¿Qué es el pueblo?

sábado, 29 de diciembre de 2018 · 10:09
CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).- En ocasiones resulta útil, como método, comenzar la indagación del fondo conceptual de algo, diciendo lo que no es ese algo, esa cosa objeto de análisis. Hablemos del pueblo, término tan llevado de un lado a otro por la filosofía política y por los políticos. El pueblo en sentido auténtico, no es la masa que manipulada, liberando al criminal Barrabás, condenó rabiosa a Cristo hace dos mil años, ante el tibio Pilatos, que se lavó las manos para consumar tranquilo, la condena a muerte del Dios inocente, hecho carne. No es el pueblo verdadero, la turbamulta que en ocasiones, ante un hecho calificado de crimen, hace "justicia" por sí misma y lleva a cabo el linchamiento con ferocidad inhumana, del sujeto culpado sin mediación de proceso alguno. Tampoco es el pueblo, el vulgo enloquecido que en la Roma de los Nerones, disfrutaba vociferante del desgarramiento de los cuerpos sangrantes pero impasibles, de los mártires cristianos por las fauces de leones hambrientos. Como no lo es mucho menos, la turba digital, las tan postmodernas y actuales redes sociales, que como dice Chul Han, carecen de un "nosotros", de conciencia común mínima. Turba, que desde la irresponsable comodidad del anonimato, insulta en lugar de argumentar, juzga, lapida al otro que considera enemigo por pensar diferente, por ser diferente, por actuar diferente, en suma por tener rasgos reveladores de libertad -aunque sea burda- y personalidad -aunque sea novicia-. Lo que identifica a estos falsos conceptos de pueblo, es entre otras características, la inamistosidad, las maneras violentas, mecánicas, brutales, la irresponsabilidad, la irreflexión, el primado del instinto, de la emoción tosca, de lo más bárbaro de la naturaleza humana: -"horizonte no claro entre dos mundos"-. La masa, la turbamulta, el vulgo, carecen de espíritu, y por ende, en ellas nunca germina el sentido de la justicia, de la amistad cívica recíproca, del respeto a la ley. Ellas, las masas sirven con docilidad a los autoritarismos de siempre. Ahora, desprendamos de lo que no es el pueblo en sentido genuino, lo que es y lo que requiere para lograr su plenitud. El pueblo es la multitud consciente, unida bajo la ley y la justicia, por la amistad recíproca: es un nosotros con sentido de tarea, de finalidad común. La amistad cívica es lo determinante en la definición de un pueblo en sentido pleno. Ella pavimenta, posibilita el fruto de la solidaridad humana, en un mundo cuajado de angustioso egoísmo -con los migrantes, por ejemplo-, rijosidad, violencia y hambre. De ella, de la amistad cívica, ya hablaba con agudeza genial el titán de Estagira, Aristóteles. La noción de pueblo, señala el brillante filósofo francés, Jacques Maritain, en su libro “El Hombre y el Estado”, significa "los integrantes, amistosa y orgánicamente unidos, que componen la sociedad política". La sociedad política es el todo social, con su historia, sus tradiciones, sus dolores, sus virtudes, sus pasiones, su espíritu, su grandeza y miseria, siendo el Estado solamente una parte especializada de ese todo, subordinado al bien común de esa sociedad política. El Estado es para el ser humano y no éste para el Estado. Un país donde en las tragedias, en las desgracias personales y colectivas, civiles o políticas, prevalece la violencia verbal, la rijosidad, la enemistad polarizante, no tiene como sujeto histórico al pueblo en su sentido auténtico, sino a la turbamulta tan inepta para las libertades. Un país donde prima el síntoma patológico de "amigo-enemigo" y no la amistad cívica, recíproca, ni la generosidad promedio, no es democrático. No hay en el mismo el fermento evangélico tan requerido en tiempos convulsos, como decía el poeta Charles Péguy, quien muriera cara al cielo en la batalla del Marne, en 1914. Hago votos porque en el año que pronto comenzará, la sociedad política y el Estado, se esfuercen por construir un ambiente amistoso que debe partir del corazón mismo de cada ciudadano converso.

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