Trump, con poderes de tirano (Primera parte)

viernes, 2 de diciembre de 2016 · 09:52

La acumulación de todos los poderes (del gobierno)… en las mismas manos (es) la definición propia de tiranía. James Madison, Documentos federalistas, 47

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Considerado el padre de su Constitución, quien fuera el cuarto presidente de Estados Unidos, James Madison, desconfiaba enormemente –como la mayoría de los constituyentes– de la emergencia de una posible tiranía. Por eso, los llamados padres fundadores del país vecino del norte establecieron un sistema de pesos y contrapesos muy bien diseñado, que incluso le ha valido ser la democracia más admirada del planeta. Donald J. Trump, quien jurará como el presidente número 45 de Estados Unidos, tiene una rara oportunidad en la historia pues su partido, el Republicano, dominará los tres poderes: el Ejecutivo, el Legislativo y la Suprema Corte. En el Ejecutivo nombrará un gabinete altamente conservador. Algunos de sus integrantes son abiertamente racistas, como el futuro procurador general Jeff Sessions, senador de Alabama. Como los republicanos mantuvieron mayoría en ambas cámaras legislativas, el Senado podrá aprobar con relativa comodidad las más de mil 200 nominaciones que requieren confirmación. Aunado a ello, se espera que el 115 Congreso, el cual acompañará los primeros dos años de Presidencia de Trump, respalde su agenda de gobierno. Finalmente, la Suprema Corte se tornará conservadora al iniciar la Presidencia de Trump. Con la muerte del juez conservador Antonin Scalia el pasado febrero, esa instancia se encuentra empatada ideológicamente con cuatro conservadores y cuatro progresistas. Y Trump ya lo sentenció: nombrará a un noveno juez altamente conservador y el Senado se lo aprobará. ¿Qué implicaciones tiene para su gobierno tener a los tres poderes alineados? Más aún, dadas las posiciones extremas de Trump, ¿podría este “carro completo” llegar a dañar a la democracia estadunidense? Congreso republicano A diferencia del Legislativo mexicano, donde las comisiones se reparten proporcionalmente, en el Capitolio el partido que gana la mayoría se queda con las presidencias de todos los comités y subcomités y por lo tanto controla la agenda. En realidad, el Congreso de Estados Unidos no es más que un conjunto de comités y subcomités, los centros del quehacer legislativo. En la cámara baja, por ejemplo, una iniciativa de migración depende completamente del Comité Judicial y de su Subcomité de Inmigración y Seguridad Interna. En el terreno comercial, en caso de que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) fuera renegociado, serían el Comité de Medios y Arbitrios de la cámara baja y su Subcomité de Comercio, el epicentro del debate y eventual aprobación. Los pronósticos de que los demócratas capturarían la mayoría del Senado el pasado martes 8 se fueron por la borda. Tenían consigo todas las cartas necesarias para lograr la mayoría. Había 34 escaños en juego –24 republicanos y 10 demócratas. La elección en la cámara alta es escalonada, cada dos años una tercera parte está en juego y la reelección es ilimitada. Pero al teñirse de rojo (el color del Partido Republicano) todo Estados Unidos, gracias al inesperado triunfo de Trump, los republicanos lograron mantener la mayoría con 51 asientos, los demócratas llegaron a 46 y hay dos independientes. El próximo 10 de diciembre Luisiana celebrará una elección de segunda vuelta para decidir quién se queda con el escaño restante. Un tema relevante serán los nuevos liderazgos en el Senado. El de la minoría demócrata quedará en manos de Chuck Schumer, de Nueva York. Es un conocido proteccionista que en su momento votó contra el TLCAN y se ha opuesto sistemáticamente a otorgarle al Ejecutivo la autoridad para negociar tratados comerciales. Otro líder que debe preocuparnos es Ron Johnson, republicano de Wisconsin, quien volverá a presidir el Comité de Seguridad Interna. Éste se reeligió por una mínima diferencia y se lo debe a Trump, quien ganó su estado. Johnson, halcón furibundo en temas fronterizos, seguramente será un extraordinario aliado para que el presidente electo cumpla sus amenazas en la