ESPECIAL DE INDEPENDENCIA

Los claroscuros de Agustín de Iturbide

Los insurgentes participantes en la aprobación del plan, aunque ignorantes, de inicio no hubieran estado acordes con que un coronel, como lo era Iturbide, que los había combatido, apareciera como posible candidato a emperador de México.
miércoles, 15 de septiembre de 2021 · 13:10

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Se ha tomado como fecha del fin del dominio español el 27 de septiembre de 1821. Esa es la versión oficial. Los hechos indican que no lo es.

La independencia, para muchos, fue un acontecimiento inesperado; no lo fue para quienes promovieron el Plan de la Profesa: realistas, algunas autoridades virreinales y alto clero católico; ellos, a espaldas del virrey Juan José Ruiz de Apodaca y Eliza, procuraban impedir la entrada en vigor de la Constitución de 1812, conocida como de Cádiz; la consideraban indeseable por liberal y prever para el reino una monarquía moderada.

Para los autores del Plan de la Profesa, de triunfar su conjura, lo que era la Nueva España, de hecho, sería gobernada por ellos, que tenían experiencia en la administración de los negocios públicos. En el movimiento separatista que promovían no habría improvisación ni novedad. El proyecto era que todo siguiera igual e impedir la aplicación de tan nociva Carta Fundamental.

Los conjurados de la Profesa no contaban con que Agustín de Iturbide, el instrumento que habían escogido para ejecutar parte de su plan, los traicionara. La misión que le confiaron y para ello consiguieron que el virrey Apodaca le diera hombres, armas y recursos, era lograr el sometimiento de los pocos y débiles grupos de insurgentes que controlaban una pequeña parte del territorio del virreinato. En la red de traiciones cada una de las partes hacía lo que consideraba su juego.

La aventura independentista de Iturbide comenzó en la población de Teloloapan, en el ahora estado de Guerrero, a mediados de febrero de 1821; en ese lugar hubo un encuentro entre Iturbide y José Figueroa, representante de Vicente Guerrero. En él se fijaron las bases generales para posteriores entrevistas; también anticiparon la emancipación de México del imperio español.

En el encuentro de ese mismo mes y año que tuvieron Guerrero e Iturbide, concluyó el enfrentamiento armado entre insurgentes y realistas.

Lo del abrazo de Acatempan entre Guerrero e Iturbide, a decir de Lucas Alamán, es uno de los tantos mitos de la historia oficial de México. Al parecer no hubo tal. Lo que sí fue real es la reunión en Iguala, de la que derivó lo que se conoce como Plan de Iguala de 24 de febrero de ese mismo año; en éste, en sus primeros artículos, se adoptaron como puntos de acuerdo:

“1. La religión católica, apostólica, romana, sin tolerancia de otra alguna.

2. La absoluta independencia de este reino.

3. Gobierno monárquico templado por una Constitución análoga al país.

4. Fernando VII, y en su caso los de su dinastía o de otra reinante serán los emperadores, para hallarnos con un monarca ya hecho y prevenir los atentados funestos de la ambición.”

Los insurgentes participantes en la aprobación del plan, aunque ignorantes, de inicio no hubieran estado acordes con que un coronel, como lo era Iturbide, que los había combatido, apareciera como posible candidato a emperador de México.

Iturbide, al enterarse de la llegada de Juan O’Donojú al Puerto de Veracruz, como jefe político superior y capitán general, para substituir al entonces virrey Apodaca, se apresuró a ir a su encuentro. De las conversaciones que ambos sostuvieron firmaron un documento al que llamaron Tratados de Córdoba.

Iturbide, en los Tratados de Córdoba de 24 de agosto de 1821, obtuvo el reconocimiento de la independencia de México; en forma complementaria se abrió pasó al imperio y a la ciudad de México.

“Art. 1º Esta América se reconocerá por nación soberana e independiente y se llamará en lo sucesivo imperio mexicano.

2º El gobierno del imperio será monárquico, constitucional moderado.

3º Será llamado a reinar en el imperio mexicano (previo el juramento que designa el Art. 4º del plan) en primer lugar el señor Fernando VII, Rey católico de España, y por su renuncia o no admisión, su hermano… y por la renuncia o no admisión de éste, el que las Cortes del imperio designaren.”

Iturbide, con este añadido, se abrió el acceso al imperio que tenía cerrado en el Plan de Iguala.

Como nos decía mi maestro don Arturo Arnaiz y Freg en su curso de centralismo y federalismo, que impartía en la Facultad de Filosofía y Letras, los llamados Tratados de Córdoba eran como los alacranes: venenum cauda, tenían el veneno en la cola, en la parte final; en efecto, Iturbide, sabiendo que no contaba con la capacidad para tomar la capital de la República por medio de las fuerzas armadas con que contaba, sorprendió la buena fe del recién llegado e hizo incluir un último compromiso en el documento:

“17. Siendo un obstáculo a la realización de este tratado, la ocupación de la capital por las tropas de la península, se hace indispensable vencerlo; pero como el primer jefe del ejército imperial, uniendo sus sentimientos a los de la nación mexicana, desea no conseguirlo por la fuerza, para lo que le sobran recursos, sin embargo del valor y constancia de dichas tropas peninsulares, por la falta de medios y arbitrios para sostenerse contra el sistema adoptado por la nación entera, don Juan O’Donojú se ofrece a emplear su autoridad, para que dichas tropas verifiquen su salida sin efusión de sangre y por una capitulación honrosa.”

