El credo de Trump: "América" blanca otra vez (Segunda parte)

domingo, 18 de diciembre de 2016 · 12:12
SYRACUSE, NY. (Proceso).- La elección de Donald Trump bien puede haber sido la más divisiva en la historia de Estados Unidos. El inesperado resultado electoral ha producido muchas protestas y todo tipo de reacciones. Miles de personas, especialmente jóvenes universitarios, han salido a manifestarse por el mensaje de xenofobia, misoginia y racismo que Trump promovió durante 17 meses de campaña. Otros, sus seguidores, como los trabajadores de la planta Carrier en Indiana, han celebrado estrepitosamente su triunfo. Más aún, Trump y quien será su vicepresidente, Mike Pence, siguen en actitud de campaña y están organizando una serie de festejos en estados como Ohio, Michigan y Pensilvania, que les dieron la victoria. En mi entorno progresista, en la mayor escuela de gobierno y ciudadanía de Estados Unidos, la Maxwell School de la Universidad de Syracuse, los resultados de la elección fueron recibidos en una atmósfera similar a un velorio. Llanto y consternación por todas partes. Mis alumnas y compañeras profesoras están desconsoladas. Mi asistente de investigación, un joven pelirrojo, me insistió: “Soy blanco, pero no como los que votaron por Trump. Voy a impedir que Trump logre sus promesas de expulsar a los migrantes en esta universidad”. Y, efectivamente, cientos de estudiantes y decenas de profesores se han movilizado para que la universidad se convierta en un santuario de migrantes. “¿Qué les digo? ¿Cómo los ayudo?”, me preguntaba desesperada una historiadora a quien ­acudieron varios estudiantes latinoamericanos sin documentos, entre ­ellos dos de los llamados “soñadores”, es decir, a quienes el ­presidente Barack Obama les otorgó un permiso –vía ejecutiva– para permanecer y estudiar temporalmente en Estados Unidos. Para lograrlo entregaron sus datos al Departamento de Justicia, el cual estará ahora en manos de un furibundo cazamigrantes, Jeff Sessions, senador republicano por Alabama; así que el futuro de los “soñadores” es incierto. Además de los entornos universitarios, varios alcaldes y funcionarios han afirmado que no tolerarán la hostilidad hacia sus residentes. Este es el caso de las tres ciudades más pobladas de Estados Unidos –y también con el mayor número de inmigrantes–: Nueva York, Los Ángeles y Chicago. Por ejemplo, el alcalde neoyorkino, Bill de Blasio, prometió resistirse a las políticas federales que propaguen la exclusión y precisó que, en caso de que Trump se embarque en su misión de deportar a millones de inmigrantes indocumentados, no cooperará. “No vamos a sacrificar a medio millón de personas que viven entre nosotros, quienes forman parte de nuestra comunidad”, advirtió. Los simpatizantes de Trump siguen expresando su euforia y celebrando ruidosamente. La gira de la victoria comenzó el pasado jueves 1. Su primera parada fue Cincinnati, Ohio, donde Trump volvió a ser el mismo bully de la campaña: “Nos divertimos peleando contra Hillary Clinton”, señalaba, a lo que sus ­exaltados seguidores coreaban: “¡Enciérrenla! ¡Enciérrenla!”. Ante sus multitudes, Trump sigue insistiendo en sus promesas de campaña –como la del muro en la frontera con México–, arremetiendo contra la clase política de Washington y tachando a los medios de comunicación de “deshonestos”. Dos coaliciones frente a frente La elección del pasado 8 de noviembre fue una verdadera ­disputa por la nación: por un lado, una coalición blanca, rural, poco educada y envejecida, y por el otro, una conformada por un mosaico de personas educadas, urbanas, con minorías raciales y ­sexuales. Para ganar las elecciones de 2008 y 2012, Obama erigió una coalición formada por mujeres, jóvenes, personas con educación universitaria y grupos minoritarios sexuales y raciales. Esta “asociación” profesa valores progresistas y lucha por forjar una sociedad tolerante, en la cual las distintas minorías constituyan un mosaico nacional heterogéneo, pero armonioso, donde todos tengan cabida. La inmensa mayoría de los integrantes de la comunidad lésbico-gay-bisexual-transexual (LGBT) respalda al Partido Demócrata, pues en éste ha encontrado tolerancia y soporte. El bloque electoral femenino es un pilar fundamental de ese instituto político, puesto que el mismo promueve asistencia social tanto a niños como a ancianos y ha sido tradicionalmente el campeón de la igualdad de género. La minoría afroamericana se ha alineado fuertemente con los demócratas desde los sesenta, cuando el presidente Lyndon B. Johnson logró las reformas de los derechos civiles y literalmente incorporó a esa minoría a la sociedad del vecino país. El apego de ésta a los demócratas se ha consolidado a través de las décadas y encontró su cénit en 2008, con un apoyo de 95% de los votos para quien sería el primer presidente afroamericano. El bloque electoral latino o hispano ha ido progresivamente tiñéndose de azul, el color del Partido Demócrata. En las últimas décadas los precandidatos republicanos, especialmente en la temporada de las elecciones primarias, han arremetido contra los inmigrantes, y esto ha sido intolerable para los latinos, ya que nueve de cada 10 tiene un familiar o conocido cercano inmigrante. También las banderas de sociedad inclusiva demócrata son un aliciente para los latinos, pues especialmente los recién llegados siguen aspirando a ser parte del “sueño americano”. Los demócratas llegaron a los comicios de 2016 con una alta dosis de confianza. Esperaban que la coalición que le dio el ­triunfo a Obama se expandiera, sobre todo por el crecimiento demográfico del bloque latino, y le diera así un cómodo triunfo a Hillary. Los demócratas ya veían a la primera mujer presidenta nombrando al noveno juez de la Suprema Corte y, por lo tanto, despejando el panorama para lograr la sociedad inclusiva a la que tanto aspiran. El 8 de noviembre sufrieron un terrible revés. Hillary simplemente no creó el mismo entusiasmo que Obama en 2008 y 2012. La coalición se contrajo. O sus partidarios no salieron a votar, o lo hicieron por Trump o por un tercer candidato. El voto ­afroamericano disminuyó de 95% en 2008 a 89%. En el caso de los latinos, 71% votó por Obama en 2012, mientras que en 2016 sólo 66% lo hizo por Hillary. Una paradoja de la elección es que Clinton cerró con mejores resultados que Obama en los centros urbanos, evidenciando la profunda polarización urbano-progresista frente al sector rural-conservador. Los republicanos arrancaron con enormes ganas de regresar a la Casa Blanca. Estaban especialmente hastiados de la ­moderación y el progresismo de Obama, por lo que un pelotón de 17 aspirantes participó en las primarias. Había incertidumbre sobre si esa coalición –blancos, rurales, de baja escolaridad, adultos y ancianos– podría cuajar y darle la victoria. Se insistía una y otra vez en que el electorado blanco iba a la baja. De constituir 88% del total de electores en 1980, en 2016 era sólo 69%. Surgió un candidato que presentó los extraordinarios ­avances económicos de Obama como un perfecto fracaso y se apoderó del mantra del “cambio”. Empezó a conectar con los enojados, especialmente los blancos de baja educación y poblaciones rurales que han sentido sus privilegios amenazados por el entorno social más heterogéneo y competitivo. Algunos mensajes que se antojaban exagerados, como sus acusaciones de “criminales” y “violadores” a los inmigrantes mexicanos, fueron haciendo eco. Trump abría camino para que sus seguidores pudieran señalar a los inmigrantes como causa de sus desventuras. Y sus adeptos le pagaron el 8 de noviembre. Entre los electores que señalan que la migración ilegal era la mayor amenaza, 64% votó por él. Bajo el lema “Que América sea grandiosa otra vez” (Make America great again), Trump inició una especie de movimiento de reivindicación de blancos enojados. En el smog de un ambiente electoral altamente crispado, la mayoría de los analistas no se percató de su surgimiento. El propio día de la elección, The ­Washington Post publicó un artículo muy revelador en su primera plana: “Algo increíble está pasando, Trump dice tener la razón”. Jenna Johnson, quien cubrió a Trump en 170 actos de campaña en 35 