De medios y de fines

sábado, 17 de febrero de 2018 · 10:10
Para Pietro Ameglio CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La llamada realpolitik –esa forma de hacer política heredera de Maquiavelo a la cual puso nombre Bismarck– perdió la ética y, con ella, la relación vital que existe entre medios y fines. Y eso se observa con nitidez en las precampañas electorales que vive México. No hay partido político ni precandidato a puestos de gobierno que, en nombre del pragmatismo, no haya destruido esa relación fundamental de la vida natural y política. En su búsqueda desesperada por el poder, partidos y precandidatos no dudan en hacer alianzas innaturales, en insultarse entre sí, en autoalabarse como dechados de honestidad, mientras ocultan sus complicidades criminales, en utilizar dinero del crimen organizado, de intereses depredadores o dineros públicos –que podrían ponerse al servicio de la paz y del dolor de millones de personas– para corromper y coaccionar el voto. Cuando lo único que cuenta es el poder, los fines, dice esa forma enferma de la política, justifican los medios. Semejantes a Netchaiev, el padre del nihilismo político, nuestros partidos y precandidatos han comenzado a reivindicar para sus fines el “todo está permitido”. Obnubilados por el poder, como los grandes capos que tienen arrodillada a la nación, consideran a la gente como un insumo. Han decidido que se puede mentir, amenazar, aterrorizar a los vacilantes y engañar a los que confían. En cuanto a las víctimas y a los oprimidos, pueden seguir sufriendo mientras ellos llegan al poder. Los que ahora sufren serán reivindicados en las víctimas y los oprimidos del porvenir. Cuando el poder es el fin y los medios no interesan, los derechos de la gente deben seguir esperando resguardados por la ilusión. Con ello, partidos y precandidatos mezclan el vicio con la virtud y establecen como medida de todo el cinismo. Pero, ¿es posible hacer una transformación del país con ese hiato entre medios y fines? ¿Puede hacerse la paz y la justicia con un pragmatismo cínico? ¿Es posible obtener un fin noble con medios innobles? Desde la Alemania nazi hasta las juntas militares y el triunfo de Trump, pasando por la Revolución rusa y el estalinismo, la historia enseña que cuando se ha hecho así, lo único que florece es el caos, la violencia y la muerte. Aplicada a una lógica electoral en un país como México, en el que la violencia es el pan de cada día, la destrucción entre medios y fines –o, para decirlo con el barbarismo de un gran cínico, “El haiga sido como haiga sido”–, sólo hará más hondo el infierno: quien gane, lo único que habrá ganado es el privilegio de administrar el horror. Los fines y los medios son términos convertibles entre sí: si los medios son inmorales, el fin, por más noble que se presente, será inmoral. Uno y otro son las dos caras de una lámina sin espesor ni inscripción alguna. Gandhi, que, como él mismo lo refirió, sólo enseñó verdades “viejas como los cerros”, decía estas palabras, hoy dirigidas a nuestros partidos y nuestros precandidatos: “Su mayor equivocación es creer que no hay ninguna relación entre el fin y los medios. Esa equivocación ha hecho cometer crímenes innumerables a gente que era considerada buena. Es como pretender que de una mala hierba puede brotar una rosa. El único medio adecuado para atravesar el océano es tomar un barco. Si, en su lugar, toman un coche, no tardarán en hundirse… Los medios son como la semilla y el fin es como el árbol. Entre el fin y los medios hay una relación tan ineludible como entre el árbol y la semilla… Se recoge exactamente lo que se siembra”. No hay, pues, en el espectro electoral, nada que augure una salida digna para el país. Lo que Clausewitz refirió en otros tiempos: “La política es la continuación de la guerra por otros medios”, en México –un país de asesinatos, de fosas clandestinas, de desapariciones, de redes de corrupción, de impunidad y miedo– habría que traducirla como: “La política es la continuación del crimen por otros medios”. Cuando lo único que cuenta es el dominio a cualquier precio, sólo puede augurarse como fin el desprecio, el sometimiento y la corrupción. Si no se cambia esta forma de hacer política y no se establece un vínculo profundo con una ética de los medios, los partidos y sus precandidatos pueden seguir pronunciando grandes discursos, diciendo ocurrentes frases, exaltando las pasiones de los ilusionados, haciendo alianzas de todo tipo y construyendo candidaturas independientes, el resultado será inútil. La mentira y sus violencias jamás podrán conducir a la verdad y al bien. Un triunfo en esas condiciones es en realidad una derrota. La democracia hoy en México es el desprecio, y toda forma del desprecio en política deriva en lo que no hemos dejado de padecer: el crimen. “Quienes se rebajan –cito nuevamente a Gandhi– a emplear cualquier medio para conseguir una victoria… no sólo se degradan a sí mismos, degradan a toda la humanidad”. Así, el ser humano se vuelve una herramienta al servicio del poder, un engranaje del sistema criminal que hemos creado o un producto para el consumo de ese aparato. Esa es la dura y triste historia de este país. A pesar de las ilusiones y las expectativas que crean los partidos y sus precandidatos, nuestra democracia, amputada de medios honestos, no tiene porvenir. Es una mera ilusión cuyos estragos serán aún mayores que la realidad que sus fines pretenden encubrir. Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar, a las autodefensas de Mireles y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales y refundar el INE. Este análisis se publicó el 11 de febrero de 2018 en la edición 2154 de la revista Proceso.

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