Scherer y las confrontaciones con el poder

lunes, 4 de enero de 2016 · 12:01
MÉXICO, DF (Proceso).- La vida intelectual de Julio Scherer García no puede explicarse sin sus intermitentes confrontaciones con el poder. Ese fue el distintivo de su actividad periodística y como escritor. En forma incansable cuestionó a los protagonistas políticos y económicos y a los símbolos de su estatus en el establishment. Scherer reafirmó así que es a la sociedad, y no al poder, a quien le corresponde asumir el control del destino nacional como un elemento esencial de la ciudadanía. El periodista denunció la praxis política de estos actores, sujeta a una incesante trivialización y banalización. Uno de los ideales de la generación de Scherer fue la defensa de las libertades, y él no escatimó esfuerzos en ello. Al hacerlo se situó en el centro nervioso de la élite del poder y en el vértice de las angustias nacionales, cuyas raíces pueden localizarse no únicamente en las tensiones, sino en los cuestionamientos sociales. En sus ya legendarios trabajos periodísticos, que al paso de los tiempos arrojan luces nuevas –como los compendiados en sus Entrevistas para la historia, volumen que bajo el sello Ediciones Proceso se presentó en noviembre último en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara–, destacó el divorcio entre el conocimiento y el poder. A Scherer le quedaba muy en claro el contraste tan marcado entre los dignos discursos del siglo XIX mexicano y los actuales. La élite del poder solía coincidir entonces con la élite del conocimiento. Ahora, cuando los intelectuales entran en contacto con el poder no lo hacen como pares sino como subordinados. Los trabajos periodísticos de Scherer evidencian las prácticas de una élite de poder que, ávida de bienestar y celebridad, es totalmente ajena a la élite del conocimiento, la cultura y de la sensibilidad social. Hoy, el conocimiento dejó de ser un ideal social y la élite del poder visualiza a la sociedad como un instrumento. En una sociedad de poder y filistea como la nuestra, decía don Julio, al conocimiento se le precia como un ornamento de conversación. En consecuencia, el conocimiento perdió su utilidad para darle a nuestras culturas un significado. Ahora el prestigio cultural inviste al poder con autoridad, lo que explica en alguna forma la profunda separación entre el sistema universitario y esa élite, sea política o empresarial. Scherer no colegía de ello la falta de inteligencia en nuestro sistema burocrático; la atribuía a la ausencia de calidad del pensamiento de este último, el cual no resiste una evaluación racional sustantiva. Las extravagancias del poder son la consecuencia social de este fenómeno. Por lo anterior, sostenía don Julio, las decisiones y el trazo de políticas públicas no están precedidas de un debate intelectual de altura. Ahora las relaciones públicas se superponen al argumento, en tanto que la manipulación y los dictados del poder suplantan a la autoridad democrática. Desde luego, estas imposiciones carecen de una razonada discusión pública. Y más aún, los hechos relevantes que inciden en la toma de decisiones, e incluso éstas últimas, se clasifican como “reservadas” según las conveniencias políticas del momento. Se ha llegado al extremo de confinar acervos históricos del Archivo General de la Nación, fuente imprescindible para el estudio de nuestro pasado y parte sustantiva de nuestra memoria colectiva, mediante una imposición burocrática apostillada de oscurantismo. El conocimiento acabó siendo reemplazado por ideas y dogmas banales –justamente los principios que gobiernan a los círculos de poder–, sin que la contraparte acepte argumentos que puedan contrabalancearlos. El respeto al debate público ha sido desplazado por nociones sibilinas de bienestar; la habilidad intelectual por el juicio ligero, y la capacidad de elaborar alternativas por el autoritarismo. La realidad político-social la definen quienes detentan el poder. A través de sus confrontaciones con el poder, Scherer practicaba una política de la veracidad para ofrecerle a la sociedad una cartografía alternativa de su realidad. Don Julio tenía una claridad meridiana de que en los procesos de legitimación y de representación del poder su actividad periodística resultaba crucial. Su labor consistía en ubicarlos en su justa dimensión: en reducirlos, pues, a un mero ejercicio de poder. Tal capacidad de crítica y discernimiento no hubiera sido posible sin tomar una distancia aséptica ante el poder. Y si bien Scherer valoraba su autonomía e independencia frente a esa élite, no ignoraba la importancia periodística de establecer vínculos con ella, tan necesarios como complejos; ahí radicaba su fortaleza, su autoridad moral periodística. Su ideal era el hombre moderno desmitificado y autónomo que debía sobreponerse dentro de una sociedad fragmentada. Durante toda su carrera periodística Scherer denunció la alienación burocrática de los intelectuales. Sus argumentos eran directos e implacables: tal contemporización de aquéllos con el poder implica que comprometan su derecho a disentir, y el confort institucional conduce irremisiblemente al letargo intelectual; la sumisión burocrática obliga a esos intelectuales a convertirse muy rápidamente en apologistas del status quo. En la mutación de su perspectiva holística a la institucional, el autoritarismo acaba por resultarles natural. Las confrontaciones de don Julio con el poder transitan claramente del texto a la especificidad del contexto, del pensamiento social a la clarificación sobre la manera en que las ideas se confunden y disipan rápidamente con las ideologías. Scherer pudo percibir que el conocimiento del poder está estrechamente vinculado a la fortaleza ideológica de ciertos grupos sociales mexicanos y extranjeros. Para ello trató constantemente de penetrar en la mentalidad de las personas de poder mexicanas. En este orden, sus libros resultan fundamentales para la historia del pensamiento político en México. Son documentos invaluables para entender las mentalidades colectivas e individuales de su época. Uno de los asuntos más sensibles de la agenda nacional es el de la criminalidad. Don Julio evidenció cómo este fenómeno evolucionó de los casos individuales a una tipología comercial masiva. Proceso incorporó la criminalidad en las páginas de sus obras con la misma relevancia que la realidad le ha dado. Y lo hizo convencido de que la importancia social de la violencia correlativa a la criminalidad es la dignidad de la persona, envuelta hoy en escenas plagadas de hipérboles escatológicas. Scherer dedicó prácticamente toda su vida a escrutar la lengua y darle su significado correcto. Al hacerlo, buscó trascender los epifenómenos de nuestra organización social para dar cuenta de sus significados cruciales; de esta manera intentó recrear el lenguaje político. Para ello, la comprensión de las mentalidades era determinante: el arte de Scherer consistió en escudriñar a sus entrevistados mediante confrontación y el cuestionamiento directo de la anécdota. El historiador francés Pierre Chaunu sostuvo que la historia de las mentalidades pertenece a la superestructura que se encuentra por encima de los fundamentos de una sociedad y que se desarrolla en forma sistémica en los órdenes económicos y sociales. Scherer tuvo la habilidad de escrutar las mentalidades de las élites política y económica y vincularlas con las variables sociales y económicas. En este ámbito fue un gran innovador y un vanguardista. Julio Scherer sostenía que no había que sufrir la historia, sino hacerla; en consecuencia, decía, la sociedad debe convertirse en agente de la historia, por lo cual ha de rechazar la verdad impuesta por el poder desde la cúspide pues es destructora de la conciencia humana y de la vida. *Doctor en derecho por la Universidad Panthéon-Assas.

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