su fe. Es católico. Lo ha dicho. Incluso siempre lleva en su cartera estampas de la Virgen de Guadalupe, del Sagrado Corazón y no sé de qué santos. Pero no es mocho. En su proyecto de amnistía hay misericordia cristiana.  –¿Usted le sugirió la idea de darle amnistía a los narcos? –No, no. Tengo entendido que esa idea le surgió durante un recorrido por una empobrecida zona del estado de Guerrero, y ahí vio a los campesinos orillados a trabajar en el narcotráfico. Los considera seres humanos que no merecen ser tratados como delincuentes. Por cierto, a esa misma gente la defiende el obispo de Chilpancingo-Chilapa, Salvador Rangel, quien ya dialoga con los grupos criminales.        Por la “justicia restaurativa” Entrevistado en la sede de las Carmelitas Misioneras de Santa Teresa, una antigua casona en la colonia Santa María la Ribera donde suele hospedarse, Solalinde indica que López Obrador coincide con él en “escuchar primero a las víctimas” para luego implementar la amnistía, de ahí la importancia –recalca– del Consejo Ciudadano de Contraloría Social y Ética.  Y explica que “no será una amnistía general” para todos, sino “restringida”, como un “traje hecho a la medida” para aquellos que realmente merecen el perdón, pues hay delincuentes “que no van a aceptar el daño que hicieron y ya tienen un estado patológico grave”. Agrega: “En el fondo, nosotros estamos en contra de la justicia punitiva y a favor de la justicia restaurativa, que rescata a la persona y la reincorpora a la comunidad, como hacen los pueblos indígenas. De manera que siempre debe haber un espacio de misericordia para los narcotraficantes”. –¿Usted está dispuesto a dialogar con ellos? –Sí, por supuesto. Estoy dispuesto a hablar con cualquier capo. Debo hacerlo por mi condición de sacerdote. No hago ninguna excepción. Pero además siempre lo he hecho, es parte de mi trabajo. Yo he hablado con gente de Los Zetas y del Cártel del Golfo, y lo seguiré haciendo. Me ha tocado confesar a los peores criminales y siempre los enfrento a su responsabilidad ante sus víctimas.  En 2007, relata, en su albergue Hermanos en el Camino, en Ixtepec, Oaxaca, recibía amenazas de muerte de un grupo de narcotraficantes que le estaba secuestrando migrantes. Pidió hablar con los jefes, avisándole antes al obispo de su diócesis. En lo alto de un cerro se reunió con los cinco cabecillas de la banda, quienes le exigieron ir solo al encuentro. Prosigue Solalinde: “Fui muy claro con ellos. Les dije: ‘Sé que guardan la droga a un lado de mi albergue, y también sé quiénes la distribuyen. Conozco también los asaltos de ustedes a los grandes comercios de la región. No voy a denunciarlos porque no soy policía. Sólo les pido que dejen de secuestrar a los migrantes’.  “Ellos me amenazaban con matarme ahí mismo. Pero les advertí que si lo hacían se meterían en muchos problemas. Les pregunté si eran creyentes. Algunos me dijeron que sí. Les dije que su actividad era incompatible con su fe y que yo estaba dispuesto a hablarles de Dios. Se fueron y me dejaron ahí solo. Pero aceptaron mi petición; nunca más volvieron a secuestrar a migrantes del albergue.” Contra el fariseísmo Durante la entrevista, Solalinde tiene frente a él una Biblia abierta sobre la mesa. Lee extractos de los evangelios de Mateo y Lucas sobre el perdón. Luego comenta: “Jesús nunca hacía distingos entre buenos y malos. Sentía especial misericordia por los pecadores. Los buscaba. Se juntaba con lo peorcito. Sin embargo, actualmente vivimos en una cultura punitiva obsesionada con castigar a los malos. En cambio, nosotros nos creemos perfectos e inmaculados. Esto es fariseísmo. “Ahí está el ejemplo de los políticos que se espantan porque el obispo Rangel dialoga con los narcos, cuando varios miembros de la clase política están involucrados en el negocio del narcotráfico. Entre ellos saben perfectamente bien quiénes tienen tratos con los cárteles de la droga para obtener dinero. Pero fingen demencia. Si al exgobernador Javier Duarte lo dejaran hablar, muchos saldrían raspados, de la Presidencia de la República para abajo. ¡Son hipócritas! ¡Son fariseos!”  