Destruir para construir

miércoles, 29 de agosto de 2012 · 20:30
MONTGOMERY, Alabama (apro).- A veces hay que destruir para construir. Este es tal vez uno de los mensajes que quedan o que podrían quedar después de que las víctimas de la guerra contra el narcotráfico que se libra en México, destruyendo dos armas en la plaza de Guadalupe, en Houston, Texas, en un acto desesperado de protesta para llamar la atención de una sociedad ensimismada y un gobierno preocupado en relegirse. Al mediodía del lunes 27, sin pedir permiso a las autoridades, como suele hacerse en este país de leyes y reglas, Javier Sicilia y cinco de las víctimas que viajan en la Caravana por la Paz realizaron un acto en la plaza pública que está cercana a la iglesia de Guadalupe. Sin embargo, lo que para los mexicanos fue un acto de resistencia civil pacífica para los estadunidenses podría tratarse de un hecho de violencia y un atropello a su tradición armamentista. Las dos caras de la violencia. Antes de realizar el acto de desmantelamiento, las víctimas pasaron a la iglesia de Guadalupe, donde recibieron una bendición y rezaron a la imagen morena, pidiendo un alivio a su dolor. De ahí salieron para encaminarse a la plaza, donde destruyeron las armas con una sierra eléctrica y un mazo de acero. Era extraño ver al poeta, quien decidió no escribir más poesía después de que le mataron a su hijo, tomando un esmeril instalado en una especie de quiosco y cortar en tres partes un arma AK-47 y hacer lo mismo con un revólver, luego de lo cual levantó triunfante los pedazos de metal. Igualmente impresionante fue observar a las mujeres que han perdido a sus familiares, asesinados por las bandas criminales, golpear las armas con todas sus fuerzas. Mientras blandían el mazo de acero, lanzaban gritos de dolor y de odio contra quienes mataron a sus esposos, hijas e hijos. En la plaza no había más gente que los integrantes de la Caravana por la Paz y algunos vagabundos que deambulaban entre las bancas, buscando algo útil entre los depósitos de basura. Las cámaras de televisión de varias cadenas interesadas en el espectáculo arribaron al lugar para registrar el acto, que consideraron un sacrilegio en un país con una historia basada en la libre adquisición de armas. Articulistas mexicanos internacionalistas, como Jorge Castañeda y Jorge Ramos, han afirmado que la Caravana por la Paz tendrá poco impacto porque no habla en inglés y, además, tiene una agenda que toca los símbolos sacrosantos de Estados Unidos, entre ellos la venta de armas. No obstante, olvidan que la intención de esa acción inédita no es hablar con el presidente Barack Obama, ni pedirle que prohíba la compra de armas o deje de apoyar al gobierno mexicano en la lucha contra el narcotráfico. Los objetivos de la marcha son más inmediatos, entre ellos hacer voltear a la sociedad y el gobierno estadunidenses, es decir, que miren hacia afuera y asuman su responsabilidad en el trasiego de las armas hacia el crimen organizado mexicano. Los integrantes de la Caravana por la Paz exigen, además, el respeto a los derechos de los migrantes y tomar el problema de las drogas como un asunto de salud y no de seguridad nacional, así como frenar el lavado de millones de dólares producto del crimen organizado. Estas mismas demandas, más la aprobación de la reforma política y la democratización de los medios, las hizo el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad desde el 8 de mayo de 2011, durante la marcha que inició en la ciudad de Cuernavaca, Morelos, y concluyó en el Zócalo de la ciudad de México. Todas esas peticiones las desoyó el presidente mexicano Felipe Calderón, quien incluso traicionó su palabra al incumplir su promesa de crear la Procuraduría de Víctimas, como una instancia con recursos y autonomía, y vetar la Ley de Víctimas, pese a que ya fue aprobada en el Congreso de la Unión. A veces, pues, hay que destruir para construir. El desmantelamiento de las dos armas de alto poder que hicieron Sicilia y las cinco víctimas de la guerra emprendida por Calderón contra la delincuencia organizada fue un acto simbólico que no necesita de traducción. Fue un acto de resistencia civil pacífico desesperado, y un mensaje claro para los gobiernos y políticos de México y Estados Unidos para que cambien su estrategia fallida de combate al narcotráfico. La Caravana por la Paz es pequeña, sus integrantes caben en apenas dos camiones blancos que recorren las entrañas del imperio estadunidense. Duermen en el suelo de las iglesias y se alimentan de la buena acción de organizaciones de derechos humanos del país del norte. Sus acciones pueden ser igualmente pequeñas, pero al final son un grito desesperado de justicia de un grupo de familias que representan a 70 mil muertos, 10 mil desaparecidos y 250 mil desplazados. Quizá haga falta hacer más ruido que el de la sierra eléctrica destruyendo las armas para sacar del ensimismamiento a los estadunidenses. El rechinido de los discos del esmeril al atravesar el metal de las armas y los gritos de “viva la paz” que rompieron la quietud del parque solitario de Houston, no fueron suficientes para hacerse oír. Pero ¿qué hubiera pasado si este mismo acto se hiciera frente a la Casa Blanca, en el Central Park o en la Quinta Avenida? Por lo pronto, la Caravana por la Paz está haciendo historia en cada paso que da por territorio estadunidense, visibilizando el problema de la violencia en ambos lados de la frontera norte y el de las víctimas de una guerra fracasada.

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