Antígona busca en los "tráileres de la muerte"

viernes, 21 de septiembre de 2018 · 12:11
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Los "tráileres de la muerte" me trasladan a la tragedia de Antígona. Cuando sus hermanos hacen guerra para conseguir el trono y se matan entre sí, el rey Creonte lanza un edicto para que Polínices -uno de ellos- no sea "enterrado dignamente y se dejara a las afueras de la ciudad al arbitrio de los cuervos y los perros", con lo que condenaba a su alma a vagar eternamente por la tierra. Quien lo llorara y sepultara, sería lapidado públicamente. Antígona, pasando por encima de las leyes del Estado de "dejarle allí, sin duelo, insepulto, a merced de las aves", y siguiendo los dictados de su corazón, decide enterrar a su hermano con todos los ritos que merece un cadáver. Que merece quien tuvo vida. Aquí unos fragmentos de la obra griega tan vigente estos días en los que vemos a gobernantes inhumanos que dejan a cadáveres descomponerse a su suerte, afuera de las ciudades, y muchas Antígonas -madres, hermanas, hijas- arriesgándose para regresar a sus seres queridos a casa, jugándose la vida por "ayudar a los muertos": ISMENE. Pero, ¿es que piensas darle sepultura, sabiendo que se ha públicamente prohibido? ANTÍGONA. Es mi hermano —y también tuyo, aunque tú no quieras—; cuando me prendan, nadie podrá llamarme traidora. ISMENE. ¡Y contra lo ordenado por Creonte, ay, audacísima! ANTÍGONA. Él no tiene potestad para apartarme de los míos (...) yo voy a enterrarle, y, en habiendo yo así obrado bien, que venga la muerte: amiga yaceré con él, con un amigo, convicta de un delito piadoso; por más tiempo debe mi conducta agradar a los de abajo que a los de aquí, pues mi descanso entre ellos ha de durar siempre. En cuanto a ti, si es lo que crees, deshonra lo que los dioses honran. ISMENE. En cuanto a mí, yo no quiero hacer nada deshonroso, pero de natural me faltan fuerzas para desafiar a los ciudadanos. ANTÍGONA. Bien, tú te escudas en este pretexto, pero yo me voy a cubrir de tierra a mi hermano amadísimo hasta darle sepultura. * (Cuando ella es descubierta y los guardias lo llevan hasta el rey) GUARDIÁN. Fue así la cosa: cuando volvimos a la guardia, bajo el peso terrible de tus amenazas, después de barrer todo el polvo que cubría el cadáver, dejando bien al desnudo su cuerpo ya en descomposición, nos sentamos al abrigo del viento, evitando que al soplar desde lo alto de las peñas nos enviara el hedor que despedía (...) entonces, de pronto vimos a esta doncella que gemía agudamente como el ave condolida que ve, vacío de sus crías, el nido en que yacían, vacío. Así, ella, al ver el cadáver desvalido, se estaba gimiendo y llorando y maldecía a los autores de aquello. Veloz en las manos lleva árido polvo y de un aguamanil de bronce bien forjado de arriba a abajo triple libación vierte, corona para el muerto; nosotros, al verla, presurosos la apresamos, todos juntos, en seguida, sin que ella muestre temor en lo absoluto, y así, pues, aclaramos lo que antes pasó y lo que ahora; ella, allí de pie, nada ha negado (...) CREONTE. (a Antígona) Y tú, tú que inclinas al suelo tu rostro, ¿confirmas o desmientes haber hecho esto? ANTÍGONA. Lo confirmo, sí; yo lo hice, y no lo niego. CREONTE. Dime brevemente, sin extenderte; ¿sabías que estaba decretado no hacer esto? ANTÍGONA. Sí, lo sabía: ¿cómo no iba a saberlo? Todo el mundo lo sabe. CREONTE. Y, así y todo, ¿te atreviste a pasar por encima de la ley? ANTÍGONA. No era Zeus quien me la había decretado, ni Dike, compañera de los dioses subterráneos, perfiló nunca entre los hombres leyes de este tipo. Y no creía yo que tus decretos tuvieran tanta fuerza como para permitir que solo un hombre pueda saltar por encima de las leyes no escritas, inmutables, de los dioses: su vigencia no es de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe cuándo fue que aparecieron. No iba yo a atraerme el castigo de los dioses por temor a lo que pudiera pensar alguien: ya veía, ya, mi muerte –¿y cómo no?