El cristiano Álvarez Icaza

viernes, 31 de agosto de 2012 · 13:26
Mientras el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) recorre Estados Unidos en su afán por detener la guerra que el gobierno estadunidense y el de Felipe Calderón instalaron en México, Emilio Álvarez Icaza ha tomado posesión en Washington de la Secretaría Ejecutiva de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Sabemos que desde allí continúa la dura tarea de su vida: la defensa de lo humano, y que nos acompaña, pero también sentimos su ausencia. Emilio Álvarez Icaza, como cada miembro del MPJD, no sólo es insustituible –únicamente el liberalismo económico y la frialdad del Estado y del crimen que han reducido al ser humano a una mera instrumentalidad pueden pensar lo contrario–; es también imprescindible. Lo vi por primera vez el 13 de abril de 2011 en el mitin en el que convocamos a la Marcha Nacional del Silencio por la Paz. Estaba sobre el templete a unos cuantos pasos de mí. Aunque conocía la manera en que había continuado la magnífica obra de su padre, José Álvarez Icaza, el fundador del Centro Nacional de Comunicación Social (Cencos), y admiraba la manera en que se había desempeñado como el ómbudsman de la Ciudad de México, jamás me había cruzado con él. Su figura, que me recuerda siempre a la de un Bakunin trasplantado al Valle de México o a la de un Lenin con sobrepeso (“Esta es cintura, pinche poet –me dice lleno de humor cuando lo fastidio diciéndole: ‘Lenin no ha muerto, sólo vino a más’–, y no la jodida panza que andas cargando”), y el abrazo que previamente me había dado, me llenaron de consuelo. Al concluir el mitin volvió a abrazarme y me dijo. “Voy a estar con ustedes”. Desde entonces lo ha hecho. No sólo puso a disposición del MPJD el equipo y las instalaciones del Cencos, dirigidos por Brisa Solís, sino todo su saber humano y político, y todo su amor. Su finura, su humor, su discernimiento, su capacidad de negociación y de firmeza en el diálogo, su sentido de la moral de situación, tan poco común en los puritanos de izquierdas y derechas, han sido fundamentales no sólo en las caravanas del MPJD –incluyendo la que ahora hacemos en territorio estadunidense–, sino en los diálogos por la paz que sostuvimos con el Poder Ejecutivo, el Legislativo y los candidatos a la Presidencia de la República, y en las mesas de trabajo que se desprendieron de ellos. Allí donde las movilizaciones del MPJD corrían el peligro de convertirse en una pura protesta, Emilio supo equilibrar, sumar, convencer y abrir el diálogo –uno de los distintivos del MPJD–; allí donde la cerrazón de los poderes instalaba la desesperanza, Emilio encontraba el hueco por dónde transitar y rehacer la esperanza. Aun en las situaciones más desesperadas nuca perdió de vista lo humano ni el humor; tampoco perdió de vista el profundo vínculo entre medios y fines. Las víctimas –centro del MPJD– eran y siguen siendo su prioridad. Lo vi abrazarlas, llorar con ellas, consolarlas, atenderlas y luchar por su dignificación. Prefería tender puentes que dinamitarlos, ganar la construcción y la interpretación que la discusión. Firme en todo momento, sabía dónde apretar y dónde distender; dónde estar en el centro y dónde solamente acompañar. Nunca lo vi perder la compostura ni salirse de sí. Tampoco lo vi mentir ni aprovecharse de nada ni de nadie para su beneficio, ni dejar que otros se aprovecharan del MPJD. Por ello las instituciones podridas de este país nunca tuvieron un sitio para él. Su presencia, como lo fue durante su estancia como ómbudsman del DF y durante su estancia en el MPJD, fue y será siendo incómoda para las corrupciones del poder. Por eso se lo llevó la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, y por eso, antes de partir a Washington, dejó, pese a que siempre nos será imprescindible e insustituible, ordenada su salida del MPJD. Aunque su saber viene de muchas fuentes, sus raíces se hunden en el Evangelio. Son ellas las que han alimentado y trascienden al sociólogo, al jurista de los derechos humanos, al teólogo de la liberación, al político y al hombre de Iglesia, al amigo, al compañero, al confidente y al maestro. Su presencia, que siempre es un consuelo y una luz, guarda por lo mismo una gran libertad de espíritu. Podría decir que en su meditación espiritual Emilio aprendió e hizo suya una de las más hermosas revelaciones del Evangelio: La causa de Dios es la causa del hombre. Esa causa lo ha enfrentado a las instituciones clericales y políticas y a cualquier ideología que anteponga su visión del hombre al hombre mismo; esa misma causa lo llevó a ser una de las grandes voces y estrategas del MPJD; esa misma causa lo ha llevado también, y de manera dolorosa, a dejar el Movimiento e irse a la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos. Allí, donde Emilio puede servir a esa causa de mejor manera, allí estará desprendiéndose, como lo enseña el Evangelio, de los apegos. Nos ha dejado un gran hueco, pero también su amor, sus enseñanzas y su presencia en Washington, hacia donde, desde algún lugar de EU, nos dirigimos. Sabemos que allí estará aguardándonos con su mismo amor, su misma devoción, su misma alegría y, nos lo ha prometido, con agua de horchata para refrescarnos. Hasta pronto, querido amigo. Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a todos los presos de la APPO, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.

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