Vidas en "línea": Juntos y solos

lunes, 16 de diciembre de 2013 · 10:39
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Sherry Turkle ha estudiado las tecnologías de la comunicación móvil y entrevistado a cientos de jóvenes y adultos sobre sus vidas “en línea”. Ha descubierto que nuestros celulares no sólo cambian lo que hacemos, sino que cambian lo que somos. Algunas de las cosas que hacemos ahora con estos dispositivos hace unos años nos habrían parecido raras, perturbadoras o incluso groseras, pero rápidamente nos hemos acostumbrado a ellas. Turkle da unos ejemplos: Los ejecutivos envían textos durante reuniones de trabajo; los políticos miran sus correos en actos públicos; los estudiantes chatean en medio de las clases; los padres y las madres mandan textos en el desayuno y la cena, mientras que sus hijos se quejan por no tener la atención de sus progenitores. Y muchas personas chatean ¡hasta en los funerales! Eso estudia Sherry Turkle, y su libro Alone Together sostiene que nos estamos metiendo en un verdadero problema, tanto en la manera de relacionarnos con los demás como en la forma de relacionarnos con nosotros mismos, sobre todo por lo que toca a nuestra capacidad de autorreflexión. Nos estamos habituando a una nueva forma de “estar juntos en solitario”. La escritora señala que la gente quiere estar en todos los sitios al mismo tiempo. Quiere entrar y salir de todos los lugares, buscando el foco de su atención. Quiere ir a la reunión o la junta, pero sólo para poner atención a las partes que le interesan. Algunas personas creen que eso es bueno, pero así acaban evitando la relación humana con las demás personas, aunque estén permanentemente conectadas entre sí. Turkle ve que los jóvenes no se cansan de chatear, no sólo a distancia, sino también de cerca. ¿Qué significa esto? Un adolescente de 18 años que usa mensajes para casi todo le dijo: “Algún día, algún día, que ciertamente no será hoy, me gustaría aprender a tener una conversación”. Cuando ella le preguntó: “¿Qué hay de malo en tener una conversación?”. El chavo contestó: “Lo malo de tener una conversación es que sucede en tiempo real y no puedes controlar lo que vas a decir”. Esa, concluye al respecto, es la clave del problema: enviar mensajes y correos nos permite “editarnos”, o sea, podemos borrar y retocar lo que pensamos y presentarnos como queremos que nos vean. Estar conectados a cachos, para obtener porciones de información, funciona para decir: “Estoy pensando en ti”, o para decir: “Te quiero”. Pero no funciona para conversar ni para aprender unos de otros. Para Turkle, no ser capaces de establecer una conversación cara a cara pone en riesgo nuestra capacidad de autorreflexión y de comunicación. Por eso, según ella, los celulares están cambiando nuestras mentes y corazones. Estos dispositivos nos ofrecen tres gratificantes fantasías. La primera es que podemos poner la atención donde queremos tenerla; la segunda, que siempre seremos escuchados; y la tercera, que nunca estaremos solos. Esta última, que nunca estaremos solos, es clave para nuestro psiquismo. La tecnología nos ayuda a paliar la soledad. Sí, estamos solos, y desde las redes sociales se desarrollan tecnologías que dan la ilusión de compañía sin las exigencias de la amistad. Usamos la tecnología para sentirnos conectados, pero perdemos intimidad. En el momento en que alguien se queda solo, incluso por unos segundos, se pone ansioso o se inquieta, y busca su celular. Parecería que estar solos es tener un problema que hay que resolver, y la gente lo soluciona conectándose. Pero, advierte Turkle, conectarse es más un síntoma que un remedio: expresa pero no resuelve un problema subyacente. La conexión permanente, puntualiza, está cambiando la forma en que la gente piensa de sí misma. Está conformando un nuevo modo de ser, incapaz de soledad, necesitado de conexión constante. Pero si las personas no cultivan la capacidad de estar solas, de estar consigo mismas, entonces paradójicamente terminan aisladas. La soledad es donde uno se encuentra a sí mismo, de modo que pueda llegar a los otros y formar afectos reales. Si no se tiene la capacidad de estar solo, se acude a otras personas para sentir menos ansiedad. Luego se refiere la escritora al destino al que el uso actual de la tecnología puede llevarnos. Estamos fascinados con la tecnología, pero es el momento de reflexionar en cómo la estamos usando, así como en lo que nos podría costar en términos de humanidad y afectos. Ella no sugiere que abandonemos nuestros celulares, sino que desarrollemos una relación más consciente con ellos, pero también con nosotros mismos. Lo primero que nos propone es que hagamos una revaloración de la soledad: La soledad es buena, ayuda a pensar. Su segunda propuesta es que recuperemos la conversación cara a cara: Necesitamos escucharnos mutuamente, con una escucha que incluya las partes aburridas de una conservación, y aquellas donde titubeamos o no encontramos las palabras, pues justamente son las que hacen que mostremos nuestra vulnerabilidad a los demás. Y es que, prosigue, esperamos más de la tecnología que de los seres humanos. Hay que cuestionar la idea errónea de que estar siempre conectados nos hace estar menos solos. Si no podemos estar bien solos, no seremos capaces de buscar interlocutores. Asumir bien la soledad, y no sólo apaciguar la sensación de soledad, lleva a buscar el encuentro con el otro y a recuperar la conexión verdaderamente humana.

Comentarios