Big Brothers

jueves, 20 de junio de 2019 · 09:23
Para Luis Raúl González Pérez CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Una de las aportaciones más importantes de la larga reflexión de Giorgio Agamben en su monumental obra Homo sacer, es mostrarnos que el Estado tiene un doble rostro: el de la inclusión de sus ciudadanos dentro del sistema que custodia y el de la exclusión de aquellos que no caben en él: desechos humanos, dice Zygmund Bauman; zoe, dice Agamben: una especie de presencia animal. El Estado, sea totalitario o no, funciona así como una especie de Big Brother orweliano que tiene también otro rostro: el de la exclusión. Al mismo tiempo que integra segrega. En el mundo líquido, el mundo moderno del Progreso y del consumo, los seres excluidos tienen muchos rostros –víctimas de la violencia, negros, musulmanes, ninis, indígenas… El que recientemente tomó preeminencia en los medios de comunicación es el de los migrantes. Tanto el Estado norteamericano como el mexicano reconocen la condición humana de estos seres en busca de protección, pero al mismo tiempo que la reconocen los excluyen. Esos seres –al igual que otros que no tienen posibilidad de empleo ni de consumo– no encajan en el mundo que custodia el Estado. No hay lugar para ellos; son una plaga cuya inutilidad puede contaminarlos de la rabia del crimen o del terrorismo. Por eso, el Big Brother norteamericano –que en el caso migrante representa su papel orweliano– levanta muros en la frontera, proporciona a los oficiales de inmigración listas de personas que no deben entrar en su territorio, instruye a sus guardias sobre aquellos que debe detener en la puerta, insta a sus ciudadanos a denunciarlos y exige al Big Brother mexicano –en su rol de encargado de limpiar el traspatio– que haga lo suyo y se deshaga de ellos como se limpian los desechos del mercado y sus consumos. Por ello, el Big Brother mexicano –cuya capacidad de violar derechos humanos es ejemplar– abandona a los migrantes como perros, para, como perros, ser alimentados por ciudadanos compasivos o, como perros, desaparecer bajo el cepillo de esas Guardias Blancas llamadas Cárteles (me pregunto si la Guardia Nacional será también un instrumento de limpieza). O bien –ahora que los migrantes se han vuelto hordas– encerrarlos en campos de concentración llamados eufemísticamente “refugios”. El supuesto acuerdo al que sobre el tema migrante llegaron los Hermanotes después de que el del norte levantó la voz, no varió en nada la situación: el del Norte mantendrá sus restricciones y empantanará en la burocracia las solicitudes de asilo; el del Sur reforzará la contención en su propio traspatio y asilará, es decir, mantendrá en sus “refugios” a los migrantes que el Big Brother del norte devuelva. Los demás –eso no se dice– seguirán la suerte de los perros. De esa manera, los dos Hermanotes, con sus respectivos discursos (uno sincero, brutal y exigente, porque así es el sistema; el otro hipócrita en su humanitarismo y su apertura al diálogo) “controlan –dice Bauman– la frontera entre el ‘dentro’ y el ‘afuera’”. Debajo de sus diferencias, lo que en realidad hay es un acuerdo, disfrazado de retórica humanitaria y diplomática, para dominar juntos la totalidad del universo social en función de sus respectivos campos de acción. “La crueldad inhumana del primero sostiene la duplicidad diabólica del segundo” y viceversa. Jugando al policía malo y al policía bueno, su tarea es la misma: identificar el desecho, contenerlo y limpiarlo. En el sistema social que ambos Big Brothers protegen –el del Progreso–, lo único que les queda a quienes han sido incluidos en él es sostenerse, sea como sea, bajo su tutela; los que no, aceptar, sea como sea, el rechazo; en otras palabras: permanecer bajo la custodia del Big Brother orweliano o sucumbir bajo su otro rostro. Ambos presiden el juego del Estado: el de la inclusión obligatoria, para los que pueden, y el de la exclusión forzosa para los que no alcanzan la obligatoriedad. No hace mucho tiempo, algunos de mi generación nos resistíamos a los poderes del rostro orweliano del Big Brother. Cada uno, a nuestra manera y en nuestra trinchera, luchábamos por romper los muros del Estado que quiere volvernos seres unidimensionales, abrigados por los apriscos del sistema. Por momentos llegamos incluso a transitar y a vivir en sitios de nuestra elección, de los cuales quedan todavía vestigios (pienso en El Arca de Lanza del Vasto, en la del recién fallecido Jean Vanier o en los Caracoles zapatistas). Pero conforme emergió el otro rostro del Big Brother, sabemos que al arreglárnoslas para mantenernos a distancia de su rostro orweliano, nos hemos topado con su otra cara. Frente a eso, la pregunta que debemos responder la formula Bauman: ¿los seres humanos no tenemos más alternativa que vivir bajo el peso de uno de los dos rostros del Big Brother –el de la inclusión en un mundo unidimensional o el de la exclusión en el “refugio”, en la azarosa vida animal, en el ejército de reserva de los limpiadores de desechos o en la fosa clandestina? ¿Hay otras formas posibles de vivir la vida humana en nuestro mundo compartido? Las hay, pero están fuera de la idea del Progreso que ambos rostros del Big Brother custodian. Están en las márgenes del control de cualquier poder, en esos vestigios que aún quedan de la libertad y que se levantan como un signo de la resistencia. Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a las autodefensas de Mireles y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, y rescatar los cuerpos de las fosas de Jojutla.

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