Don Nepo, a cuatro años de su asesinato

viernes, 11 de diciembre de 2015 · 09:24
MÉXICO, DF (Proceso).- El 28 de noviembre de 2011, hace cuatro años, Nepomuceno Moreno, Don Nepo, como le llamábamos, fue asesinado en Hermosillo, Sonora. Había caminado con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) a lo largo de toda la república buscando justicia para su hijo Jorge Mario y dos muchachos más desaparecidos por policías en el mismo estado el 1 de julio de 2010. Desde esta fecha no había dejado de levantar actas, de hablar con policías ministeriales, de redactar cartelones, de distribuir fotografías, de caminar las calles de su ciudad, de pedir ayuda al procurador Abel Murrieta Gutiérrez –hoy diputado del PRI– que le respondió con el cinismo de los omisos o de los cómplices: “No puedo meter a un comandante a que investigue este caso porque el comandante me va a decir ‘renuncio’”. El 14 de octubre de 2011, durante el segundo diálogo del MPJD con Felipe Calderón, Nepomuceno expuso al presidente de manera pública su caso. Algo comenzó entonces a hacerse mediante lo que fue la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO). No lo vimos durante algunas semanas. Entre el 4 y el 5 de noviembre de ese mismo año, el MPJD recibió un comunicado del propio Nepomuceno: “Buenas noches, no me había reportado porque estaba ocupado en la investigación de mi hijo. Ya tengo resultados muy importantes, nada más que son muy delicados, ya que estoy enfrentando al crimen y al gobierno directamente y los estoy acusando directamente. Esta bomba va a explotar, no tarda. Ya hay detenidos, son tres y están en diferentes puntos de la República. Estoy en contacto con la SIEDO. Estos monstruos y otros que faltan destrozaron a mi hijo y a sus dos compañeros con motosierras y los echaron en tambos de 200 litros con ácido. Estoy por saber dónde dejaron los residuos”. Las amenazas comenzaron. La última que recibió, informó al MPJD, venía de la Procuraduría de Sonora; 23 días después lo asesinaban. Una comitiva del MPJD, encabezada por Emilio Álvarez Icaza, se reunió inmediatamente con el gobernador Guillermo Padrés y el procurador Murrieta. La respuesta –un guion repetido hasta el hartazgo– fue la criminalización, las promesas incumplidas, el cinismo, la simulación. Nada sabemos ni del hijo de Don Nepo ni de sus dos amigos ni de los asesinos del padre. La historia del hijo de Don Nepo es la misma, con otros rostros y otras tramas, que la de cientos de miles de víctimas en México. La misma que la de los 43 muchachos de Ayotzinapa. La misma, sin el asesinato de los padres, pero sí con las amenazas consabidas, que la de aquellos que denuncian y buscan a sus desaparecidos. La misma que la de los 150 cuerpos de las fosas clandestinas de la Fiscalía de Morelos, develadas por el valor de la familia –también amenazada– de Oliver Wenceslao Navarrete, inhumado en ellas, y que la propia Fiscalía quiere ahora maquillar disfrazándolas de legalidad. Esas historias, que continúan repitiéndose todos los días, no sólo demuestran el nudo de complicidades y de impunidades que se resumen en el grito de Ayotzinapa (“¡Fue el Estado!”), sino la inequívoca necesidad de un nuevo pacto social. Las víctimas –no he dejado de repetirlo– son el rostro más atroz del Estado criminal que dice gobernarnos. Al lado de ellas hay otras: los maestros, con la perversa reforma educativa; las universidades públicas, con los recortes presupuestales; los pueblos y las comunidades indias, con las reformas estructurales y los megaproyectos, y la ciudadanía entera, con el perpetua inseguridad que la rodea y que en cualquier momento (la vida diaria es una especie de ruleta rusa) puede sufrir la historia de Don Nepo, la mía, la de los padres de Ayotzinapa o las de cientos de miles que, por desgracia, permanecen en el anonimato, como las de los 150 cuerpos que yacen en las fosas de Morelos reducidos a expedientes mal documentados, extraviados o simplemente inexistentes. Esas víctimas forman parte de la misma lógica criminal del Estado, para el que el territorio y los seres que en él habitamos somos sólo realidades instrumentales al servicio de la maximización del dinero y de sus empresas. Creer –como insiste el imaginario público volcado una vez más sobre el show mediático y a destiempo de la lucha electoral por la administración del infierno– que existe todavía un Estado y que lo único que hay que hacer es reformarlo mediante un cambio de gobierno partidocrático, es estar atrapado en una ilusión y contribuir, por lo mismo, a la reproducción sin límite del horror. El sistema está podrido. Lo sabemos desde hace 10 años. No hay hombres ni mujeres honestos que, dentro del Estado que lo gestiona, alcancen a sanar el cáncer moral que lo corroe. Todos –aun los que viven en la ilusión electoral– somos víctimas suyas. Necesitamos, por lo mismo, un nuevo pacto social y una nueva forma de democracia que refunde a la nación. Pero ello sólo será posible si los diferentes rostros de las víctimas se unen para –dejando a un lado sus agendas personales y aparentemente desconectadas entre sí– diseñarlo y luchar por él. De esa manera Don Nepo encontrará el reposo de la justicia que lo hizo caminar el país entero y que desde la tumba sigue reclamando por todas las víctimas. Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés; detener la guerra; liberar a José Manuel Mireles, a sus autodefensas, a Nestora Salgado y a todos los presos políticos; hacer justicia a las víctimas de la violencia; juzgar a gobernadores y funcionarios criminales; boicotear las elecciones, y devolverle su programa a Carmen Aristegui.

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