El Caso Alan Pulido o el Retorno de Juan Orol
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- La noticia del secuestro del futbolista Alan Pulido inundó la pradera de las redes sociales el domingo 29 de mayo. Hubo conmoción y alarma. Se volvió una noticia ampliamente replicada en agencias internacionales, medios deportivos y noticiarios televisivos.
Su secuestro ocurrió una semana antes de las elecciones para elegir gobernador en Tamaulipas, en medio de una guerra sucia y una guerra de intimidaciones entre los dos principales candidatos a gobernador y los aspirantes a alcaldes. Muchos recordaron que una tragedia similar ocurrió hace seis años, cuando se informó de la desaparición que, en realidad, fue el ajusticiamiento del entonces candidato priista a la gubernatura Rodolfo Torres Cantú.
Tamaulipas desde hace años es el mejor ejemplo de un narco-Estado al estilo mexicano: no hay fronteras entre crimen organizado e instituciones gubernamentales. Las policías trabajan para los cárteles enfrentados. El principal “secuestrado” es el propio gobernador Egidio Torres que durante seis años nunca apareció para rendir cuentas. La disputa no es entre partidos sino entre grupos y grupúsculo del crimen organizado, herederos de los Zetas y del Cártel del Golfo.
En ese contexto, el caso del joven futbolista, de origen tamaulipeco, amenazaba con convertirse en una tragedia. Una estadística fatal que se sumaría a los más de 900 secuestros ocurridos en el actual sexenio de Torres Cantú.
En menos de 48 horas la tragedia se volvió parodia. En la madrugada del mismo lunes 30 de mayo se comunicó la liberación del futbolista. “En un operativo conjunto de las fuerzas federales y estatales se logró rescatar sano y salvo a Alan Pulido”, anunció a la 1:30 de la madrugada el Grupo de Coordinación de Tamaulipas, a través de su cuenta de Twitter.
Todo hubiera quedado ahí. Pero vino la maldita manía de convertir un lamentable suceso en un rédito político-electoral. Y comenzó el montaje de versiones tan inverosímiles como risibles inspiradas en un mal guion de Juan Orol, nuestro célebre director cinematográfico de humor involuntario.
Primero, el gobernador Egidio Torres apareció para tomarse la fotografía en el momento que el futbolista estaba en el centro de mando de la policía estatal. El lenguaje corporal de ambos habla de todo, menos de auténtica conmoción y alegría.
Después, el procurador Ismael Quintanilla apareció en todos los medios posibles dando tres versiones distintas del rescate que resultó ser “autoliberación”.
En su primera versión, Quintanilla afirmó que “en un descuido” de los secuestradores, el futbolista pudo hacer una llamada al número de emergencia 066. Alan Pulido, entonces, no estuvo vendado, aislado y menos en condiciones de sometimiento, típico de los secuestros.
Después, el propio procurador convirtió al futbolista en una versión tamaulipeca de Jackie Chan: resultó que el “joven atleta” se quedó a solas con uno de sus captores, forcejeó con él, lo sometió, le quitó la pistola, lo obligó a decirle dónde se encontraba y realizó tres llamadas al 066.
En su tercera versión, el procurador agregó que Alan Pulido, en su autoliberación, rompió el vidrio y se cortó la mano. En esa casa de seguridad fue detenido Daniel Hernández Heredia, presunto secuestrador, con el que se habría enfrentado el futbolista.
En ninguna de las versiones se explica por qué no secuestraron también a la novia de Pulido –transformada en sensación en las redes por su gusto por las armas y sus pronunciadas curvaturas- ni tampoco han explicado el descuido de sus secuestradores.
Volvimos a recordar que vivimos en el país de los telemontajes al estilo García Luna, del “suicidio involuntario” de la niña Paulette, de la “siembra de evidencias” de Tomás Zerón en el caso de los 43 normalistas desaparecidos en Iguala. En el sistema de la corrupción y la picardía.
El mismo día que el gobierno federal festinaba que Alan Pulido estuviera “sano y salvo”, Juan Orol volvió a hacer de las suyas. Dos secuestradores, Roberto Sánchez Ramírez y Agustín Miranda Orozco, internos del Reclusorio Oriente en el área de alta seguridad, se escaparon.
Y nadie pudo utilizar el silbato de emergencias de Miguel Ángel Mancera para alertar al Sistema Penitenciario de la Ciudad de México.
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