El juego de la vida
A la memoria de Juanelo, en apoyo a los reporteros de Veracruz
MÉXICO, D.F. (apro).- El domingo 31 de marzo el poeta no traía su sombrero café, tipo Indiana Jones, ni su infaltable chamarra, menos las botas o los jeans deslavados. Ese día vestía un short, tenis y una playera hecha a la memoria de su hijo Juanelo. Ese día, Javier Sicilia cuidaba la portería en el campo de futbol de Ahuatepec, Morelos, para que no le metieran un gol. Vanos intentos. La pelota se incrustó dos veces en la red, y el equipo tuvo que dejar el reducido campo de pasto sintético. Los equipos participantes estaban formados por los amigos de Juan Francisco que estudiaban con él o jugaban en la universidad, pero también había niños. Gaby, la novia de Juanelo, metió un par de goles. Y ahí estaban los amigos de Sicilia, que llevaron a sus familias a distraerse un poco ese domingo de Pascua. Era agradable ver a los jóvenes jugar con el balón, tratando de burlar al enemigo para llegar a la portería defendida por Sicilia, de un lado, y del otro por Atzin, el amigo de Juanelo, quien se ha encargado de organizar los partidos en estos dos años. El balón pasaba de un lado a otro de la cancha con las jugadas, piruetas y pases al espacio que daban algunos de los jugadores. Gaby se especializaba en tirar desde lejos, mientras que Sicilia hacía esfuerzos por detener los disparos constantes a su portería, hasta que pidió salir a la delantera para meter algunos goles, como alguna vez lo hizo con su hijo Juanelo, a quien recuerda como un excelente jugador, más que un intelectual. El juego, en realidad, era un ejercicio de memoria. Se trataba de no olvidar a Juanelo y a sus amigos asesinados hace dos años por el crimen organizado, pero tampoco a miles que han sido arrastrados por la espiral de violencia que Felipe Calderón provocó con la declaración de guerra al narcotráfico y que hoy, con Enrique Peña Nieto, sigue cobrando vidas –más de 2 mil en cuatro meses de gobierno– y golpeando a los reporteros de varios estados del país, sobre todo en Veracruz, donde absurdamente la Asociación Mexicana de Editores (AME) premió al gobernador Javier Duarte por ser “protector de periodistas” y “respetuoso de la libertad de expresión”, mientras los periodistas siguen siendo perseguidos en ese estado. La idea de reunirse para disfrutar un rato el juego en la cancha de futbol fue también un intento por no perder ese tejido social tan diluido y roído por la violencia, que sólo puede rehacerse con acciones cotidianas de convivencia y que en algunos pueblos y ciudades ya no es posible, por el temor a las bandas del crimen organizado, que se han adueñado hasta de esos espacios colectivos. Durante más de una hora, niños, mujeres, jóvenes y adultos patearon una pelota. Rieron, bromearon e inventaron jugadas, pero sobre todo mostraron una alegría y una libertad sólo permitidas en un juego en comunidad y en paz. No hubo ganadores ni perdedores. Se trató solo de un juego de la vida, un acto de comunión, un homenaje alegre a quienes ya no están y un ejercicio de memoria contra el temor, el olvido y la muerte de miles de mexicanos arrastrados por la violencia que empezó con Calderón y que continúa veloz con Peña Nieto. Twitter: @GilOlmos