Los desafíos de Claudia Sheinbaum

sábado, 14 de julio de 2018 · 10:05
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- En julio del año pasado escribí en este espacio sobre Claudia Sheinbaum y dije que ella significaba una gran esperanza. Hoy lo confirmo: nuestra recién electa gobernante hace que muchísimos chilangos tengamos mucha esperanza de que la vida en esta ciudad va a mejorar. Su propuesta de gobernar con austeridad republicana, promoviendo en la medida de sus posibilidades la igualdad y la justicia social, así como la libertad, el respeto a los derechos humanos y la dignidad humana, es para entusiasmar a cualquiera. Sin embargo, en una democracia siempre hay quienes pierden y es un hecho que a otros chilangos no les gusta quien ganó, y van a lamentar profundamente que perdió la persona por quien votaron. Además de los múltiples desafíos de gobernar este monstruo de ciudad, Claudia Sheinbaum va a tener el desafío de enfrentar con calma e inteligencia las actitudes de los demás candidatos y partidos que no triunfaron. A la frustración de la derrota es probable que se agregue una emoción negativa provocada por el hecho de que ella haya tenido éxito en aquello en lo que se ha fracasado, y esa emoción tan difícil de asumir es envidia. Un político puede admitir sentimientos de enojo, pero, ¿de envidia? El ­remedio para curar las heridas producidas por la envidia es muy antiguo y muy probado: hacer política. La política sirve para aplacar lo político. Carl Schmitt distingue entre lo político como la dimensión de antagonismo y de hostilidad entre los seres humanos –antagonismo que se manifiesta en formas múltiples y que surge a partir de cualquier tipo de relaciones sociales– y la política como la práctica que pretende establecer un orden y organizar la convivencia humana (en condiciones muy conflictivas, siempre atravesadas por lo político). La política intenta “domesticar” la hostilidad y neutralizar ese antagonismo de poder en las relaciones humanas que es lo político. La política requiere tolerancia, respeto a las diferencias y reconocimiento a la verdad del otro. El domingo en la noche pudimos presenciar, primero con el discurso de ­Meade, y con el de Anaya después, otro rayo de esperanza: la civilidad. Civil viene de civis, ciudadano y se aplica a las personas que se comportan debidamente en sus relaciones con otras. Sus sinónimos son amable, correcto, cortés, educado y sociable. Lo incivil es grosero, mezquino o vil. La civilidad conduce a limar diferencias, a frenar la agresión y a dejar de lado la mezquindad. La civilidad es un remedio eficaz para domeñar los impulsos negativos de la envidia. Las emociones siempre nos acompañan: no sólo están en el centro de nuestras vidas privadas, sino también de nuestra vida pública. En la política, hay emociones que degradan el proceso democrático y se expresan con las ­agresiones, los insultos, la indiferencia. Esas demostraciones negativas muestran la debilidad de nuestra cultura democrática y la escasa capacidad de ­algunas figuras públicas para responder políticamente. Una dinámica política de enfrentamiento y descalificación constante desata sentimientos de enojo, humillación, resentimiento, indignación y ofensa que se expresan a menudo de maneras peligrosas. En la Ciudad de México, Morena no ganó algunas alcaldías. ¿Cuál va a ser la actitud de esos alcaldes que son oposición? En cualquier democracia funcional el paso siguiente a una contienda electoral es que los adversarios se pongan a negociar para llegar a acuerdos. Pero en México el término “negociar” tiene un tufo negativo, como de claudicar en principios o de ceder para obtener un beneficio personal. Sí, negociar y pactar son expresiones que entre nosotros arrastran el estigma de la transa. Sin embargo, para lograr acuerdos que beneficien a la ciudad habrá que hacer negociaciones y pactos. El destino de México nos ­concierne a todos, sin importar por quién hayamos votado. El desafío que enfrentan quienes ganaron, y en concreto Claudia Sheinbaum en esta ciudad, es ­mayúsculo. Pero además de las dificultades inherentes a esta transición, sería una verdadera lástima que quienes perdieron se dediquen a desgastar al nuevo gobierno con pleitos y trampas, en lugar de sumar esfuerzos. Luego de una contienda como la que acaba de pasar, es evidente que, además de posturas ideológicas contrarias, hay cuestiones personales –rencores enquistados y desconfianzas arcaicas– que obstaculizan la construcción de las soluciones compartidas que hoy necesita nuestro país. Las personas que se dedican a la política no sólo están sometidas a fuertes presiones; también están a disposición de los vericuetos de su propio psiquismo: resentimientos, aprensiones y desprecios. Por eso la desavenencia política con frecuencia se traduce en enemistad, incluso en odio. La subjetividad de muchos políticos les dificulta aceptar un proceso de deliberación y negociación, que sirva para pactar un programa concertado de acciones que aborden los urgentes problemas que hay que resolver. Por eso, entre los desafíos de Claudia Sheinbaum está el de que, pese a las groserías que le hicieron y las mentiras que se dijeron sobre ella, logre con su inteligencia, madurez y moderación enseñarles a los alcaldes de oposición a pactar para sacar adelante la CDMX. Este análisis se publicó el 8 de julio de 2018 en la edición 2175 de la revista Proceso.

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