El Consejo de Seguridad en el horizonte

viernes, 30 de agosto de 2019 · 15:26

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- A mediados de 2020 México será elegido para ocupar uno de los puestos no permanentes pertenecientes a América Latina en el Consejo de Seguridad de la ONU; ocupará ese asiento en 2021-2022. El apoyo del Grupo Regional de América Latina y el Caribe ya estaba asegurado desde hace algunos años, cuando esa instancia decidió sobre los candidatos que apoyaría hasta 2024. Se podía haber retirado la candidatura, pero afortunadamente se mantuvo.

En la elección participan la totalidad de miembros de la ONU. Sin embargo, se ha establecido como norma implícita que éstos deciden su voto teniendo como criterio el apoyo unánime del grupo regional. Si éste existe, la elección está asegurada. No procede, pues, hablar de llevar a cabo una “campaña” para la elección. A cambio, sí procede tener claridad sobre las responsabilidades y metas que se van a establecer, así como los preparativos que deben iniciarse en el seno de la cancillería y la delegación mexicana en Nueva York.

Pertenecer al Consejo de Seguridad no tiene un valor en sí mismo. Se requiere, en primer lugar, que los trabajos del Consejo tengan relevancia para el mantenimiento de la paz y seguridad internacionales. No siempre ha ocurrido así. A lo largo de su historia, la relevancia de ese órgano ha sido irregular como consecuencia, principalmente, de los intereses que dominan la posición de los cinco miembros permanentes: Estados Unidos, China, Francia, Reino Unido y Rusia.

En segundo lugar, para los países en la periferia del poder internacional, como México, la pertenencia al Consejo tiene relevancia si se cumplen algunos requisitos: de una parte, saber aprovechar las oportunidades, variadas y coyunturales, que se ofrecen a la acción de los miembros no permanentes durante los dos años que dura su membresía.

Se necesita profesionalismo, imaginación y buen dominio de los procedimientos del Consejo para quienes, tanto desde Nueva York como desde la cancillería, toman decisiones para incidir en la actividad de ese órgano.

De otra parte, la pertenencia al Consejo es relevante si se convierte en instrumento útil para avanzar objetivos generales de la política exterior. De otra manera, estar allí puede dar brillo a un diplomático, pero carece de trascendencia para el posicionamiento internacional del país.

Existe la opinión generalizada de que al acercarse la tercera década del siglo XXI el mundo se encuentra en momentos particularmente caóticos, en los que se multiplican los conflictos y se pierden de vista los caminos que pueden conducir a su solución. La situación en el Consejo durante los últimos años confirma esa impresión.

La mayoría de los conflictos de alto riesgo en el mundo –Siria, Ucrania, Yemen o las tensiones creadas por el desconocimiento por parte de Estados Unidos del programa nuclear de Irán– no son objeto de negociaciones sustantivas en el Consejo.

Las divisiones entre los miembros permanentes han reaparecido: Estados Unidos, Reino Unido y Francia, por un lado; Rusia y China, por el otro. Un ambiente muy distinto al que se dio, por ejemplo, al negociarse el mencionado programa nuclear de Irán. Existió en aquellos momentos un ambiente de confianza en la diplomacia de la ONU, muy favorecida por el presidente Obama, lo cual ha dejado de existir bajo la administración de Trump. Lo anterior podría conducir a la creencia errónea de que nos encontramos en el umbral de los funerales del Consejo.

La realidad es otra: el Consejo y, en general, las Naciones Unidas han mostrado una gran resiliencia y manejo adecuado de sus crisis internas.

En el caso particular del Consejo, los motivos para ello son claros: la carencia de alternativas. No existe otro foro que pueda conjuntar a los cinco países del mundo cuyo elemento común es el poder de destrucción (tienen la bomba nuclear). Guste o no, la seguridad en el mundo sigue dependiendo, en gran medida, de que ninguno de los cinco apriete el botón. Paradójicamente, la no acción por parte de los miembros permanentes es, en ocasiones, la mejor forma de mantener la paz.

Ahora bien, el Consejo es bastante más que los encuentros o desencuentros entre los cinco miembros permanentes. Es importante subrayar que se han establecido numerosos frentes de acción cuyas funciones prosiguen a pesar de las diferencias entre aquellos.

Las responsabilidades del Consejo se ejercen a través de numerosos órganos subsidiarios, como el Comité contra el Terrorismo, para citar uno de los más visibles. Otras de sus tareas tienen que ver con el seguimiento, evaluación, ampliación o terminación de las Operaciones de Mantenimiento de la Paz, responsabilidad que consume gran parte del trabajo de los miembros de aquella instancia, ya que suspender o reducir alguna, sin evaluación cuidadosa, podría resultar en miles de muertos.

La agenda de temas inscritos en el Consejo se divide en dos grandes grupos: ejes temáticos y conflictos en países o regiones. Entre los primeros encuentro de particular importancia el relativo a cambio climático. Mucho podría lograrse si, entre otros puntos, se identifica dicho cambio como la causa fundamental de desplazamientos humanos que hoy propician el complejo fenómeno de las migraciones.

En materia de conflictos, por motivos obvios la región que mayormente interesa a México es América Latina. Dentro de los cuatro conflictos inscritos en la agenda el más perturbador es Venezuela. Sin embargo, el grado en que la situación en ese país involucra a miembros permanentes con posiciones encontradas –Rusia-Estados Unidos– es poco probable que las acciones al respecto lleguen más allá de debates que confirmen posiciones diferenciadas al respecto.

Un tema a considerar, que durante muchos años persiguió a la decisión de estar en el Consejo, ha sido: ¿estará México subordinado o confrontado con Estados Unidos? La experiencia de las dos pertenencias a esa instancia durante el presente siglo ha dejado enseñanzas valiosas. En 2002, oponiéndose a la resolución que autorizaba la invasión militar a Irak, México se mantuvo del lado correcto de la historia; muchos hechos confirman lo desacertado de aquella invasión y los efectos negativos que tuvo sobre quienes se manifestaron a favor de ella.

No existe ningún dato para probar que la posición mexicana desencadenó represalias por parte de Estados Unidos. Los resortes que mueven su política hacia México son otros.

En 2010, presidiendo México el Consejo, se debió reaccionar ante el ataque israelí a barcos turcos que se dirigían hacia Gaza con ayuda humanitaria. Es conocida la firme oposición de Estados Unidos a condenar a Israel. Sin embargo, con gran habilidad diplomática el representante mexicano logró que semejante acción no quedara impune; se estableció un mecanismo imparcial para investigar los hechos y llegar a conclusiones.

Fijar como línea fundamental de trabajo en el Consejo la acción independiente, sin buscar de reojo la simpatía de Estados Unidos, es la mejor manera de conducir una política a favor de la paz y la defensa de nuestra soberanía. Hacerlo con una buena sintonía entre cancillería y delegación en Nueva York es garantía de éxito. Este análisis se publicó el 25 de agosto de 2019 en la edición 2234 de la revista Proceso

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