"Del Fondo de Cultura y anexas"

sábado, 29 de diciembre de 2018 · 10:18
Director editorial del FCE de 1979 a 1985, el autor es uno de nuestros escritores más prolíficos. Con base en un recuento histórico (de Vasconcelos a nuestros días), analiza la esencia del Fondo para rechazar el calificativo de elitista que le aplicó su colega Paco Ignacio Taibo II –quien lo dirigirá–, y decirle no a la fusión con la Dirección de Publicaciones de la SEP, por tener vocaciones distintas. Hacerlo significaría “reducirnos a la mitad”. I. Del Fondo La lengua es un instrumento político, un medio de dominio. Siempre fue compañera del Imperio, puso Antonio de Nebrija en su Gramática castellana, la primera que hubo de una lengua romance. Nebrija se refería a los imperios del hebreo, el griego, el latín –el español aún no era un idioma imperial–. Era 1492: los Reyes Católicos tomaron Granada y, por primera vez, Colón cruzó el Atlántico –el español, ya no el castellano, inició su expansión. * La imprenta llegó a la Nueva España para completar la Conquista. Se imprimieron catecismos, breviarios, vocabularios y gramáticas que permitieran predicar en lenguas; mapas y relaciones geográficas; leyes, botánica, medicina, matemáticas, geometría subterránea; cartillas para instruir a la nobleza indígena en el español y el latín... Las ideas y la ficción no tuvieron lugar. La poesía circulaba manuscrita. Las prensas y sus derivados son recursos estratégicos. Su expansión fue acelerada en Europa; no en las colonias. Gutenberg terminó su Biblia en 1454 o 1455; en los veinte años siguientes la imprenta cubrió Europa. Juan Pablos se instaló en México en 1539. La segunda ciudad del Virreinato que tuvo imprenta fue Puebla, un siglo después, en 1642; la tercera fue Oaxaca, en 1720 –otro siglo más tarde–; la cuarta Guadalajara, en 1793. Las imprentas proliferaron como reguero de pólvora, literalmente, durante el movimiento insurgente; los caudillos de ambos bandos las llevaban portátiles. Las prensas pueden ser medios de opresión, o de insurgencia. * Cuando un imperio sucumbe y las naciones conquistadas logran sacudirse el yugo político, sus culturas conservan rasgos de aquélla que las dominó. Cuando el Imperio Romano fue derrumbado en la esfera política, en las regiones que había ocupado la lengua y la cultura latinas se mantuvieron vivas. Al fraccionarse las posesiones americanas de España en una veintena de países, todas conservaron, entre otros rasgos más o menos comunes, el español que hablaban y escribían, cada una con sus modismos y un léxico propios. * En buena medida, la unidad pudo conservarse gracias a la imprenta –que en la escritura fija el habla– y a las academias de la lengua, que la han normado al través de tres obras: el Diccionario, la Gramática y la Ortografía. En aquel tiempo obra no de las academias, sino de la Academia, la Real Academia Española (RAE), fundada en 1713. Durante 157 años, la única del español. Guerras de Independencia de por medio, en noviembre de 1870 la RAE dio a conocer los Estatutos que normarían su relación con las academias correspondientes que, bajo su tutela, comenzó a establecer en las repúblicas de Hispanoamérica. La primera al año siguiente, 1871, en Bogotá; la segunda en Ecuador (1874); la tercera en México (1875). Las academias americanas fueron surgiendo como correspondientes o, en los casos de Uruguay, Argentina y Paraguay, como asociadas o autónomas, aunque siempre estrechamente vinculadas con la española. En ese siglo llegaron a nueve con la de Guatemala, en 1897. Actualmente son 23. * Además de la RAE, España cuenta con ese otro instrumento de dominio económico y cultural sobre las demás naciones donde se habla español, que es la traducción y la edición de toda clase de libros –incluidos, claro está, los que no hace falta traducir–. Entre las naciones hispanohablantes el Estado español es el único consciente del valor económico y de la importancia estratégica de la lengua. Y los ha explotado siempre. Basta entrar a cualquier librería, en cualquier Ciudad de México, para ver y sentir el predominio total de los editores extranjeros, en especial los españoles. Es un asunto de dineros y de ideologías; están en juego la economía, la autonomía, la soberanía del país. * En 1921 el presidente Álvaro Obregón fundó la Secretaría de Educación Pública (SEP) y puso al frente a José Vasconcelos. El nuevo secretario sabía, bien, que solamente la adicción a la lectura y la escritura podría salvar al país; creía, mal, que podía formar lectores con campañas y repartiendo libros. Vasconcelos importó, sobre todo de España, cientos de miles de manuales de diversas asignaturas, e imprimió localmente los silabarios que necesitaba. Encargó a unos cuantos colaboradores muy jóvenes, muy cercanos y muy talentosos sus tres proyectos predilectos: Lecturas para mujeres, Lecturas clásicas para niños y una colección de Clásicos que fue duramente criticada porque ponía en manos de analfabetos a autores como Plotino, Homero, Goethe, Tolstoi o Tagore. Con estas publicaciones inauguró una tradición excepcional: la de que en cada sexenio la SEP publicara una o varias obras y colecciones para niños y adolescentes, que se vendían a precios bajísimos. Aparecieron de ese modo La Honda del Espíritu, Colibrí, Letra y Color, SepSetentas, Siete, etcétera. La tradición terminó de golpe en 2000, cuando el presidente Fox y el secretario Reyes Tamez decidieron que la SEP no debería hacer libros que “competían deslealmente” con los editores privados –quienes, por supuesto, no se ocuparon de esta clase de publicaciones, ni lo han hecho en los veinte años siguientes. Estas