El argumento y el infantilismo

sábado, 24 de noviembre de 2018 · 10:08
Para Carmen Medel, cuyo sufrimiento y clamor de justicia es el mío y el de cientos de miles de familias. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Hacia el final de su vida, Iván Illich, definiendo el mundo que emergía de la sofisticación tecnológica y la velocidad de los medios de comunicación, llamó a nuestra época la era del show, la era del espectáculo. La página del libro, que nació en el siglo XII y XIII y permitió el surgimiento de la universidad y de la reflexión crítica, dejó paso a la pantalla de la computadora y del celular. Con ello, la búsqueda de la verdad, de la realidad o de la ética que habita en el pensamiento crítico y el diálogo perdió su prestigio, sustituido cada vez más por la atención al mensaje relámpago. Desprovistos de sus contextos argumentativos, esos ectoplasmas lingüísticos tienen tal cantidad de connotaciones que, a fuerza de ya no designar nada, generan reacciones sin sentido, reacciones de un infantilismo fantasioso o de una violencia salvaje. El reciente escándalo lleno de vituperios, molestias, descalificaciones, incluso de insultos, suscitado por la portada del número 2192 de Proceso (“AMLO se aísla. El fantasma del fracaso”), lo confirma. La reacción que ese encabezado generó en Twitter, Facebook, incluso en artículos, muestra que quienes se desgarraron las vestiduras jamás, devorados por la mentalidad de que la parte es el todo, leyeron el contenido. Sin embargo, a diferencia del Twitter, del Facebook, del eslogan, del aviso publicitario, la frase de la portada de Proceso no era –como nunca lo es una portada, un encabezado o un título– un mensaje cerrado, sino una “cabeza”, un pórtico invitando al lector a entrar y discutir el argumento que dio origen a la portada: la entrevista de Álvaro Delgado a uno de nuestros más lúcidos constitucionalistas, Diego Valadés. Encerrados en el galimatías de sus reacciones, no se dieron cuenta que lo que Valadés discute es uno de los temas fundamentales de la propuesta política de AMLO: la separación entre el poder político y el poder económico que tanto ha destruido la vida de la nación hasta hundirla en la deshonestidad, la violencia y el crimen. En dicha entrevista, el abogado señala que esa política, fundamental para la llamada Cuarta Transformación, puede fracasar si –de allí la idea de fantasma: algo que carece de concreción pero que puede tenerla– el gobierno de Andrés Manuel, lejos de fundarla en un sólido sistema de instituciones que fortalezca al poder político, la construye a partir de sí mismo, del personaje que ha creado. En lugar de discutir el argumento, de ahondar en su contenido para, en la controversia, comprender e iluminar la realidad, quienes se lanzaron contra Proceso prefirieron la pataleta, la oscuridad del escándalo, la inanidad del show mediático, la afirmación del personaje contra la política; prefirieron darle concreción al fantasma que a la luz que lo exorciza. El propio AMLO, lejos de encarar como un estadista el argumento de Valadés, prefirió, en una exaltación ególatra, detenerse en las fotografías que acompañan la portada y el contenido de la entrevista –un hombre maduro, serio, adusto, que mira ¿desdeñoso, aislado, fuerte? el fantasma del fracaso–para percibirse como un viejo “decrépito ya chocheando”. Después, en una continuación del berrinche, el rechazo a la invitación publica de Proceso para, mediante una entrevista, entrar en el debate de los contenidos. Estas reacciones, nacidas del constreñimiento de la percepción que produce la velocidad de los aparatos de comunicación y del mercado al que sirven, provocan miedo. Cuando la política, sin darse cuenta, se somete a ello, permanece presa de los intereses económicos que pretende combatir y limitar, y anuncia una forma nueva del caciquismo. En el caso de la entrevista de Álvaro Delgado a Diego Valadés, anuncia lo que el propio Valadés expresa como la posibilidad del fracaso: el de reducir la política a la imagen y al capricho de un personaje. “La presencia dominante del lenguaje de las imágenes y la escritura digital –dice Tomás Calvillo– produce un efecto unidimensional, plano y superficial de la realidad”. En él, “la hondura cultural de la historia desaparece e impone un presente alienado en el instante, que pretende absorber las diferencias y la misma diversidad”. Reducida a ello, la infantil y virulenta crítica a Proceso contradice lo que AMLO construyó en el imaginario de la nación: la capacidad de ejercer una revisión democrática y crítica del proceder de los gobiernos después de Madero. Su actitud ante los argumentos de Proceso, que nunca se tomaron la molestia de leer, muestra que están perdiendo el lenguaje político que querían restablecer y la credibilidad para inspirar un verdadero cambio en la vida de la nación. Andrés Manuel y quienes lo rodean deben entender que nuestra crítica no es una oposición a ellos, sino un caminar con ellos para que el nuevo gobierno no fracase en el orden de lo político. Nadie quiere que el fantasma del fracaso, que recorre los pasillos del poder y de las ruinas de México, vuelva adquirir una presencia real. Pero eso significa negarse al aislamiento y, contra los ectoplasmas lingüísticos que colonizan nuestras mentes, leer, abrirse al argumento, a la reflexión, al diálogo y al debate. La tragedia, escribió Albert Camus, nace de la sordera de los dioses. Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a las autodefensas de Mireles y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales y refundar el INE. Este análisis se publicó el 18 de noviembre de 2018 en la edición 2194 de la revista Proceso.

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