—, aunque tú no hubieses decretado nada; y, si muero antes de tiempo, yo digo que es ganancia: quien, como yo, entre tantos males vive, ¿no sale acaso ganando con su muerte? Y así, no es, no desgracia, para mí, tener este destino; y en cambio, si el cadáver de un hijo de mi madre estuviera insepulto y yo lo aguantara, entonces, eso sí me sería doloroso; lo otro, en cambio, no me es doloroso: puede que a ti te parezca que obré como una loca, pero, poco más o menos, es a un loco a quien doy cuenta de mi locura. * Cuando se decreta su muerte, y ella defiende su acción de haber enterrado a su hermano, de honrar a un muerto, dice: "No nací para compartir el odio sino el amor." * Pienso en esos cuerpos anónimos, tantos Polínices que vagaron durante meses dentro de un tráiler, dejados a las afueras de la ciudad, a la libre descomposición. No los comieron perros y cuervos, pero fueron tratados igual que desechos, envueltos en bolsas de basura, "desvalidos", vagando sin rumbo por culpa de decretos de indolentes gobernantes a quienes no les importa que les den un entierro digno, que -como no tienen voluntad para que los cuerpos sean identificados- no permiten a sus familiares que los lloren, les prohíben hacerles los rituales para darles un descanso digno. Estos dos sexenios se acumulan cuerpos sin nombre. Son 35 mil, dijo un subsecretario desconocido. Treinta y cinco mil muertos desvalidos secuestrados en las morgues de este país. El mito de Antígona se ha reeditado de muchas maneras estos días desde que en México descubrimos a diario Antígonas saltándose los absurdos decretos gubernamentales, aunque se lo impidan los guardias, aunque las tachen de locas, aunque se les vaya la vida en ello, y quienes siguiendo las leyes del corazón, el dictado de la sangre, marchan, protestan, hacen huelgas de hambre exigiendo que busquen a los suyos que les fueron arrebatados; recorren terrenos baldíos e inhóspitos laberintos burocráticos; irrumpen en morgues, revisan descuidados registros de cuerpos que para ellas son más que cuerpos; tapizan calles con afiches con fotografías de sus seres amados desaparecidos; gritan ante reyes o presidentes denunciando lo indigno; amasan leyes para quitarle inhumanidad a las que ya existen; se abren paso hasta las fosas -aunque guardias lo impidan, como en Arbolillo, Veracruz- y escarban con sus uñas y a corazón abierto y a flor de piel; descubren fosas clandestinas hechas por el mismo gobierno que busca desaparecer a quienes antes fueron desaparecidos; persiguen tráileres itinerantes llenos de cuerpos secuestrados para devolverles identidad, para que regresen a sus casas, para darles una sepultura digna, para que descansen en paz y que su alma no quede condenada a habitar la tierra ni sus familias condenadas a siempre buscarlos. Si algo digno ha brotado de estos dos sexenios de muerte e indolencia son estas colectivas de hermanas de Antígona, de mujeres que se mueven con el corazón y a las que ninguna amenaza las detiene, que se bautizan como Solecito, Sabuesas, Cascabeles, Rastreadoras, PorAmoraEllxs, Fundeem, LosOtrosdesaparecidos, Colibrí, Eslabones, Enlaces, Cedehm, Cadhac, Justicia para Nuestras Hijas, y tantas otras que están surgiendo ahora miso o existían antes que ellas -como las Doñas de Eureka-, quienes dicen "no nací para compartir el odio sino el amor", y que en tiempos de oscuridad transmutan su inmenso dolor hasta convertirlo en luz.

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