La SecretarÃa de Cultura no es el problema
MÉXICO, DF (apro).- No se trata de rechazar cualquier planteamiento sólo por su autor o autores. La creación de la SecretarÃa de Cultura no ha sido idea de Peña, de Chuayfet o de Nuño, sino de muchos artistas que durante años plantearon la necesidad de un ministerio especialmente dedicado a las artes. No podrÃa decirse que se trata de algo vinculado en especial al gobierno actual, que por cierto no tuvo en su plataforma electoral este objetivo.
La experiencia indica que las secretarÃas de educación, tanto la federal como la de las entidades federativas, nunca han dado importancia a la promoción y difusión de las artes en general, porque viven agobiados por una tarea siempre mal hecha que es la educación básica. Si las universidades públicas dependieran de las secretarÃas de educación serÃan pésimas, porque éstas no pueden ver más lejos que la enseñanza primaria y secundaria, con muchos trabajos y torpezas.
No se trata ahora de ponernos a discutir el concepto cultura, porque ese es un tema en el cual no tiene porqué haber acuerdo pleno. Sin embargo, hay muchas actividades y espacios que entran dentro del concepto cultura, cualquiera que sea la definición que se quiera usar. Esos terrenos y esas tareas son justamente las que debe realizar una secretarÃa de cultura. El problema no es, por tanto, la existencia de dicho ministerio, sino la polÃtica que se va a aplicar.
En realidad lo que deberÃa discutirse es la orientación que tiene el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), ahora, y la que debe tener la próxima SecretarÃa de Cultura. En lugar de centrarse en la crÃtica de lo que ahora existe y de la gestión que ahora se hace, muchos han preferido especular sobre los motivos supuestamente ocultos del decreto de creación de la SecretarÃa. Se ha dicho, incluso, que la idea es privatizar espacios públicos, lo cual es absurdo, porque para hacer eso no se necesita crear una nueva secretarÃa de Estado.
Si la SecretarÃa de Cultura ha de tener un sentido, ése será el que logren darle los artistas. Mas no estamos hablando sólo de las grandes figuras sino de todos ellos, en especial de las manifestaciones artÃsticas llamadas populares y señaladas como tradicionales. La relación entre el Estado y las más variadas expresiones artÃsticas es por demás accidentada, carente de programas y sujeta a influencias clientelares polÃticas de diversos tipos.
Abrir debates crÃticos sobre los temas relacionados es la tarea más inmediata cuyos resultados deberÃan ser los de incorporar a miles y miles de artistas, asà como a comunidades y poblaciones que demandan atención a sus necesidades en estos terrenos, para construir en un plano popular y democrático las alternativas culturales.