frontera con México. En la cámara baja los republicanos conservaron una cómoda ventaja de 240 curules por 194 de los demócratas, quienes avanzaron sólo seis posiciones. Esta es la cámara que acuerda los impuestos y Trump encontrará un fuerte respaldo en su bancada. Seguramente Trump disminuirá los impuestos, lo cual será beneficioso para las clases adineradas, no para los blancos sin educación universitaria que abrumadoramente votaron por él. El presidente electo recibió el apoyo de 65% del electorado blanco sin educación universitaria. La lupa está puesta en la relación del presidente electo con Paul Ryan, representante de Wisconsin y presidente de la cámara baja. Es el republicano más poderoso después de Trump y han tenido una relación abiertamente conflictiva. Por lo pronto, en estas semanas de transición, Ryan no ha tenido más remedio que plegarse a las formas y agenda del mandatario electo. Pero soportarle todos sus excesos iría en detrimento de su propio futuro político, pues aspira a ser el próximo candidato republicano a la Casa Blanca. Otro tema a observar es cómo reaccionarán los representantes demócratas a ciertas iniciativas de Trump, como la de hacer un esfuerzo extraordinario para construir infraestructura, un programa que por cierto los republicanos le negaron a Obama. Por lo pronto, a raíz del resultado electoral, han surgido importantes disidencias en las huestes demócratas. Destaca la de Tim Ryan, representante de Ohio, quien insiste en reemplazar a su líder, Nancy Pelosi, de California. Ryan explicó por qué quiere convertirse en el líder de su partido: “Creo que estamos en negación de lo sucedido. Estoy haciendo sonar la alarma de incendios porque la casa está en llamas y será mejor que actuemos juntos o dejaremos de ser un partido nacional”. La Suprema Corte La Suprema Corte siempre está en el centro de la política estadunidense, interpreta el texto constitucional y es el tercer actor en las disputas entre el Legislativo y la Presidencia. Barack Obama no pudo aprovechar la muerte repentina del juez conservador Scalia y nombrar a un progresista, Merrick Garland. Los republicanos, en control de la mayoría del Senado, no sólo no lo ratificaron, sino que se plantaron en una posición de intransigencia –ya que es año electoral buscaron que sea el próximo presidente quien nombre al noveno juez–. E hicieron la chica. Al perder Hillary Clinton se desvaneció la ilusión de una corte progresista. Trump ya elaboró una larga lista de candidatos altamente conservadores. Se espera que el nombramiento del noveno juez sea una de sus primeras decisiones al sentarse en la Oficina Oval el próximo 20 de enero. Es decir, los conservadores tendrán cinco jueces por cuatro progresistas. Ahora bien, los pronósticos son preocupantes. Dos de los jueces progresistas son mayores: Ruth Ginsburg tiene 83 años y Stephen Breyer, 78. Incluso el más liberal dentro del grupo conservador, Anthony Kennedy, tiene 80. De lograr nombrar Trump un sexto juez conservador, las implicaciones podrían ser nefastas para la salud de la sociedad estadunidense. Se especula que la Corte podría derogar la importante decisión que dio a la mujer el derecho al aborto en 1973 (Roe vs. Wade) o bien echar por la borda todos los programas incluyentes de las minorías raciales (acciones afirmativas) y terminar con el matrimonio igualitario. En la relación con México, la Suprema Corte tiene un importante papel en temas de migración y justicia. Un caso muy preocupante, explica Hazel Blackmore, especialista en el tema, es que Trump decidiera cumplir su palabra de impedir que salgan las remesas de los migrantes mexicanos. Sería un caso que seguramente escalaría hasta la Corte, la cual tendría que revisar las enmiendas constitucionales 5ª y 14ª sobre el derecho a la propiedad, el debido proceso legal y la igual protección de las leyes. Es especulativo, pero una Corte ampliamente conservadora podría no interferir con la decisión del Ejecutivo. También, por ejemplo, una Corte aún más conservadora que la que ya ha existido, podría dejar de ser la barrera a las iniciativas estatales, como la SB 1070 de Arizona, que simplemente buscan regular la migración desde este nivel (estatal) de