Las tropas y autoridades peninsulares evacuaron la Ciudad de México. Ante ese hecho, Iturbide pudo entrar triunfante a ella el 27 de septiembre. Al día siguiente se firmó el acta de independencia. Entre los firmantes estuvieron aparte de Iturbide, Juan O’Donojú, José Miguel Guridi y Alcocer, Anastasio Bustamante y muchos otros más, plebeyos y nobles. Por ello, formalmente, la consumación de la independencia fue el 28 de septiembre y no el 27, como tradicionalmente se ha venido sosteniendo.

Lucas Alamán, refiriéndose a Iturbide dice: “Nadie sin duda, tenía tantas y tan buenas cualidades para obtenerla y desempeñarla. En medio de todos los defectos que se le notaron; con toda su inexperiencia en el mando, muy disculpable en su tiempo en que ninguno otro sabía más que él: no obstante su altivez e intolerancia de todo lo que parecía resistencia u oposición; a pesar de su precipitación indiscreta, que después de un golpe de arrojo venía a terminar en algún acto de debilidad, poseía un carácter noble, sabía conocer y estimar el mérito y siempre lo guiaba un espíritu de gloria y engrandecimiento nacional, que hubiera podido producir grandes resultados. Tenía algunas ideas administrativas, que se habrían mejorado con la práctica de los negocios, …” (Lucas Alamán, Semblanzas e ideario, UNAM, México, 1963, pág. 127).

Para regular la organización del imperio, el funcionamiento, facultades y atribuciones de sus autoridades, con fecha 10 enero de 1822, se emitió el Reglamento Provisional Político del Imperio Mexicano. Si bien en la actuación, en general de quienes eran parte de la familia imperial y de la clase gobernante se observó improvisación, ignorancia y precipitación, esa crítica no alcanza a los autores de ese Reglamento. Con sus asegunes, se nota un dominio del lenguaje jurídico y de las instituciones públicas.

Un precepto que lo indica es el artículo “2º: Quedan, sin embargo, en su fuerza y vigor las leyes, órdenes y decretos promulgados anteriormente en el territorio del imperio hasta el 24 de febrero de 1821, en cuanto no pugnen con el presente reglamento y con las leyes, órdenes y decretos expedidos, ó que se expidieren en consecuencia de nuestra independencia.”

Caída de Iturbide

La farsa de imperio encabezada por Iturbide fracasó. Desde un principio estaba destinado al fracaso; así lo observó alguien que lo conoció y que lo vio como a un inferior, Lucas Alamán:

“Era de data reciente la revolución, por grande que fuese el mérito que en ella había contraído pudiese obtener aquel respeto y consideración que sólo es obra del tiempo y de un largo ejercicio de la autoridad. Los que poco antes habían tenido a Iturbide por su compañero o su subalterno; la clase alta y media de la sociedad que había visto a su familia como inferior, o igual, no consideraban tan repentina elevación, sino como un golpe teatral y no podían acostumbrarse a pronunciar sin risa los títulos de príncipe y princesa.” (Op. cit., pág. 126).

El fracaso de Iturbide representó un tropiezo para la vida independiente de México. El exemperador salió al destierro; en su ausencia el Congreso dispuso la pena de muerte para el caso de que regresara. Fue fusilado en Padilla, Tamaulipas, el 19 de julio de 1824. Con su muerte terminó el primer imperio.

Ante el riesgo de que la nación se desmembrara en pequeñas repúblicas, el Congreso, con fecha 12 de junio de 1823, emitió el voto por la forma de república federada:

“El soberano Congreso constituyente, en sesión extraordinaria de esta noche, ha tenido a bien acordar que el gobierno puede proceder decir a las provincias estar el voto de su soberanía por el sistema de república federada, y que no lo ha declarado en virtud de haber decretado se forme convocatoria para nuevo Congreso que constituya a la nación.”

A mediados de 1829 España trató de reconquistar México. De Cuba salió una expedición de cuatro mil hombres armados bajo el mando del brigadier Isidro Barradas. Lo combatieron tropas mexicanas al mando de los generales Antonio López de Santa Anna y Manuel Mier y Terán. Barradas y su tropa fueron derrotados. Para ese año Iturbide ya había sido fusilado y México estaba organizado como una república federal.

Ante hechos consumados, España, finalmente, por virtud del tratado de Calatrava, de fecha 28 de diciembre de 1836, reconoció a México como nación libre, soberana e independiente.

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