La corrupción en el Notariado

sábado, 4 de mayo de 2019 · 09:34
La corrupción es nuestra protección. La corrupción nos mantiene calientes y al resguardo. La corrupción es la razón por la que tú y yo vamos por ahí presumiendo en lugar de pelearnos en la calle por restos de carne. La corrupción… es la razón de nuestra victoria. Bob Barnes, personaje del filme Syriana. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Vivió el último día de su vida algunos años después de su muerte. El prodigio sobrevino en la Ciudad de México. Víctima del Síndrome de Mendelson, un hombre llamado Carlos León González falleció el 27 de junio de 2007 (acta de defunción dixit). Después, el tiempo transcurría con cierta lentitud. Cuando estaba por cumplirse el cuarto aniversario de su deceso, don Carlos resucitó de entre los muertos. Esto obedeció a un olvido. Al llegar el amanecer en el que partió de este mundo no había dejado disposición testamentaria para decidir el futuro de sus deudas y bienes. Una mañana, entre el bullicio oficinesco del World Trade­ Center y su laborioso vecindario que incluye varias oficinas notariales fue el escenario propicio para que tuviera lugar la milagrosa resurrección. Puede considerarse, en términos de probabilidad, que un acontecimiento de esta condición metafísica –valgan los términos–, no sea tan infrecuente en ese rumbo urbano porque cuando el difunto-vivo se presentó en el bufete de uno de los notarios ninguna empleada levantó la ceja ni abogado hubo que moviera un pelo del bigote. De esta manera y sin mayor demora, ante el imperturbable fedatario público que lo atendió, don Carlos dictó testamento público abierto y todo quedó en paz el día 31 de marzo de 2011. Tal vez, alguno pueda pensar que ha leído una breve historia que satisface los lineamientos de la literatura de lo absurdo. Pero no es así, los hechos son reales y se prueban con la escritura notarial que contiene la última voluntad del de cujus, como llaman los abogados a los muertos. Por otra parte, este testamento notarizado forma parte de un conjunto de 10 instrumentos públicos de contenido espurio en cuya elaboración ha intervenido un grupo de cuatro notarios de la ciudad y que ha servido para privar de sus derechos a los verdaderos propietarios de unos lotes de terreno sobre los que hoy se levanta una torre de lujosos departamentos habitacionales en la zona elegante de la colonia Condesa: un pingüe negocio en el que han ganado todos menos los dueños. (Estas escrituras las tiene Proceso.) Otro portento. La fórmula científica de Griffin, el personaje de H.G. Wells, es eficaz en la realidad. Los seres invisibles existen. Esas siluetas transparentes suelen acudir a una vieja casona de San Ángel que levanta su remozada antigüedad en la parte más alta de la breve cuesta de Altavista. Saber que hay pruebas sobre estos hechos resulta interesante sobre todo porque un notario ha dado fe pública de que los ha visto y le han entregado dinero para cubrir sus honorarios y gastos en la compraventa de bienes ajenos en que ha intervenido profesionalmente. Claro que los jueces de control constitucional han puesto en duda la validez de las escrituras en las que aparecen mujeres y hombres invisibles llevando a cabo estos actos contractuales mientras que los fiscales de asuntos especiales de la Procuraduría General de Justicia consideran que sí tienen valor legal; por lo tanto, para ellos, las mujeres y hombres invisibles sí existen. (Las resoluciones judiciales las tiene Proceso.) Como en el relato anterior, los hechos también son reales. Lo que sucede es que la mecánica de los seres invisibles que se hace funcionar con pícara inteligencia perjudica a personas de carne y hueso, que pierden su patrimonio en el juego de las siluetas transparentes y los folios de un protocolo notarial. La corrupción es el quinto jinete del Apocalipsis en las sociedades modernas. Todo lo daña: las instituciones públicas y privadas, la circulación de la riqueza, la producción de bienes y servicios, en fin, la vida cotidiana. El principio es muy sencillo: todas las actividades del hombre son corruptibles. Cuando se avanzó en la observación de las conductas humanas que encuadran en la tipología de la corrupción se descubrió que la alteración de la normalidad obedece a lo que se conoce como categoría situacional. Esta posición se manifiesta en el esquema de las relaciones que se desarrollan a partir de la presencia de un sujeto que tiene un cargo o desarrolla una función, la existencia de una norma que faculta para otorgar autorizaciones o licencias y la codicia. En este sentido, por su naturaleza y funciones, el notariado se ubica fácilmente en la descripción estructural que se describe. Un muerto que resucita; unas simulaciones que falsean contratos de compraventa para despojar a los dueños legítimos de sus bienes; la constitución de empresas fantasma para operaciones de lavado de dinero o de elusión fiscal, que aparecieron de manera aislada, se convirtieron en el tiempo en conductas habituales conduciendo al notariado hacia los cauces escandalosos e indetenibles que en numerosos casos los incorporaron en las filas del crimen organizado. Está en la evidencia que las asociaciones criminales, profesionalizadas y sistemáticas, requieren de bienes y servicios que se producen y prestan en los ámbitos de la vida legal. En este sentido, el notariado corrupto ha sido un vehículo eficaz en el tránsito de lo ilícito a lo lícito. Por otra parte, como el notariado se industrializa la corrupción no se limita a la alteración de sus funciones y la descomposición de los protocolos. Es por ello que tiende a construir un sólido muro de impunidad formado con la otra corrupción: la de la autoridad pública. Esta sinergia viciosa tiene efectos nocivos graves en todos los ámbitos de la vida pública y privada: es escandalosa. Si a los vicios del notariado le sigue la impunidad construida en el ámbito de la autoridad pública los efectos son demoledores porque el maridaje de las corrupciones es una estructura de alto riesgo. El notariado cuenta con medios en sus estatutos y la ley para controlar la descomposición de sus funciones en un ejercicio colectivo de moral. Por esta ruta, no puede insistir en comprar una y otra vez soluciones a sus males en las oficinas ministeriales: los bolsillos de los fiscales especiales son muy largos y la astucia codiciosa de sus secretarios particulares indetenible. ¿Es cierto o no que ha habido un notario insatisfecho que ha pedido la devolución de su dinero? Cuando a Carl Schmitt le reprochaban su militancia intensa en el nacionalsocialismo, para tratar de salvar su yerro histórico ofrecía la disculpa del temor: no es fácil escribir contra quien te puede prescribir. Si esto fuera procedente en el medio mexicano, ante una estructura dual de corrupción de notarios y fiscales ¿se debe callar? Carlos Alberto Brioschi ha rescatado el pasaje de la cinta Syriana en La historia de la corrupción como una situación subjetiva que se apodera del alma, la vida y el destino de los personajes. Considerada objetivamente como un hecho y un concepto, el mensaje humanista y profundo de Kofi Annan, en cuyo Secretariado General se aprobó y firmó la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción, es claro y severo: La corrupción es una plaga insidiosa que tiene un amplio espectro de consecuencias corrosivas para la sociedad. Socava la democracia y el estado de derecho. Da pie a violaciones de los derechos humanos, distorsiona los mercados, menoscaba la calidad de la vida y permite el florecimiento de la delincuencia organizada y otras amenazas a la seguridad pública. Es lamentable que quienes resucitan muertos y ven personas invisibles no resistan la tentación de los frutos prohibidos. Este ensayo se publicó el 28 de abril de 2019 en la edición 2217 de la revista Proceso

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