Percibe Solalinde “la misma hipocresía” y una “conveniencia electorera” en los otros cuatro candidatos presidenciales: Ricardo Anaya, José Antonio Meade, Margarita Zavala y Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco. Opuestos todos ellos a la amnistía.      En sus videos de propaganda, Anaya y Meade pintan un escenario amenazante con las oleadas de delincuentes saliendo de las prisiones. En tono tranquilizador, por ejemplo, dice Meade en su promocional: “Confía en mí. Voy a ser tu presidente y en mi gobierno los delincuentes estarán en la cárcel y en México viviremos en paz”.  Margarita Zavala advierte que su fe católica es muy personal y no permitirá que influya en la liberación de criminales. Y El Bronco asegura: “No se debe perdonar. El que quiera perdón que vaya a la iglesia y hable con el cura”.  Comenta Solalinde: “Estos candidatos tienen un punto en común: son sistémicos; comparten el mismo modelito gringo, neoliberal y de espalda a los pobres; son católicos de religión, pero no practican el evangelio”.    –En su trabajo por la paz, ¿rescatará la experiencia del episcopado mexicano, que impulsa el diálogo entre víctimas y victimarios? –Sí, totalmente. Este diálogo impulsado por los obispos es necesario para llegar a la reconciliación, sin traicionar a la justicia. Por eso, al Consejo Ciudadano de Contraloría Social y Ética podrán incorporarse obispos y sacerdotes para nutrirnos con su experiencia. Y también ministros de culto de otras iglesias, como las evangélicas. Las puertas están abiertas a todos. En efecto, ante el fracaso de la militarización para combatir el problema de la violencia, la Conferencia del Episcopado Mexicano empezó a abrir hace seis años, en 2012, los “centros de escucha”; espacios parroquiales donde se les da atención espiritual, psicológica y jurídica a las víctimas de la violencia, con equipos de sacerdotes, psicólogos, abogados y laicos que hacen esta labor social (Proceso 1951). El episcopado dio después el siguiente paso: abrió las llamadas “escuelas del perdón”, donde está reuniendo a las víctimas con sus victimarios para llegar a la reconciliación, pero siempre respetando la decisión de las víctimas (Proceso 2038).   Un paso más lo dio el obispo Salvador Rangel en el convulso estado de Guerrero; empezó a dialogar directamente con los líderes de los cárteles a fin de pacificar la región (Proceso 2057). Por su lado, la Compañía de Jesús comienza a implementar un ambicioso proyecto nacional denominado Jesuitas por la Paz, centrado en reconstruir el tejido social de comunidades afectadas por la violencia, donde también promueve la reconciliación entre víctimas y victimarios (Proceso 2158).      Esta experiencia eclesiástica hoy intenta rescatarla López Obrador para su proyecto de amnistía, en el que las víctimas –promete Solalinde– tendrán un papel decisivo.  El pasado 13 de abril, al salir de un encuentro con los obispos mexicanos en la sede del episcopado, López Obrador adelantó que si llega a la Presidencia invitará al Papa Francisco a México para participar en los foros que realizará encaminados a la pacificación.     El año pasado, el Comité Noruego del Nobel admitió la postulación de Solalinde para el Nobel de la Paz y el Papa Francisco lo felicitó personalmente por su trabajo con los pobres. El religioso sabe que hoy pone en juego su capital moral al meterse en la azarosa refriega política, apostando por el tabasqueño. “No me duele gastar mi prestigillo por una buena causa. Todo lo que hago responde a mi conciencia. Yo creo en Andrés Manuel”, concluye Solalinde. Esta entrevista se publicó el 22 de abril de 2018 en la edición 2164 de la revista Proceso.

Comentarios