estados, daba cuenta de decenas de miles de personas que acudían a sus mítines. Y a su insistente pregunta –por qué lo apoyan– le respondían: “Él dice lo que yo digo, siento y quiero escuchar. Él no es parte de este sistema corrupto. Él es honesto y dice lo que piensa, aunque lo meta en problemas”. Por un Estados Unidos blanco El movimiento político conocido como Derecha Alternativa (Alt-right) reclama ser la inspiración y guía de Trump. Es una corriente muy conservadora, me explica Edwin Ackerman, profesor de sociología de la Universidad de Syracuse. Con tintes supremacistas blancos, ataca el libre comercio, el mundo cosmopolita y, desde luego, la igualdad de género y el matrimonio igualitario. Según el editor de The Weekly Standard, Christopher Caldwell, el movimiento se ha fortalecido en internet y redes sociales. Sus líderes dirigen sitios web y son muy activos en Twitter, Facebook y otras redes. Incluso se han destacado por “trolear”, una práctica que consiste en embestir a sus adversarios con numerosos y violentos mensajes. Por ejemplo, a Hadas Gold, una periodista crítica de Trump, de origen judío, le enviaron fotos con su propia imagen portando la estrella de David y un balazo en la frente. A otros periodistas similares a Gold los llenaron de imágenes truqueadas en las que aparecen ellos o sus hijos asesinados en campos de concentración. La Derecha Alternativa no esconde sus vinculaciones y ­afinidad con grupos racistas, como el Ku Klux Klan y los neonazis. Richard Spencer, el director del National Policy Institute, organizó una celebración a cuadras de la Casa Blanca para celebrar la victoria electoral, en la que los asistentes dieron rienda suelta a sus proclamas supremacistas e incluso se realizó un saludo al grito de “Hail Trump!”. También se ha evidenciado la afinidad de la Derecha Alternativa con Vladimir Putin, el autócrata ruso. El propio Spencer se refiere a Putin como un héroe a quien no le tiembla la mano para proteger a la raza blanca. Si bien Trump ha declarado no ser parte del movimiento, tiene muchas afinidades: su proclividad a la violencia verbal y en las redes sociales, así como su nacionalismo populista, su machismo y sus halagos a Putin. Más aún, en lo que ha sido su nombramiento más criticado, designó a Steve Bannon como director de Estrategia de la Casa Blanca. Bannon dirigió Breitbart News, una compañía noticiosa autoproclamada plataforma para la Derecha Alternativa. La pregunta de fondo es si Alt-Right logrará darle coherencia ideológica a un líder como Trump, pragmático, narcisista y bravucón. Lo que sí sabemos es que en la elección se enfrentaron dos modelos alternativos de sociedad estadunidense: el plural e inclusivo –minorías raciales y sexuales– y el supremacista blanco, que se presume superior y, por tanto, con derecho a imponerse. Demógrafos como D’Vera Cohn señalan que el fortalecimiento de las minorías étnicas en la sociedad estadunidense es inescapable. Todas las proyecciones señalan que, hacia el año 2060, los blancos serán minoría en el país en su conjunto, como ya lo son en los estados más poblados y con más migrantes: California, Texas, Illinois y Florida. Hay que entender el triunfo de Trump como un gran coletazo, entre los últimos quizá, de una mayoría blanca que mira con miedo al futuro, que expresó su rabia ante un presidente negro que no es uno de ellos y ante una realidad que implica salir de su zona de confort y competir con los nuevos ­estadunidenses, en su mayoría de América Latina y Asia. Éstos, como en su momento los europeos, llegan llenos de enjundia para trabajar y ­triunfar. Hasta ahora el gran secreto de Estados Unidos consiste en haber sido una sociedad ejemplarmente plural y con la mejor capacidad del planeta para integrar a las nuevas camadas de inmigrantes. En eso ha radicado su grandeza económica, social y cultural, e incluso militar. Con Trump como presidente, ese país puede robarle el futuro a los jóvenes de las minorías étnicas y descarrilar el proyecto de sociedad inclusiva y plural. Puede sucumbir a una colectividad totalitaria de superioridad blanca.

Comentarios