La violencia en la 4T
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Nadie sabe a dónde se dirige la 4T; quizá ni ella misma lo sepa. Parece conducirse a golpes de piñata. Pero si un proyecto político se mide por sus niveles de paz, la 4T es tan inoperante como los gobiernos que la precedieron. No importa si la heredó de ellos, no importa, como AMLO lo supone, que de no haberse consumado el fraude electoral que llevó a la Presidencia a Calderón, y en su lugar hubiese llegado él, no tendríamos la violencia que padecemos. El hubiera, solemos olvidarlo, es un tiempo absurdo, ocioso, una hipótesis imposible de comprobar o, para decirlo con la precisión de la majadería: el tiempo pendejo del verbo haber.
Lo que importa y es real es que la 4T no sólo heredó el horror (las víctimas de la violencia no son deudas de gobierno, sino de Estado: quien lo administra es responsable de ese pasado), también lo ha seguido acrecentando.
Pese al despliegue de la Guardia Nacional –en realidad un eufemismo del mismo ejército que Calderón desplegó durante su mandato y Peña Nieto mantuvo durante el suyo–, pese también al nuevo modelo de policía y a la distribución de programas sociales de la 4T, la violencia, lejos de disminuir, ha aumentado, sumando a la ya enorme deuda del Estado un número cada vez mayor de víctimas.
Según el monitoreo hecho por México Evalúa (no según los datos que el Presidente posee y la realidad niega) sólo durante el primer semestre de 2019 el número de homicidios (falta el número de desaparecidos) fue de 17 mil 608 personas, lo que equivale a una tasa de 14 homicidios por cada 100 mil habitantes y representa un crecimiento de 5% con respecto al semestre anterior, que fue de 16 mil 714. En el primer semestre de 2015 fue de 8 mil 818; en el de 2016, de 10 mil 478; en el de 2017, de 13 mil 918.
La sola suma de estos primeros semestres de los últimos cinco años es de 67 mil 536 personas. Lo que quiere decir que si sumáramos los homicidios de los segundos semestres de esos cinco años y a ellos agregáramos los homicidios desde 2006, en que Felipe Calderón desató la guerra, el número de víctimas, sin contar a los desaparecidos, sería demencial. Podríamos estar hablando de más de medio millón de muertos, una cifra decible, una cifra que se pone en la grafía de los números arábigos, una cifra que reunida en personas sería inabarcable para nuestra mirada y que en el fondo no dice nada. Pero que si intentáramos ver una por una, nos destruiría de espanto y dolor.
Imagine, para saberlo un poco, que usted es ella o él, que repentinamente unos tipos caen sobre usted, que se lo llevan insultándolo, vejándolo, que lo desnudan a golpes y jalones, que lo penetran una y otra vez, que sus gritos, sus súplicas, lejos de conmover excitan a los imbéciles, que después, reducido a basura, lo amarran como a un animal y lo degüellan, lo destazan. Imagine cada segundo de angustia, de impotencia, de desesperación; imagínese allí abandonado a la bestialidad inmisericorde. Luego vuélvalo a imaginar, pero ahora piense que no es usted, sino su hija o su hijo. Repita esa película minuciosamente una, dos, tres veces; vuélvalo a hacer en la noche, en la soledad de su habitación, devorado por el insomnio, y tendrá, de manera insoportable, lo que guardan de horror exponencial esas cifras que crecen a un promedio, según México Evalúa, de 103 al día.
Esta es la realidad que ni el país ni la 4T, que prometió detenerla, estamos enfrentando con la indignación, la prioridad y la humanidad que el horror exige.
En medio de los palos de ciego que la 4T propina cada mañana a un país que redujo a una piñata, la violencia avanza implacable, atroz, brutal, anunciando que, de seguir así, la 4T fracasará como fracasaron los gobiernos que le dieron el triunfo.
A la 4T le urge detenerse, quitarse la venda de los ojos, y lejos de golpear más al país con la violencia de los megaproyectos, de los despidos, de la persecución a migrantes, del ejército disfrazado de Guardia Nacional, de la violencia verbal a quienes no le agradan; debe concentrarse en crear una verdadera y lúcida estrategia de paz y de justicia. De lo contrario el desastre con el que cierra su primer semestre en el poder y abre el segundo, será cada día peor.
Lo recordaron recientemente con mucha precisión los zapatistas a través del poeta (esa voz de la tribu que deslocaliza el lenguaje contaminado de oscuridad y locura del poder): “llueve en todas partes […] llueve sobre mojado: despojos, robos, amenazas, persecución, cárcel, desaparición, violación, golpes, muerte… y, sí, a veces limosnas”. Y sigue la larga lista de las víctima no sólo de homicidio y de desapariciones, sino de tantas otras que la política neoliberal, disfrazada de 4T, continúa cobrando.
La lluvia a la que se refieren es la lluvia sobre la que otro poeta, Bob Dylan, nos prevenía en A hard rain’s gonna fall. Esa canción –inspirada en los versos que otro poeta más, Dylan Thomas, le escribió a su hijo– continúa una de las preguntas fundamentales para la 4T y el país entero de Blowin’ in the wind: “Cuántas muertes serán necesarias,/ antes de que [un hombre] se dé cuenta/ de que ha muerto demasiada gente”.
La lluvia hace tiempo se precipitó, y como el poeta lo anunciaba y el sufrimiento del país lo confirma, es fuerte, muy fuerte y se anuncia peor.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a las autodefensas de Mireles y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores y detener los megaproyectos. Este análisis se publicó el 25 de agosto de 2019 en la edición 2234 de la revista Proceso