La tortuosa reforma de la Iglesia

sábado, 7 de enero de 2017 · 12:21
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Los frescos renacentistas de la Sala Clementina, construida en el siglo XVI, lucían majestuosos, daban mayor fuerza a las palabras del Papa Francisco. El eco de su voz resonaba en los oídos de notables funcionarios de la curia romana. El recinto fue testigo de una de las disertaciones más programáticas, sagaces y duras del pontificado de Francisco. El 22 de diciembre pronunció algo más que un mensaje navideño a sus colaboradores: fue una profunda disquisición sobre la reforma de la curia. Se advierte esmero en la estructura del texto y en las numerosas citas y notas en que sustenta su razonamiento. Tiene pasajes muy críticos destinados a sus detractores y sectores conservadores que recelan del pontificado del argentino. Es más que evidente el antagonismo con sectores del clero que lo han asechado en los últimos meses, que cuestionan no sólo las reformas sino la claridad en el rumbo del Papa en la conducción de la Iglesia. Pero Francisco no se achica y envía un claro mensaje a sus censores: la reforma de la curia y de la Iglesia es un proceso inevitable e irreversible. No dará un paso atrás. Arremete contra sus malquerientes advirtiendo las “críticas malévolas y malintencionadas” “que se refugian en las tradiciones, en las apariencias y en las formalidades”. Va más allá: no se trata de una reforma de apariencia ni estética, como una especie de estiramiento facial o maquillaje para embellecer el rostro más antiguo de la curia, como una cirugía para eliminar las arrugas. Y remató: “Queridos hermanos: no son las arrugas lo que hay que temer en la Iglesia, sino las manchas”. La reforma, por tanto, es un “proceso delicado” que debe ser experimentado, entre otras cosas, con “lealtad al constante discernimiento esencial, el coraje evangélico, la sabiduría eclesial, la escucha atenta, la acción dura”. No basta el cambio de hombres, enfatizó: la reforma de la curia no se lleva a cabo de ningún modo con el cambio de las personas sino con la conversión de las personas. Marco Politi, reconocido vaticanista, observó en su blog el 17 de diciembre: “Se desencadenó en las filas de la jerarquía católica un guerra subterránea contra la línea reformista de Francisco, construida con rumores, críticas difusas, agresividad creciente en internet. Se trata de una campaña sistemática de deslegitimación, que pretende sembrar dudas en la autoridad del pontífice y la pertinencia de su gobierno”. La presencia de Francisco renovó mediáticamente la figura del pontificado a nivel internacional, y por ello a menudo olvidamos la profunda crisis de la Iglesia católica. La reforma de la curia no es una necedad del Papa argentino ni una ocurrencia exótica; es un mandato del precónclave de 2013 que entronizó a Mario Bergoglio. La reforma de la curia es fruto de sus propios escándalos. Viene de la imperiosa necesidad de renovación de una Iglesia golpeada por luchas internas de grupos de poder que quieren mantener privilegios y conducción. Francisco asumió el pontificado en medio de un severo desfondamiento institucional, resultado de una malograda ruta, una guerra civil dentro de la curia romana, el descrédito internacional y mayúsculos escándalos de pederastia, corrupción financiera y descomposición en la Santa Sede. La dramática cereza del pastel fue la renuncia de Benedicto XVI, enfermo, rebasado y deprimido. Las reformas que tanto incomodan a la curia no son un invento ni una imposición de Francisco; son un mandato del cuerpo cardenalicio que lo eligió en el cónclave de 2013. Por consiguiente, el quebranto moral, político y mediático de la Iglesia fue fruto de sus propios sectores conservadores, los que ahora no sólo se oponen a los cambios sino que se encierran en su burbuja rígida de doctrina y moralidad contracultural y cuestionan los cambios de actitud que Francisco ha promovido, como el escuchar con mayor atención a mujeres y hombres contemporáneos. Así, en sus propias palabras entendemos la referencia a la rebeldía tradicionalista en los siguientes términos: “Se dan las resistencias abiertas, que a menudo provienen de la buena voluntad y del diálogo sincero; las resistencias ocultas, que surgen de los corazones amedrentados o petrificados que se alimentan de las palabras vacías del gatopardismo espiritual de quien, de palabra, está decidido al cambio pero desea que todo permanezca como antes; también están las resistencias maliciosas, que germinan en mentes deformadas y se producen cuando el demonio inspira malas intenciones (a menudo disfrazadas de corderos)”. Aquí sin duda se refiere a la rebelión de cuatro cardenales conspiradores tradicionalistas, quienes con actitud inquisitoria enviaron una carta, con las “dudas”, al Papa, acusándolo de sembrar confusión en la Iglesia y la feligresía a raíz de su exhortación apostólica Amoris Laeticia, en la que se refiere a los católicos vueltos a casar. Estos cuatro cardenales son la punta del iceberg de un vasto movimiento ultraconservador de derecha, religiosa y secular, contra la orientación de Francisco. Es claro que para el Papa la curia no es inmutable ni intocable. Tanto en el texto como en las notas, fundamenta el propósito central de la curia, que es colaborar con el ministerio del “sucesor de Pedro”, es decir, apoyar al Papa “en el ejercicio de su potestad única, ordinaria, plena, suprema, inmediata y universal”. La curia no es un fin en sí mismo ni un órgano de gobierno sobre las iglesias locales, sino un instrumento de servicio al pontífice y la Iglesia. Francisco enumera los criterios básicos que impulsan su reforma. Son los siguientes: individualidad (conversión personal), pastoralidad (conversión pastoral), misionariedad, racionalidad, funcionalidad, modernidad (actualización), sobriedad, subsidiaridad, sinodalidad, catolicidad, profesionalidad y gradualidad (discernimiento). Cada uno es desarrollado y fundamentado en el texto. La individualidad, por ejemplo, se refiere a la conversión personal, sin la cual no servirán para nada los cambios en las estructuras. La pastoral describe a la espiritualidad de comunión y servicio. La misionariedad representa el servicio de la estructura a la vocación de la Iglesia. Cobra relevancia el fortalecimiento del papel de las mujeres y los laicos en la vida de la Iglesia y su integración en las distintas estructuras, roles de conducción y su profesionalismo y, finalmente, la aplicación gradual, “experimental y (con) flexibilidad para lograr una reforma real”. Francisco es jesuita. Ha sido educado para manejar, conservar y administrar el poder con agudeza política. Pese a la férrea oposición y desacreditación, Bergoglio ha avanzado de manera suave. A pesar de su grupo de cardenales de consulta, el llamado G9, Francisco se ve solo. Pero de manera delicada ha transformado la conducción de las finanzas y ha realizado diversos cambios en secretarías, dicasterios y consejos. Pero lo más importante es la deseuropeización del colegio cardenalicio. Ahí se juega la continuidad de sus reformas en la sucesión pontificia. En cuatro años ha modificado la correlación: ahora sólo 45% de los cardenales electores son europeos. Francisco ha priorizado, en tres consistorios, el nombramiento de nuevos cardenales provenientes del sur global. Acaba de cumplir 80 años. No es un Papa revolucionario sino reformador. Enfrenta grandes obstáculos. Sabe que le queda poco tiempo y por tanto debe acelerar sus reformas. Y no es que vaya a cambiar doctrina ni dogmas de la Iglesia, pero sí ofrece una nueva actitud de misericordia, menos rigidez y mayor disponibilidad para escuchar a la cultura contemporánea. *El autor es sociólogo experto en el estudio de las religiones.

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