Los mimos y el Secretario de Cultura
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Cuando arrancó este sexenio, que Rafael Tovar y de Teresa fuese designado como presidente de Conaculta, causó expectación. ¿Qué significaba que alguien, que había dirigido la política cultural por 10 años, en tiempos salinistas y luego zedillistas, regresara al puesto? ¿Que su proyecto sería conservarlo todo, como en el pasado? ¿O por el contrario, que con un gran conocimiento de la cultura nacional, el nuevo titular se propondría un cambio épico?
Nunca he ocultado que mi mayor defecto de pensamiento es el optimismo. Mi opinión era la última, y la dejé escrita en el libro La agenda pendiente, de Ediciones Proceso. Me parecía que Rafael Tovar y de Teresa contaba con el diagnóstico preciso de nuestra Cultura –a decir, que las obras culturales no llegaban, sino a cuentagotas, al pueblo de México–, contaba igual con el conocimiento íntimo de los instrumentos institucionales de la cultura, y contaba por fin con un ánimo casi revanchista para contrastar sus capacidades con las de los presidentes de Conaculta que lo sucedieron.
Escribí que muy posiblemente aprovecharía su tercer mandato para enmendar ese atorón entre la creación y los públicos, para abrir el grifo del arte, para crear riachuelos y ríos que refrescaran la conciencia colectiva, para desclasar el consumo de la belleza, para crear fiestas de alegría estética, como lo había hecho Torres Bodet, en su momento, o José Vasconcelos, en el suyo, y de paso así ganarse la gloria de un nombre para la historia de nuestra cultura.
Judith Amador y Armando Ponce, periodistas de Proceso, le preguntaron al nuevo presidente de Conaculta cuál era su proyecto. Se lo preguntó, igual, Genaro Lozano, en su columna del periódico Reforma. Yo lo invité a mi programa de televisión para que hiciera lo propio, convencida de su buena intención, pero curiosa de cuál sería su método para expandir la cultura. Respondió gentilmente, a cada uno, que precisamente estaba formulando el nuevo proyecto de cultura, y que no podría anunciarlo sino hasta después que lo hiciera el secretario de Educación, por entonces su jefe según el organigrama oficial.
Pues bien, a los seis meses, el secretario de Educación anunció su proyecto, la reforma educativa, de dimensiones tan anchas como la geografía del país, y muy polémica, como sabemos. Pero el presidente de Conaculta no anunció a continuación su proyecto. Proceso lo invitó otra vez a enunciarlo, yo lo volví a invitar, varios articulistas le pidieron lo mismo, en las redes se replicó la solicitud, cuéntenos, díganos, emociónenos, después de todo la cultura es el aspecto más noble de la vida social, porque implica la convivencia alrededor de lo lúdico y lo bello.
Nada. De nuevo no respondió. Esta vez, sin explicaciones. Y de pronto se anunció la formación de la Secretaría de Cultura. El Conaculta cambiaba de dignidad y de poderes. Y aunque no se dijo oficialmente eso, luego sabríamos que también perdía presupuesto, casi una tercera parte. Sin embargo su flamante secretario, de nuevo Rafael Tovar y de Teresa, aseguró que el viento estaba a favor de la cultura. No es el presupuesto lo que determina un proyecto de cultura, dijo, palabras más, palabras menos, y le asistía sin duda la razón: lo que vuelve exitoso un proyecto de cultura, es la claridad de rumbo y la disciplina con que se alinean las pesadas instituciones hacia ese rumbo.
Bien, ¿pero cuál era ese rumbo? ¿Cuál era el proyecto de la nueva Secretaría de Cultura? La Comisión de Cultura del Congreso se lo preguntó al secretario, y él respondió que el proyecto se formaría con muchas voces opinando, incluso las de la Comisión, y él lo anunciaría en breve. Eso fue al tercer año del sexenio.
Estamos en el cuarto año. Y aún no existe un proyecto de cultura. Por lo menos, no explícitamente. Nadie ha dicho, esos 6 mil burócratas del sector cultura pedalean las lanchas de la cultura hacia allá, o hacia acullá. Nadie ha dicho, nos dirigimos a tal puerto, compatriotas. O nadie ha dicho, ¿saben qué?, ya dejen de preguntar, no, no hay plan para la política cultural porque hemos llegado hace años a Arcadia, al sitio más benigno para la cultura mexicana, ¿no han notado el aumento geométrico de los públicos?, ¿no se respira el arte en cada esquina y plaza y parque y biblioteca de cada población de este cultísimo país?
Es un misterio el proyecto de cultura, si lo hay. Si premeditadamente no lo hay, y la meta es que todo siga funcionando como funciona, tampoco nadie lo ha dicho. Y todo mientras se han ido multiplicando en las redes y en las reuniones de artistas y en el Congreso las peticiones de que haya, explícito, un proyecto de cultura. Este mutismo es al menos rarísimo. Es también, muy triste. Y es paradójico, porque la cultura es el área de actividad social para la expresión.
No sé qué piense el lector, o la lectora, yo en este asunto me siento en medio de una función de mimos mudos, en la que el público grita: Digan algo, súbanle al volumen, ya digan algo señores.