Tragedia en la frontera sur

lunes, 27 de enero de 2020 · 02:02
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Las reacciones a lo que ocurre en la frontera sur ante los intentos de una caravana de migrantes centroamericanos de entrar al territorio nacional, han producido malestar, incertidumbre y confusión. A nadie convencen los argumentos en el sentido de que hay pleno respeto a los derechos humanos y voluntad de ser solidarios con quienes huyen de la violencia, la falta de oportunidades económicas y los desastres ecológicos. A nadie convence el papel desempeñado por la recién creada Guardia Nacional para repeler a mujeres y niños cruzando el río; irrita saber que cumplen ese papel a petición del presidente Trump, quien amenaza con dañar a la economía mexicana si no se contiene a los migrantes. Hay una crisis de legitimidad de las políticas migratorias del gobierno de AMLO. En primer lugar, los cambios tan bruscos en la narrativa para tratar a los migrantes centroamericanos producen desconfianza. ¿Las promesas y actitudes con que se conquistó el poder se abandonan tan fácilmente? En segundo lugar, como hemos señalado desde hace varios meses en esta columna, los compromisos que se asumieron con Estados Unidos en materia de política migratoria desde los comienzos del actual gobierno fueron desafortunados. Nuestro país no tiene las condiciones para albergar en su territorio a quienes esperan la respuesta a sus solicitudes de asilo o refugio en aquel país, aun menos para contener flujos migratorios históricos como son los procedentes de Centroamérica. El paso de migrantes centroamericanos hacia Estados Unidos es un fenómeno de larga data. Cobró mayor visibilidad en el presente siglo, cuando la curva de detenciones por parte de autoridades mexicanas llegó a la cifra de 460 mil en 2005, después se estabilizó en aproximadamente 185 mil anuales para volver a subir desde finales de 2018. Su entrada tiene lugar por diversos puntos, formales e informales. Éstos son muy cambiantes, de acuerdo con las circunstancias favorables o desfavorables que encuentran. Algunos entran siguiendo las líneas del tren o carreteras, otros llegan en pequeños grupos que atraviesan vías fluviales para internarse por numerosos caminos trazados en medio de la selva. Las caravanas, de reciente creación, entran por los puentes existentes en Chiapas. Imaginar que se pueden parar esos flujos históricos colocando efectivos de la Guardia Nacional en algunos puntos es simplemente ilusorio. El tratamiento del problema migratorio de sur a norte, cuando se trata de llegar a Estados Unidos, es mucho más complejo. México está en el camino. La solución, si se encuentra, es de largo plazo. Otro elemento importante a tomar en consideración es el cambio demográfico que ha tenido lugar en la migración centroamericana. Después de años en que eran contingentes de hombres jóvenes en busca de trabajo, comenzaron a incorporarse buen número de mujeres jóvenes y, lo que ha llamado mayormente la atención, menores no acompañados. La primera gran crisis por la presencia de niños se dio bajo el gobierno de Obama, en 2014. Fue entonces cuando el tema entró a ocupar un lugar prioritario en la agenda de relaciones México-Estados Unidos. A partir de entonces crecieron las solicitudes para que México deportara e impidiera el paso de los niños hacia Estados Unidos. Los motivos para el cambio demográfico están bajo estudio. Responden a diversas circunstancias que van desde la búsqueda de la reunificación familiar (generalmente el padre o la madre ya están en Estados Unidos), la incorporación de las mujeres al trabajo y la proliferación de “coyotes” especializados en trasladar niños a cambio de pagos considerables por parte de los familiares que los envían. Dos obras maestras, una en el cine, La jaula de oro, dirigida por Diego Quemada-Díez (2013), y otra en la literatura, Desierto sonoro, de Valeria Luiselli (2019), nos han proporcionado una mirada multifacética, conmovedora y de gran riqueza analítica sobre los niños en la migración centroamericana. ¿Alguien pensó en ellos cuando se aceptó detener a los migrantes centroamericanos? Finalmente, el elemento de mayor peso para lo que ocurre en la frontera sur es, desde luego, la política migratoria de Donald Trump. Como parte de un objetivo más general, como es avanzar hacia America First, entendiendo por ello una América blanca anhelada por los supremacistas blancos que lo acompañan, Trump ha convertido a la migración centroamericana en amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos. Muy probablemente utilizará el éxito en haberla detenido como un buen argumento de campaña. En efecto, es un punto que satisface a su clientela de poca educación y muchos prejuicios. Ahora bien, hacer de la migración centroamericana una amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos, es una interpretación descabellada, desprovista absolutamente de fundamento. Como señalamos anteriormente, dicha migración ha llegado a Estados Unidos desde hace muchos años, incorporándose sin mayores problemas a actividades productivas en donde complementan labores que no son llevadas a cabo por estadunidenses. La tragedia es que los puntos de vista de Trump sean aceptados, implícitamente, por los dirigentes mexicanos. Cooperan, al parecer con cierta convicción, en revertir un flujo migratorio que durante muchos años había transitado por nuestro país. De ninguna manera quiero dejar la impresión de que era un tránsito sin problemas. Todo lo contrario, en los últimos tiempos los encuentros con el crimen organizado, cuyo caso más conocido son los 72 asesinados en San Fernando, Tamaulipas, son testimonio de los graves problemas enfrentados por la migración centroamericana en México. Pero pensar que resolver el problema es no dejarlos pasar de la manera que lo está haciendo la Guardia Nacional, simplemente no es sostenible y dará lugar a crisis recurrentes. La gran tarea pendiente es la cooperación para el desarrollo integral del sur de México y los países del Triángulo del Norte en Centroamérica. Una tarea cuyos primeros pasos se están dando y en la que no se cuenta con el apoyo del gobierno de Trump. Es notable la distancia entre el nivel de compromisos que ha asumido México y la escasa responsabilidad de Estados Unidos en contribuir, por ejemplo, con los grandes costos financieros asociados a la contención de migrantes. Sin quererlo, México acabó pagando por un muro que nunca será la solución. Este análisis se publicó el 26 de enero de 2020 en la edición 2256 de la revista Proceso

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