División perredista
MÉXICO, D.F. (Proceso).- El 20 de noviembre de 2012, cuando López Obrador anunció su decisión de separarse del PRD y buscar la creación de su propio partido, muchas voces dentro del perredismo, en particular las vinculadas con su actual dirigencia, señalaron que finalmente se concretaba una división que estaba presente desde 2006 y que la salida de aquel personaje permitiría lograr la unidad del instituto político.
Sin embargo después de esa fecha surgieron muchas otras evidencias de que el PRD (para ni siquiera hablar de la izquierda en su conjunto, que está todavía más dividida) podría enfrentar un desmembramiento todavía mayor, entre las que destacan: las fricciones generadas por la decisión de la dirigencia nacional y sus más allegados (Nueva Izquierda y corrientes afines) de sumarse al Pacto por México; los enfrentamientos entre la dirigencia nacional y las estatales o al menos, integrantes de éstas por la formación de coaliciones para las elecciones de julio próximo; y finalmente las diferencias que se dejaron ver en días recientes con la aprobación de la reforma en telecomunicaciones y entre el actual jefe de Gobierno capitalino, Miguel Ángel Mancera y su predecesor, Marcelo Ebrard.
En los enfrentamientos entre las dirigencias destacan particularmente los casos de Baja California y Chihuahua. En el primero se crearon dos coaliciones: Una, Compromiso por Baja California, integrada por PRI, PVEM, PT y Partido Encuentro Social; la otra, Unidos por Baja California, integrada por PAN, PRD, Panal y Partido Estatal de Baja California. El único que no participa en ninguna de las dos es Movimiento Ciudadano.
Pero lo más crítico para el PRD es que la secretaria general del Comité Estatal, Hortensia Hernández, apoyó, junto con un grupo de perredistas disidentes, a Fernando Castro Trenti, candidato de la alianza encabezada por los priistas. Así la división del PRD es clara y ostensible: Oficialmente, por decisión del Comité Ejecutivo Nacional participa en alianza con el PAN, mientras su secretaria general estatal y la disidencia lo hacen con la otra coalición.
En el caso de Chihuahua la dirigencia estatal decidió postular candidatos a diputados y alcaldes en una alianza parcial con el PRI; sin embargo apenas el martes 26 el dirigente nacional perredista, Jesús Zambrano desmintió dicha coalición e incluso cuestionó que ignoraran un exhorto que les había hecho la Comisión Política Nacional para rechazar esa alianza. Seguramente el desenlace será que algunos perredistas participarán como candidatos y se traducirá en un rompimiento del PRD en dicha entidad.
En el caso de la aprobación de la reforma constitucional en materia de telecomunicaciones la votación en San Lázaro nuevamente muestra la división en el partido del sol azteca, pues si bien una parte de los votos en contra o abstenciones pueden ser de lopezobradoristas, no todos pertenecen a sus fieles seguidores. De una fracción de 100 diputados únicamente pudo conseguir el voto aprobatorio de 56, es decir, 44% de los legisladores no apoyó la reforma respaldada por su dirigencia nacional a través del Pacto por México. De esos 44, 26 votaron en contra, siete se abstuvieron y 11 simplemente no se presentaron a la sesión en la que se votó la reforma. Así, suponiendo que los 11 ausentes no son opositores, una tercera parte de la fracción no apoya las decisiones de su dirigencia ni de los coordinadores de la fracción parlamentaria.
Pero todavía más preocupante es el distanciamiento entre Mancera y Ebrard, pues sumado a la salida de AMLO y las disputas entre las tribus perredistas, un rompimiento entre los dos pondría en riesgo la amplia mayoría del perredismo en la capital de la República, convertida desde hace 16 años en su principal bastión y soporte.
De entrada hay que señalar que Mancera no es militante perredista y todavía hoy se niega a afiliarse al PRD; de hecho logró la candidatura gracias al respaldo de Ebrard. Sin embargo las diferencias entre ambos empezaron poco después de las elecciones del 1 de julio de 2012, pues desde el inicio el ahora jefe de Gobierno dejó claro que él reconocía el triunfo de Enrique Peña Nieto y se distanciaba de los cuestionamientos de la izquierda; volvió a manifestarse en su toma de posesión, donde dio un trato privilegiado al secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, y representante del presidente; nuevamente, en la integración del gabinete, ya que aunque incorporó a miembros de las principales corrientes perredistas, incluyendo a exfuncionarios de Ebrard, dejó claro su sello personal; y se agudizaron en las últimas dos semanas con declaraciones y acciones que evidencian el distanciamiento.
La actitud inicial de Mancera lo llevó a mantener una muy cordial relación con el presidente Peña Nieto, lo cual llevó a Ebrard a declarar que el jefe de Gobierno no cumplía su papel de opositor. La respuesta del primero fue inmediata: “Él está haciendo política y… yo soy el jefe de Gobierno”.
Fragmento del análisis que se publica en la edición 1900 de la revista Proceso, ya en circulación.