Fervor
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Los mexicanos no creemos en la Realidad. Nos la pasamos por el arco del triunfo. Se la dejamos a pueblos más cándidos, como los suecos o los norteamericanos. Allá ellos sí someten a la aritmética, allá ellos sí se esclavizan a los resultados mensurables y no los discuten.
Nosotros somos demasiado creativos para tales sometimientos. Nuestras policías, que supuestamente debieran averiguar los hechos criminales, prefieren el montaje de capturas espectaculares y la fabricación de expedientes. Dejan de lado, impunes, al 98% de los delitos, pero no se puede ser artista y justo a la vez.
Nuestros políticos por su parte confían en la fuerza de la retórica. El PRI recurre a la retórica patriótica que visiona el gran porvenir de la Patria, y no se distrae en minucias, como en priistas deshonestos, pederastas o ladrones: son pequeños accidentes que la prosa épica no puede asimilar. El PAN, que alguna vez quiso cambiar la realidad, prefirió hace años el discurso motivacional para encubrirla, un discurso inspirado a medias entre el club del optimismo y las fórmulas de la mercadotecnia. Y las Izquierdas todo lo rechazan, indignadas.
Salvo excepciones heroicas, que se enlodan las botas en la realidad, que arriesgan el enojo de los poderosos, y su venganza, o arriesgan la vida en las plazas de la guerra, nuestro periodismo reproduce este mundo de dichos y medias verdades: el nuestro es en general un periodismo que reporta más declaraciones que hechos, más sospechas que eventos, y eso lo hace por razones de lucro. Más barato es reportar lo que dice Fulano, o lo que Zutano dice de Mengano, o de plano lo que opina el Opinador número 9.
¿Qué nos queda a la sociedad civil? Sin hechos a los que adherirnos, elegimos el fervor. Con fervor creemos que la pasada elección fue limpia, o que no lo fue, porque en un abracadabra al revés, todo indicio de trampas se ha esfumado del discurso de los políticos o la prensa. Con fervor creemos que la guerra que vivimos es necesaria porque de otra forma con fervor pensaríamos que es una guerra boba.
Nada como esta guerra que vivimos debería escarmentarnos de nuestro desprecio por la realidad y nuestra costumbre de suplirla por el fervor.
Ya se sabe, en el año 2006 este gobierno decidió ir a la guerra contra el narco con cero información del enemigo. Cero mapas de su disposición geográfica y vagas intuiciones del tamaño de su arsenal. Eran Malos y quienes los combatieran serían, por contraste, Buenos, y la Justicia Divina daría a los Buenos el triunfo.
Con piedras los hubiera combatido si solo hubiera tenido piedras, declaró en el 2010 el supremo comandante de las fuerzas del Bien, el presidente Calderón.
Resultó que los Buenos están infiltrados por los Malos, que los Malos son muchos, y que la Justicia Divina es una fantasía. 90 mil muertos sólidos como la carne y los huesos lo atestiguan.
Pero los que ahora dicen que esos 90 mil son los muertos de Calderón inventan también un país más simple de lo que es en realidad. Había una guerra entre los cárteles antes de que llegara el presidente a azuzarla. Había un guerrilla diaria contra la población. La guerra entre los cárteles seguirá y la guerrilla también cuando el presidente Calderón deje el gobierno.
Cátodos electrificados con el voltaje del fervor, los mexicanos nos enfrentamos en cada oportunidad: echamos chispas, nos vigoriza el escándalo, y nada resolvemos en lo real.
Desechamos al prójimo como a un imbécil. Encontramos el talón de Aquiles del prójimo en un instante, y lo derribamos. A nadie concedemos excelencia o eficacia. En esta orgía de caníbales, subyace la misma creencia que subyació en la decisión de ir a la guerra: algo superior a nosotros pondrá orden. Un padre benévolo intervendrá desde el Más Allá para salvarnos de nosotros mismos y nuestros fervores combativos.
Es improbable. La opción a la anarquía a donde nos ha llevado los fervores y sus mentiras sigue siendo la realidad. Sólo la curiosidad científica en los hechos los vuelve manejables. Sólo el respeto por lo que es, nos permitirá salir juntos de su laberinto.
Pero parece que se acerca el remedio. La salvación parece que se apersonará en enero y empezará a surtir su efecto sanador.
El presidente electo ha decretado la creación de una fiscalía contra la corrupción y la mentira. Su anuncio lo realizó en compañía de dos figuras que algo saben del tema, Emilio Gamboa y El Niño Verde.
El Niño Verde que preside un partido ecologista que ha probado no ser ecologista ni partido, sino una empresa que licita influencias y puestos en el gobierno.
Pues bien, a pesar de ello, yo creo que la nueva fiscalía contra la mentira y la corrupción nos enraizará por fin en la realidad. Lo creo con todo un mi fervor patrio.