AMLO: di no a la regresión

jueves, 12 de abril de 2018 · 13:40
Es más fácil tomar el poder que gobernar. Boaventura de Sousa Santos CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- En la encuesta más reciente de Bloomberg, Andrés Manuel López Obrador tiene 43.7% de intención de voto, 20 puntos arriba de Ricardo Anaya, su adversario más cercano (con 21.3%), seguido por José Antonio Meade (20%). Sus dos competidores han perdido puntos. A menos de 90 días de las elecciones la brecha parece imposible de superar, aunque falten los tres debates entre candidatos y en ese breve lapso puedan ocurrir muchos imprevistos. No obstante, la contienda estará dominada por la confrontación entre los devotos de AMLO y la histeria antiobradorista (enarbolada por muchos de los que apoyaron el frustrado desafuero promovido por Fox en 2006). La estrategia presidencial peñanietista logró frenar a Anaya, candidato de Por México al Frente, pero los puntos que le restó la embestida judicial y mediática no fueron para el aspirante tricolor sino para el puntero. Meade declaró: “Encuentro miedo, coraje, frustración; reconozco cosas que están funcionando mal”. A pesar de que el INE le regaló la candidatura independiente a Margarita Zavala, es difícil que el abanderado oficial llegue a colocarse en el segundo lugar, debido a la animadversión del electorado contra Peña Nieto y su partido. Es igualmente improbable que Anaya, víctima del abuso del poder presidencial, pueda recuperar los votos que le quita Zavala quien, de acuerdo con la misma encuestadora, tiene el 11.7% del electorado a su favor. A su vez, ella padeció el abuso de poder de Anaya, como presidente del PAN, lo cual le impidió contender por la candidatura del partido en el que militó más de 30 años. Veremos si “el que a hierro mata a hierro muere” o, en términos religiosos, si “en el pecado (de ambición excesiva) lleva la penitencia”. Mientras tanto los estrategas del Frente saben que un voto por Margarita de Calderón es un voto por López Obrador, y por ello se aprestan a crear una polarización frente a él (Proceso 2161). Sería decepcionante que en la campaña de Anaya hubiera más confrontación que propuestas serias para el desarrollo del país. Ante ese panorama es necesario saber qué tipo de Presidente sería el abanderado de Morena (y sus nefastas alianzas) en caso de obtener la victoria en las urnas. Dada la ambigüedad y la contradicción de su discurso, es difícil identificar sus verdaderos propósitos como gobernante, más allá de su estrategia electoral marcada por un pragmatismo feroz y riesgoso. Por tanto, sería importante que él mismo se definiera en temas fundamentales, para evitar ser, como Fox, un buen candidato y un mal presidente. Es poco probable que lo haga, debido a que la indefinición y la elución son herramientas fundamentales de su habilidad discursiva. Sabe muy bien cómo evitar respuestas claras sobre temas delicados que pudieran restarle votos. Es notable su capacidad para salirse por la tangente, como se vio en una reciente entrevista televisada en la que toreó a los seis interlocutores que lo bombardearon con preguntas pertinentes sobre diversos temas, buscando acorralarlo. No lo lograron. Él se mostró como un polemista astuto, cortó orejas y rabo e hizo quedar en ridículo al conductor del programa. Esperemos que el formato de los tres debates permita conocer la solidez y viabilidad, o bien lo insensato y demagógico, de las propuestas de los candidatos a gobernar México. Sobre López Obrador, son muchas las preguntas sin resolver para los ciudadanos que no pertenecen a ninguno de los grupos arriba mencionados –adoradores o antagonistas–, interesados en emitir un voto racional basado en el análisis crítico de las diversas opciones en contienda, no en la ignorancia, la fe ciega o las vísceras. En este texto sólo esbozaré dos temas. No está claro si el tabasqueño tiene un compromiso real con la democracia representativa o si piensa restaurar un hiperpresidencialismo al estilo del PRI autoritario de ayer y hoy, lo cual sería un gran engaño a los electores que voten democráticamente por una transformación del régimen actual y vean que el ganador traiciona a la democracia representativa, como lo han hecho muchos gobernantes populistas, autoritarios o fascistas en este y otros continentes. Su toma de posesión como “Presidente legítimo” en una kafkiana ceremonia en el Zócalo el 20 de noviembre de 2012, su personalismo e intolerancia así como el dominio total ejercido sobre el partido creado por él mismo en 2014 tras renunciar al PRD y separarse del Movimiento Progresista, formado por el PRD, PT y Movimiento Ciudadano –con lo cual quedó sepultada la unidad de la izquierda mexicana que llevó décadas construir– revelan una concepción férrea del poder político, más cercana a la autocracia que a la democracia. A ello se agrega su exaltación de la “democracia participativa” sobre las normas e instituciones de la democracia representativa, basado en una noción nebulosa de “pueblo” al que le atribuye, además de la soberanía rousseauniana, todas las virtudes para justificar su propia idiosincrasia y sus decisiones frente a la “mafia del poder”, o bien para rebatir cualquier oposición a sus mandatos. En el ámbito de la economía tampoco se ha definido con claridad. Ha ofrecido restaurar la sustitución de importaciones que caracterizó al “desarrollo estabilizador” –impulsado por Antonio Ortiz Mena, secretario de Hacienda durante los gobiernos de Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz–, lo cual supondría cerrar la economía al comercio internacional, medida contraria a la de los países desarrollados, con excepción del presidido por Donald Trump. Asimismo, su deseo de revertir la reforma energética no parece políticamente viable –porque requiere de la aprobación del Congreso–, ni financieramente recomendable, ya que la confianza en el país y la inversión extranjera sufrirían un grave descenso. También implica ir contra las políticas energéticas mundiales con visión de futuro. Por su propio interés y el del país, si López Obrador ganara las elecciones, debería evitar que su gobierno se convirtiera en un movimiento de regresión nacional. Este análisis se publicó el 8 de abril de 2018 en la edición 2162 de la revista Proceso.

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