colecciones –que hacen falta– deben aparecer en la SEP, no en el Fondo de Cultura Económica (FCE). La misión del Fondo es otra. * En febrero de 1929, un abogado de 31 años que había estudiado Economía en Wisconsin, Harvard y Cornell; en la London School of Economics y en la École Libre de Sciences, de París, logró fundar, en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, de la Universidad Nacional, una Sección de Economía. En 1934 esta sección pasó a ser la Escuela Nacional de Economía, donde dictó cátedra este abogado, Daniel Cosío Villegas. En aquellos años, Cosío Villegas fue también miembro del Consejo de Administración del Banco de México (1933-1936) y director (1941) de su Departamento de Estudios Económicos. Cuanto se escribía sobre economía estaba entonces en inglés o francés, y los alumnos no podían leerlo. Para hacer accesibles algunos artículos, en abril de 1934 Cosío Villegas comenzó a publicar la revista Economía. También había libros que quería publicar, pero juzgó que no había en México editoriales que pudieran hacerlo. Fue a España y vio a dos grandes casas editoras: Aguilar y Espasa-Calpe. Llevaba una lista de los libros que quería traducir en México y editar en España. José Ortega y Gasset, el principal consejero de Espasa, declaró que el día en que los latinoamericanos se metieran a hacer libros la cultura se volvería “una cena de negros”. Cosío Villegas cortó por lo sano. Economía se convirtió en El Trimestre Económico, y en septiembre de 1934 fue fundado el Fondo de Cultura Económica, para publicar esa revista y libros de economía. El primero, aparecido el año siguiente, fue El dólar plata, de William P. Shea (78 pp., 17 x 14 cm) con una introducción de Antonio Espinosa de los Monteros y traducido por Salvador Novo. Había pocos economistas; los primeros traductores del Fondo fueron Novo, Antonio Castro Leal, Alfonso Reyes… * La miopía de Ortega y Gasset trabajó a favor de la independencia intelectual de México y de la América española. ¿No había sido posible contar con la Madre Patria? Pues era tiempo de asumir la mayoría de edad. A partir de entonces, desde México y desde sus filiales –en América y en España–, el Fondo de Cultura Económica ha contribuido poderosamente a diversificar y enriquecer la actividad editorial en español. El Fondo nació para traducir al español libros escritos en otras lenguas y que nos hacían falta. Y para publicar libros escritos en español, complejos e igualmente dirigidos a los terrenos más altos o más avanzados de la investigación y el pensamiento. Muchas generaciones de gente dedicada a las humanidades, en todo el continente, en España, en países de Europa y de Norteamérica, conocen en detalle los catálogos del Fondo porque estudiaron en sus libros. Al parecer, a Paco Ignacio Taibo II le parece que eso es una forma de elitismo condenable. ¿Será condenable también esa otra esfera igualmente elitista que son las grandes obras de los mejores poetas y novelistas; de tantos grandes dramaturgos y ensayistas y cuentistas? * En tiempos aciagos en que gobiernos dictatoriales limitaron las ideas y las palabras en España, Argentina, Uruguay, Chile, el Fondo de Cultura Económica publicó los libros prohibidos –en otras lenguas y en español– y los hizo circular. Cuando intelectuales de estos países huyeron de sus tierras, México y el Fondo de Cultura Económica recibieron a muchos de los autores, traductores, editores, ilustradores, diseñadores que hacían esos libros, a muchos de los maestros e investigadores que los necesitaban. En algún momento, cuando yo ocupaba la Gerencia de Producción del Fondo, me tocó recibir a muchos de ellos y darles trabajo mientras encontraban ocupación. Algunos se convirtieron en trabajadores externos del Fondo: corregían pruebas de imprenta, redactaban solapas, traducían… El Fondo ha ilustrado e iluminado a toda nuestra América –hasta los Pirineos–; es un modelo de libros bien hechos y de libertad. Merece un director que lo conozca, lo respete y esté interesado en su salud. II. Anexas En tiempos en que Sari Bermúdez presidía el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, hubo ya la intención de fusionar el Fondo de Cultura Económica con la Dirección de Publicaciones del Consejo y las librerías de Educal. * La propuesta era entonces a la inversa: Conaculta absorbería al FCE, con todo y sus librerías. Yo era entonces director de Publicaciones del Consejo. El proyecto me parecía aberrante, como me lo parece ahora. * Existen dos organismos dedicados a publicar libros que van dirigidos a esa minoría que tanto debería preocuparnos: los lectores autónomos; los que necesitan leer cada día, como necesitan comer y dormir. Hay entre ellos una gran cantidad de diferencias. Estamos claramente ante dos ideas que no tienen que ver entre ellas; dos proyectos de ediciones distintos. Fusionarlos significa convertirlos en uno. Significa reducirnos a la mitad, perder uno de ellos. * En aquel tiempo este argumento tuvo peso suficiente: fusionarlos nos empobrece. Hoy en día no hay razones para llegar a una conclusión diferente. _______________________________ * Narrador, ensayista, traductor, Felipe Garrido (Guadalajara 1942), tituló así este trabajo solicitado por Proceso. Su prolífica obra, su larga carrera al frente de direcciones culturales y editoriales, se completa con premios tan significativos como el Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores (2011) –por el libro de cuentos Conjuros– y el Nacional de Ciencias y Letras en el área de Lingüística y Literatura (2015). Desde 2003 es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

Comentarios