gobierno. En el peor escenario se podrían tener hasta las 50 entidades, de manera independiente, intentando regular la migración de indocumentados e incluso eliminando sus derechos como personas. Peligro para la democracia En sus Documentos federalistas, James Madison fue claro: “Si los hombres fueran ángeles, no sería necesario un gobierno. Si los ángeles gobernaran a los hombres, no habría necesidad de controles ni internos ni externos sobre el gobierno”. Así, cuando un partido, en este caso el Republicano, tiene control de las tres ramas de gobierno, hay sin duda un cierto peligro para Estados Unidos. Su sistema político está diseñado para dispersar el poder y disminuir el control de un grupo y para equilibrar una gran complejidad de intereses. Es un sistema bien conocido por ser altamente desconfiado de la naturaleza humana y de la concentración de poder en una persona, grupo o partido político. El futuro del Acta de los Derechos del Voto (VRA) es uno de los temas más preocupantes para la democracia estadunidense. Esta ley, que incentiva y facilita el derecho a votar, especialmente para las minorías raciales, empezó a ser desmantelada en 2013 por la Suprema Corte, en el caso Shelby County v. Holder. La Corte eliminó la intervención federal sobre la facultad de las entidades federativas de realizar cambios en sus regulaciones electorales. El resultado ha sido que muchos estados, como Misisipi y Alabama –que ya tienen una historia de limitar el voto de los afroamericanos–, han fortalecido los obstáculos para esos sufragios. Según Ari Berman, estas restricciones impactaron la elección que ungió a Trump presidente, pues 14 estados habían ya instrumentado nuevas restricciones. En específico señala que en Wisconsin se inhibió la participación de los electores afroamericanos. Y justamente ese fue un estado que, sorpresivamente y por una mínima ventaja, ganó el abanderado republicano. La recurrente práctica del Partido Republicano de supresión del voto tiene un panorama ampliamente despejado. Al perder los demócratas el Congreso, está prácticamente eliminada la posibilidad de una iniciativa de ley que fomente el voto de las minorías. Por el lado del Ejecutivo, el próximo procurador general, Sessions, ya se ha referido al VRA como una “legislación intrusiva”. Y desde luego una Corte conservadora cerrará la pinza, pues seguirá triturando la legislación que promovía el derecho al voto. Finalmente, la elección del Trump significa que será el presidente en la historia de Estados Unidos con más dinero y, por lo tanto, con mayores intereses económicos personales. En un inteligente artículo, Matthew Yglesias, de vox.com, señala que con su “historia de conducta corrupta” y con un número elevadísimo de conflictos de interés a cuestas, Trump bien podría iniciar un periodo de “corrupción sistémica” en Estados Unidos. Es decir una corrupción ejercida desde las cúpulas del poder. Yglesias da como ejemplos a Rusia y Egipto. Sin embargo, los mexicanos sabemos bien lo que significa la corrupción exhaustiva y lo difícil que es extirparla. Ya Trump como presidente electo generó graves alarmas por su llamada al presidente argentino, Mauricio Macri. La hija mayor del mandatario electo, Ivanka, quien preside ahora las empresas paternas y es parte del equipo de transición, acompañó a su padre y participó en la llamada. Como bien me comenta una avezada alumna estadunidense, ¿significa que un presidente extranjero puede influenciar a Trump vía Ivanka, o bien, Trump a él a través de Ivanka? Para concluir, no es la primera vez que sucede en la historia de Estados Unidos un “carro completo” como el de Trump. Por lo general, cuando un partido controla las otras ramas, esto sólo dura un ciclo electoral de dos años, pues cada año par hay elecciones legislativas. Desde luego que el Partido Demócrata tendrá que reinventarse para 2018 para recuperar al menos el Senado. No hay mal que dure cien años. Y en los pocos días que lleva Trump como presidente electo, uno estaría tentado a pronosticar que su Presidencia tiránica no durará más de dos años. Pero en los tiempos del Brexit y Trump, los pronósticos casi salen sobrando.

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