Daniela, estudiante de 19 años, expone su situación emocional: “Me siento sola y atrapada; atrapada en una casa que apenas reconozco como mi hogar; mi televisión se volvió aburrida; mi espacio para fumar, monótono; mi celular, un mal augurio; la comida, una mera necesidad sin título de gusto...”
CIUDAD DE MÉXICO (proceso).- Cuando no hay marcha atrás, el abandono y la impotencia nos llegan a todos y nos carcomen el alma…
Mi mundo y el de otros millones de seres humanos se ha visto amenazado desde hace cinco meses con el inicio de la pandemia; para todos el futuro sigue siendo incierto. Con las pocas restricciones impuestas en México y la actuación pobre de miles de ciudadanos, la situación no tiene un final establecido. Todos nos vimos en la necesidad de abandonar nuestras costumbres y recluirnos en nuestras casas, que no siempre se sienten como un hogar. La diferencia recae en el sentimiento de seguridad y amor que existe en cada casa, y no siempre tendremos ganas de estar ahí, por muy buen hogar que sea.
En mi caso, me recluí tres meses consecutivos en mi hogar hasta que la histeria, la ansiedad y la soledad se apoderaron de mis sentimientos y decisiones. Empecé a salir a casas de amigos para sentirme más acompañada y el resultado no fue el que esperaba. Así como de mí, la histeria se apoderó de todos mis seres queridos y mi círculo social se comenzó a colapsar rápidamente.
Hoy por hoy me siento sola y atrapada; atrapada en una casa que apenas reconozco como mi hogar. Mi televisión se volvió aburrida; mi espacio para fumar, monótono; mi celular, un mal augurio; la comida, una mera necesidad sin título de gusto, pero en cambio, mi cama se convirtió en mi mejor amiga, se volvió más cómoda y reconfortante y, con el paso del tiempo, mi confidente y mi caja fuerte de lágrimas. Desde hace un mes mi almohada sólo escucha lamentos, problemas y cada vez menos soluciones.