Elecciones y consecuencias

jueves, 16 de junio de 2016 · 14:41
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- A pesar de los grandes problemas que acompañaron al proceso electoral del domingo 5 –la mediocridad de las campañas, la opacidad de su financiamiento, la guerra sucia–, las elecciones fueron un momento de trascendencia: esta vez se modificó significativamente la correlación de fuerzas políticas en el país. No es trivial que el PAN haya triunfado en estados donde sólo había gobernado el PRI durante más de 80 años (Durango, Tamaulipas, Veracruz y Quintana Roo). Tampoco es trivial que haya retenido entidades con gran peso simbólico, como Puebla. Las piezas del ajedrez electoral han cambiado de posición para decidir la próxima jugada que tendrá lugar en 2018. Las señales del cambio son varias. La primera es el hartazgo de la población con la ineficiencia y corrupción de los actuales dirigentes. Es cierto que los mexicanos están enojados; tienen razón y lo han expresado con su voto. La segunda señal importante es el fortalecimiento del PAN, que resurge ostentándose como la alternativa más viable para las elecciones presidenciales. No se trata, desde luego, del ensayo de una obra que pronto se verá en escena. Para repetir el triunfo dentro de dos años será necesario superar obstáculos y retos –a los que nos referiremos más adelante–, los cuales no parecen fáciles de vencer. La tercera señal importante es la consolidación de Morena como una fuerza política que, contrariamente a lo que se creía, tiene presencia a nivel nacional. En efecto, los porcentajes de votación en Veracruz, Oaxaca y Zacatecas no son despreciables. Cierto que su triunfo sobre el PRD en la Ciudad de México fue menor a lo esperado. Sin embargo, emerge como el ganador más probable para el gobierno de la ciudad. Aunque algunos sólo ven a Morena como la expresión de un líder mesiánico y populista, que aterroriza a las “buenas conciencias”, lo cierto es que el debilitamiento del PRD deja sin canales de expresión a una izquierda numerosa cuyos reclamos y sentimientos no se pueden ignorar. Grave error sería pensar que la CNTE es el único grupo que favorece a Morena. También están con ella –entre otras– voces estudiantiles y de académicos que no encuentran cabida en las formaciones políticas existentes y cuyos puntos de vista buscan peso en la opinión pública. Al referirnos a los retos hay que mencionar las tareas cuyo incumplimiento restará toda legitimidad a quienes ahora avanzaron por la vía electoral. El combate a la corrupción y defensa de los derechos humanos es la tarea más inmediata; de­sanudar los vínculos que se han establecido entre todos los niveles de gobierno y el crimen organizado es la otra. De no verse resultados convincentes en los próximos meses, el descontento ciudadano se profundizará y puede favorecer otra opción. Otra de los grandes tareas es lograr acuerdos dentro de los partidos sobre quién tomará el liderazgo en la nominación para presidente de la República. El PAN se encuentra dividido respecto a ese tema. Margarita Zavala procedió de inmediato a dar entrevistas, reiterando su voluntad de ser candidata. Pero, el “esposo incómodo” mantiene su presencia en los medios, evitando que se le desvincule de los malos recuerdos que él dejó. De otra parte, Ricardo Anaya, cuyo buen trabajo para las elecciones es innegable, es protagónico y no carece de ambición. Para el PRI las decisiones al futuro son inciertas. El fracaso de uno de sus grandes operadores, Manlio Fabio Beltrones, lleva a voltear la vista hacia el gabinete. Aunque por motivos muy distintos, ninguno hasta ahora parece convincente como líder que contrarreste la debilidad del partido que heredará Peña Nieto. Además, sin un golpe de timón que demuestre, en el próximo año y medio, que los actuales dirigentes pueden rectificar en materia de corrupción, derechos humanos y transparencia, el ocaso del PRI parece irremediable. Por lo que toca a la izquierda, la gran interrogante es la posibilidad de establecer una alianza Morena-PRD. Sobre esto se advierten divisiones marcadas entre quienes prefieren dentro del PRD fortalecer la alianza con el PAN y quienes preferirían una línea más definida de izquierda. Pero AMLO no es un conciliador y hoy parece improbable que estuviese dispuesto a dar espacios y posiciones a quienes desean esa segunda opción. Queda por valorar el impacto de estas elecciones en la imagen externa del país, la cual tiene consecuencias sobre rubros importantes para la economía nacional, como el turismo o la inversión extranjera, así como para el diálogo político con los dirigentes de otros países de interés para México, como Estados Unidos y los miembros de la Unión Europea. El momento político de América Latina, Estados Unidos y Europa no es propicio para dirigir la atención hacia las elecciones en México. Más complicada aún es la situación de Perú o Brasil, de España o, desde luego, de Estados Unidos. A reserva de tomar en cuenta esa circunstancia, fue notoria la indiferencia de la prensa internacional (con la excepción de El País) por las elecciones mexicanas. Igualmente fue notorio que no se desvió la tendencia a poner el acento sobre los problemas de violencia interna y corrupción. Los cambios electorales no fueron una distracción para el empeño en subrayar los problemas de derechos humanos que aquejan al país. Sin embargo, las elecciones recientes en México, el grado en que sus resultados cambiaron el panorama electoral, el efecto que tendrán para futuras alianzas o disputas interpartidarias, no son un asunto secundario. Independientemente de las desastrosas campañas que se hicieron en la radio y la televisión, de la mediocridad de los mensajes y la ausencia de propuestas bien articuladas, las elecciones tuvieron consecuencias. Los cambios que México necesita tienen que pasar por las instituciones con posibilidad de formar gobierno, es decir, los partidos. Por ello, la lucha electoral que se avecina merece atención. Aun si sus actores no parecen convincentes y su capacidad para enfrentar los problemas del país sea incierta.

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