Imaginando al presidente que necesitamos ahora

martes, 29 de noviembre de 2016 · 10:40
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Con una sonrisa, el presidente Enrique Peña Nieto anunció a la nación que el triunfo de Donald Trump es “una gran oportunidad”. “Hay que ver el futuro con optimismo”, añadió, ante un país desconcertado por sus palabras y en especial por su misteriosa sonrisa. ¿Qué puede haber de bueno en el triunfo de un tipo que hacia México y los mexicanos sólo ha empleado el mazo de las amenazas? Probablemente la que usa el presidente es contrapsicología. Para no apanicarnos ante los golpes que se avecinan, nos regala la sonrisa de un optimismo vano que, esperamos cruzando los dedos, ni él mismo siente. Y, sin embargo, este triunfo del odio antimexicano sí podría volverse para nosotros una oportunidad, siempre y cuando podamos transformar el miedo que naturalmente nos provoca en acciones para construir un futuro desprendido de los Estados Unidos de Trump. Puesto que son tiempos de un reacomodo de las piezas geopolíticas, lo deseable sería ver a nuestro presidente moviéndose rápido hacia lugares inéditos. Ver al presidente arribando a Pekín. Verlo dándose la mano con el primer ministro de China en su despacho del piso 101 de la torre de gobierno. Verlo sentándose a entablar las bases de un nuevo pacto de comercio con la segunda potencia del planeta. ¿Qué garantías pide México para sus trabajadores? ¿Qué garantías pide para su medio ambiente? ¿Cómo acordamos resolver las trabas que hasta hoy han mediado entre ambos países? A la semana siguiente, ver al presidente viajando a Canadá. No se dice tanto, pero la agricultura canadiense emplea a cientos de miles de migrantes mexicanos en sus tiempos de siembra y de cosecha. ¿Podemos aumentar el número? ¿Podemos mejorar sus condiciones? ¿Qué le ofrecemos a Canadá para un nuevo tratado bilateral, que esquive a la Norteamérica de Trump, que incluso aproveche su ausencia, mientras Trump ocupe la Presidencia? Ver a Peña Nieto, ¿por qué no?, recibir en México al director de la Ford Motors Company y al de la General Motors. Sentarse con ellos para imaginar que se retiran de Estados Unidos y sitúan la residencia de las direcciones de sus emporios trasnacionales en México, a cambio de la exención de impuestos por 10 años. Trump es para ellos un problema igual de grave que para nosotros: con armadoras en Estados Unidos no podrán competir en precio con los autos japoneses ni alemanes. Ver al presidente al pie de la escalerilla por donde desciende Angela Merkel. Bienvenida, señora. Pase usted a la casa de su socio principal en el Continente Americano. Eso queremos ser de Europa. Verlo arribar a Los Ángeles y verlo dialogar con los líderes de la comunidad mexamericana, para escuchar sus necesidades, concertar con ellos la defensa de los mexamericanos deportables y auxiliarlos en su organización comunitaria. Es absurdo que México esté al centro de la plataforma política del presidente electo de Estados Unidos y que nosotros oficialmente estemos ausentes de la política de aquel país. Es absurdo también que uno de cada seis mexicanos viva al norte de la frontera y nuestro presidente no intervenga positivamente en su destino. A esa abstención la ha llamado “respeto a la política interna de Estados Unidos”, pero dadas las circunstancias más bien huele a cobardía. Porque la solución más pobre ante Trump es sentarse únicamente a esperar el momento de negociar con él. Después de todo, el mandatario electo tiene cantado lo que quiere hacer con México: el chivo expiatorio que justifique su presidencia. Y la segunda solución pobre es aquella de la que habla López Obrador. Encerrarnos en nuestras fronteras y “desarrollar nuestro mercado interno”, que no es más que un eufemismo para decir que debemos avanzar de prisa de regreso al siglo XX, y quedarnos, otra vez como entonces, arrinconados en el mundo, al tiempo que abandonamos a nuestros connacionales al norte del Bravo. En cambio, la solución ambiciosa, la que construiría un futuro, en la que la sonrisa del presidente no resultaría inadecuada, es la antedicha: moverse. Viajar a China, a Canadá, a Japón, negociar con los directores de las trasnacionales gringas, con Europa, empoderar a nuestros hermanos mexamericanos. Mirar más allá de Trump es nuestra mejor ficha de negociación con un hombre así. Según él mismo presume en su libro The art of the deal, que ahora se convertirá en la política exterior de Estados Unidos, el negociador duro abusa de los mansos y los vulnerables, sólo respeta a los capaces y autosuficientes y está siempre dispuesto a levantarse de la mesa de la negociación. No sé si el lector pueda imaginar conmigo a ese presidente que ahora necesitamos. Tampoco sé si el presidente que ahora tenemos logre él mismo imaginarse como aquel que necesitamos. Lo cierto es que no son tiempos para esperar ni para regresar al pasado. Sino para imaginar y moverse.

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