El misterio de Benedicto XVI

martes, 26 de febrero de 2013 · 22:19
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Se ha escrito mucho sobre la renuncia al papado de Benedicto XVI. Las opiniones –al menos las que conozco– giran en torno al catastrofismo apocalíptico, a la conspiración política o al cansancio y la vejez del Papa. Nadie, sin embargo, ha tratado de entender sus motivos espirituales. No es para menos. En un mundo desencantado, donde todas las instituciones han entrado en una profunda crisis, las cosas del espíritu han dejado de existir o, al menos, de pensarse. La misma institución de la Iglesia ha contribuido a ello. Desde que con Constantino I decidió hacer una alianza innatural: unir al Pobre de Nazaret con el poder del Estado, la Iglesia ha dejado de ser a lo largo del tiempo el “cuerpo místico de Cristo”, para convertirse en una mera cosa social, que al igual que cualquier otra institución está atravesada por intereses mundanos, hipocresías, acallamientos, moralinas ideológicas que han velado su verdadera sustancia y la han hecho entrar en el juicio del siglo. No obstante esta realidad, la Iglesia, en sus profundidades, continúa siendo una realidad espiritual que hunde sus raíces, no en el poder, sino en el amoroso y humilde secreto de Cristo. Sin esa realidad, no tendríamos ni a Juan de la Cruz ni a Teresa de Ávila; ni a Dietrich Bonhoeffer ni a Etty Hillesum, ni a Chinchachoma; no tendríamos a tantos hombres y mujeres que día con día, poniendo en riesgo sus vidas y su bienestar mundano, se encuentran en las cabeceras de los agonizantes, en las cárceles, junto al dolor de las víctimas, de los despreciados y abandonados, al lado del sufrimiento. Es desde esa raíz, oculta por el pudrimiento de la modernidad, desde donde habría que entender la renuncia de Benedicto. Más allá de su condición de Papa y del hombre que por muchos años fue el custodio de la doctrina de la fe; más allá incluso de sus equívocos –¿quiénes estamos exentos de ellos? –, y de las presiones que el ejercicio del poder impone, Benedicto es un profundo espiritual y uno de los más altos teólogos de la tradición cristiana. Como espiritual, tiene un gran sentido de la experiencia amorosa de Cristo –de allí su cristocentrismo y su sentido de la centralidad de la eucaristía en la vida de la Iglesia. Fragmento del análisis de Javier Sicilia, publicado en la edición 1895 de la revista Proceso, actualmente en circulación.

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